Victorino «El mundo del toro es un patrimonio español increíble y parecemos proscritos»
Desde la dehesa brava, tesoro ecológico, el ganadero de lidia asegura que el mundo del toro se ha convertido «en punta de lanza frente a la censura y en la lucha por la libertad cultural»
La carretera es un lienzo vacío. Extremadura ha cerrado perimetralmente sus pueblos. Alguno aún conserva las luces de Navidad. Apagadas ya, como la sonrisa de un niño sin sus «chuches». En Trujillo, un joven al frente de una tienda de gominolas dice que con la borrasca se ha retrasado el reparto: «Lo siento, muchacho, pero no me quedan». Apenas diez kilómetros más arriba de la cuna de los conquistadores, entre el rocío y la escarcha, un becerro recién nacido busca los calostros. Hay vida después de tanta muerte... La plenitud total estalla en «Las Tiesas de Santa María», territorio de Victorino, eterno guardián de la casta. El hierro de la A coronada y una hilera de encinas asoman tras la curva. Al fondo, sobre una alfombra con un abanico de verdes –en esta zona cacereña de Portezuelo no ha cuajado la nieve–, braman los toros, una amplia camada después de la sequía taurina de 2020. Sobre una charca se alarga el reflejo de dos albaserradas con trapío capitalino. En lo alto de un cerro, un cárdeno con dos velas monumentales hace amago de arrancarse. Son las joyas de la finca, con Victorino Martín García al frente.
—¿Conoce la gente el tesoro genético que habita en las dehesas?
—La gente no es consciente, pero el sol no se puede tapar con una mano y tarde o temprano se verá. Estamos en el mundo de la imagen. Y la imagen que se da del mundo del toro no es bonita ni positiva. Los medios, sobre todo las televisiones, hablan de maltratadores, sanguinarios y escándalos. Este verano la relación de Ponce ha ocupado todos los medios y, luego, la disputa por una herencia de los hijos de Paquirri. En cambio, el día a día tan profundo, tan trabajado, tan hermoso, no lo cuentan. No sacan cómo un ganadero cuida sus animales, cómo cuida la dehesa, la regeneración de las encinas y su poda para alargar su longevidad.
—La figura del torero tampoco es conocida...
—Un torero entrega toda su juventud a un sueño que la mayoría de las ocasiones es imposible. Como decía Domingo Ortega, y también El Viti, ser figura es un milagro. Recuerdo el estreno de un documental en Mérida. Al acabar, me dijo la mujer de un cargo público: «Anda, yo no sabía que la vida de un torero era así». Son auténticos monjes, viven en un estado de aislamiento, de concentración y de espiritualidad muy por encima de la media. La gente tiene la imagen de un torero como un tío frívolo, que está todo el día de fiesta, que maltrata a los animales. Uno de los deberes del mundo del toro es enseñar lo que en realidad somos. El mismo mantenimiento de las ganaderías es un servicio a la sociedad. Conservamos núcleos genéticos en peligro de extinción. La imagen que se da en las televisiones aparece totalmente distorsionada.
—Dice un viejo aficionado que en 2020 «solo ganó dinero con la cosa taurina el programa que más ataca la Fiesta». —Como decía mi padre, en el campo los únicos que ganan dinero son los futbolistas. Y ahora solo ganan dinero los programas del corazón.
—¿Qué lectura le dejó la llamada temporada del Covid?
—Que el mundo del toro unido puede conseguir muchas cosas.
—¿De veras cree que hubo unión real?
—Sí, no fue fácil llegar a consensos, pero toda la gira de reconstrucción salió porque hubo una verdadera unión. Fuimos el único espectáculo capaz de hacer actividades para buscar fondos. Ha quedado un dinero importante.
—¿Ve viables los festejos a puerta cerrada?
—Se han hecho con la generosidad de los actuantes, casi a precio cero. Los toreros no cobraban, los banderilleros tuvieron una reducción de emolumentos,
los empresarios prácticamente no tenían beneficios, los ganaderos vendían sus toros por debajo de sus precios... Como recurso para un momento crítico es válido, pero no sirve como modelo de explotación de un espectáculo.
—¿Expectativas para este año?
—Ahora nadie sabe por dónde vendrán los tiros. Hasta hace poco pintaba bastante bien, pero el último rebrote es como la oca: nos devuelve a la casilla de salida. Ha venido con mucha fuerza.
—¿Están los mandamases a la altura?
—La gestión de la pandemia por parte de nuestras autoridades ha sido detestable. Nos han engañado, nos han ocultado información, han hecho predicciones para olvidar... Más vale que no hablen, porque cada vez que lo hacen pasa justo lo contrario. Lamentable todo.
