UNA NADA DEVORADORA
Sánchez es un agujero negro que hace depender su existencia de su capacidad para engullir cuanto existe en su derredor
CUALQUIER intento de explicar la acción política del doctor Sánchez que no desee estrellarse contra un muro impenetrable debe aceptar como premisa que nos hallamos ante una nada con patas. Pero cuando definimos así al doctor Sánchez no debemos interpretar que nos estamos refiriendo a un mero tipo inane, chisgarabís o mindundi que ha hecho de la permanencia en el poder el único objeto de su acción política, como la gente ilusa tiende a creer. Cuando decimos que el doctor Sánchez es una «nada devoradora» tratamos de expresar un concepto filosófico: la nada no es una mera ausencia de materia, es un apetito de destruir la materia circundante; la nada no es un sinsentido, es un ansia de despojar de sentido todo cuanto atrae hacia sí.
El doctor Sánchez es un agujero negro que hace depender su existencia de su capacidad para engullir cuanto existe en su derredor. Este apetito de «desexistencia» explica todo cuanto hace, desde la ley de Eutanasia hasta el acoso a la institución monárquica, pasando por el desmantelamiento de la independencia del Poder Judicial (o de sus migajas) o la inacción ante la plaga coronavírica. Todas las maniobras destructivas del ser que el doctor Sánchez desarrolla tienen como objeto inmediato mantenerlo marrulleramente en el poder. Así, por ejemplo, su inacción frente a la plaga pretende repercutir sobre sus adversarios las decisiones antipáticas que él tendría que asumir, para que la ira popular se desvíe hacia ellos. Pero esas son las explicaciones consoladoras que los asesores del doctor Sánchez, o sus tertulianeses, o su borregada adepta elaboran para explicarse el trasfondo de negación del ser que define al personaje; trasfondo que no tiene (por ser nada), y que sólo puede realizarse «nadificando» cuanto a su alrededor es, engulléndolo en su vacío ontológico.
La nada devoradora del doctor Sánchez adopta diversas expresiones adventicias. A veces se trata de una expresión psicopática, como cuando (nunca podré olvidarlo), en su primer discurso del confinamiento, mientras asistíamos atónitos a la muerte diaria de cientos de compatriotas (hoy ya lo aceptamos como si tal cosa, porque la nada poco a poco nos va engullendo), a proclamar orgulloso el incremento en el consumo de interné y las suscripciones a Netflix. A veces se trata de una expresión resentida o supurante de rabia, como cuando hace el ridículo en las audiencias ocupando lugares de honor que no le corresponden (la falta de virtud y mérito en el advenedizo siempre se traducen en afán de honores). A veces es una expresión cínicamente risueña, como cuando miente sin rebozo (negando lo que antes ha afirmado o viceversa), o tacticista, como cuando urde los enjuagues más marrulleros (así ahora, calculando las fechas para el indulto de los indepes y las elecciones catalanes). Pero detrás de todos estos accidentes anida una nada insaciable. Una nada que va a devorarnos a todos en su seno, a poco que pueda «progresar». Y la nada es uno de los nombres del Mal.