—¿Se pondrá la vacuna?
—Por supuesto, soy veterinario y manejo la sanidad de mi ganadería, una población de dos mil cabezas. Se lo recomiendo a todo el mundo, primero porque el efecto negativo que pueda tener va a ser marginal con respecto a los beneficios que puede acarrear y, segundo, creo que en el futuro se va a discriminar entre los vacunados y los no vacunados. Incluso los no vacunados pueden tener restricciones a la hora de asistir a un espectáculo o a la hora de viajar.
—¿Es más difícil ser ganadero o presidente de la Fundación del Toro?
—En la vida todo es fácil y todo es difícil. Ser ganadero es un trabajo en el que, como decía don Celestino Cuadri, la ganadería con suerte es para los nietos. Se necesita mucha paciencia. Ser presidente de la Fundación tampoco es fácil, es un mundo muy convulso. El carácter ibérico es poco solidario, muy individualista. En líneas generales, piensa que sabe más que nadie, y es muy difícil llegar a acuerdos. Las posturas tienen que ser generosas. En la Fundación se ha hecho una labor importantísima, tenemos un equipo fabuloso, con un director, Borja Cardelús, que viene del mundo de la cultura y casi nos ha tocado la lotería con él. Y también hay gente muy comprometida del mundo del toro, con un sentimiento muy profundo para que la tauromaquia ocupe el lugar que le corresponde dentro de la sociedad.
—¿Quién determina qué es cultura?
—El pueblo y la tradición, y no partidos que quieren imponer sus gustos. Cultura son todas las manifestaciones, todo lo que nos hace ser lo que somos, lo que llevamos muy dentro y no pueden cambiar por mucho que lo intenten... Lo que pasa es que somos influenciables y hay modas. Y, por supuesto, los dirigentes públicos tienen poder y medios para influenciar en la cultura. En general, a nosotros ni se nos reconoce ni se nos permite ocupar nuestro sitio.
—¿A qué lugar se refiere?
—Somos el segundo espectáculo de masas, generador de riqueza en medios urbanos y rurales, mantenedores de la biodiversidad y del medio ambiente y de los puestos de trabajo en el mundo rural. El mundo del toro es un patrimonio de los españoles increíble y parecemos unos proscritos. Da la sensación de que está en Suecia y que en este país no existe, cuando forma parte fundamental de la vida diaria de España.
—¿En qué punto se encuentran sus relaciones con Rodríguez Uribes?
—Bien. Personalmente tenemos buen trato. El respeto no está reñido con nada. Ha sido un ministro muy dialogante. Con Uribes hemos tenido más reuniones en un año que con todos los anteriores. Hasta ahora nos ha dado muy poquito, nos ha dado atención y nos ha escuchado, pero luego eso se ha materializado poco. La verdad es que tampoco otros gobiernos se han caracterizado por darnos ayudas. La primera vez que se dio algo al mundo del toro fue precisamente a la Fundación por un proyecto de la Wikipedia y con el premio Nacional de Tauromaquia. Es la única aportación que tenemos del Estado. Al mundo del toro se le ha tratado mal desde el punto de vista de las aportaciones económicas, y ya no hablemos desde el punto de vista de retransmisión de festejos en entes públicos, o en la representación de la marca España en los distintos foros internacionales. En la concentración turística de China, a los chinos les extrañó que no hubiese nada taurino, porque a ellos les resulta muy atractivo.
—¿Qué le pediría al ministro?
—Yo se lo pedí en su momento en una reunión privada: que nos trate como lo que somos. No pedimos ser más que nadie, pero tampoco menos. Uribes me aseguraba que en el tema de las ayudas a los profesionales taurinos había hecho el decreto amplio para que estuviesen incluidos. Está claro que ahí hubo una interpretación torticera de la ley por parte de la ministra de Trabajo, que pertenece a un grupo político que se declara abiertamente antitaurino.
—Pablo Iglesias dijo que le incomodaba enormemente que los toros se considerasen una práctica cultural.
—Los políticos son servidores públicos que pagamos todos con nuestros impuestos y su opinión personal me importa muy poco. Lo que tiene que hacer Iglesias es cumplir sus obligaciones como político. Si hablamos de lo que nos incomoda a todos, a lo mejor saldría un poquito mal parado.
—¿Acaso la cultura es cómoda?
—No, la cultura no es cómoda, muchas veces es transgresora. La cultura es todo, es la vida misma. La cultura no es cómoda, tiene que provocar reacciones emocionales e inteligentes del ser humano. De eso se trata, de provocarnos, de hacernos pensar...
—¿Ronda la censura en pleno siglo XXI?
—Censura total. Y el mundo del toro es punta de lanza frente a la censura y la imposición del pensamiento único.
—¿Peligra entonces la libertad?
—Está claro que el mundo del toro es punta de lanza en la lucha por la libertad cultural y la libertad a la hora de elegir nuestros gustos y expresiones. Hay una corriente muy peligrosa por parte de algunos grupos políticos de imponer un pensamiento único, de moldear la cultura a su gusto y de excluir y discriminar a los que no pensemos como ellos. La actuación de Yolanda Díaz fue un ejemplo claro.
—¿Por qué esa discriminación?
— Aquí ha habido un complejo. Los es
Decepción política «Creo que la mayoría de los políticos no se han leído la Constitución. He estado en el Congreso varias veces y me he llevado una decepción muy grande. Parece una escuela de parvulitos» La cultura
«La cultura no es cómoda, es transgresora, es la vida misma. La cultura la determina el pueblo y no partidos que quieren imponer sus gustos»
¿Qué es la bravura? «Es la capacidad de lucha hasta la muerte, agresividad y nobleza. Bravura sin nobleza no es bravura, es genio. Es una metáfora de la vida»
pañoles hemos sido muy acomplejados a la hora de defender lo nuestro. Ha habido cinismo, como con las corridas en Cataluña, prohibidas por un aficionado de origen cordobés, Montilla. O sea, eres aficionado y las prohíbes. Ha servido de moneda de cambio por intereses personales de algunos políticos. El Tribunal Constitucional, aunque tarde, anuló aquello.
—¿Recomendaría a algún político repasar la Constitución?
—Entera, de principio a fin, pero sobre todo el artículo 46. Los poderes públicos tienen la obligación de difundir el patrimonio de todos los españoles, de protegerlo y preservarlo. Sería importante que se lo leyeran todos. Pero no es el único, tendrían que repasar muchos. Sinceramente, creo que la mayoría de los políticos no se han leído la Constitución. He estado en el Congreso varias veces y me he llevado una decepción muy grande. El Congreso es el templo sagrado de la democracia, donde tienen que estar todos los valores, de respeto, de saber escuchar, y aquello parece en muchas ocasiones una escuela de parvulitos. ¡Qué decepción!
—¿Predomina la bravura o la mansedumbre?
—El bravo antepone el orgullo de su especie y de su raza por encima del propio. Y nuestros políticos, en líneas generales, miran más el interés personal. No abundan mucho los bravos.
—¿Y cuál es la querencia de Pedro Sánchez?
—No quiero entrar en eso, pero desde luego buen aficionado no ha sido. El toro bravo siempre es claro y diáfano... Que cada cual saque su conclusión.
—Si la cultura la determina el pueblo, ¿quién define qué es bravura?
—Eso es otro misterio, pero al final la determina el toro. El concepto ha ido cambiando con las épocas; por ejemplo, a finales del siglo XIX y principios de 1900, se medía en el caballo, por eso predominaba el de origen veragüeño, que destripaba mil caballos y a la muleta llegaba parado. Después se buscó un toro más completo en todos los tercios, con Joselito y Belmonte en faenas más largas. En la Edad de Plata, con la famosa faena al toro «Corchaíto» de Chicuelo, se impuso la línea Vistahermosa. ¿Qué es bravura? Capacidad de lucha hasta la muerte, agresividad y nobleza. Bravura sin nobleza no es bravura, es genio. Es extrapolable al ser humano, son patrones de comportamiento. El toro verdaderamente bravo no se queja, no rehúye el castigo, va siempre hacia delante. Eso es una metáfora de la vida.
—¿El más bravo que ha conocido?
—Mi padre era muy bravo.
—¿Y el español desarrolla esa casta?
—Sí. En uno de los últimos libros que he leído sobre la Guerra Civil, se dice que eran tan bravos que se dejaban hasta las últimas gotas de sangre aun sabiendo que iban a perder la vida. Si ves a un soldado malvestido, desaliñado y sin afeitar, cuádrate que estás ante un soldado español.
—¿Los toros embisten mejor a izquierdas o a derechas?
—Los toros embisten por los dos pitones, pero a lo mejor el que no torea igual por las dos manos es el torero.
—¿Y las cornadas?
—Por los dos lados. Depende mucho de cómo se le hagan las cosas. Hay toros buenísimos que se van inéditos porque el torero no lo ha entendido. Siempre he oído decir: «¡Qué toro más malo!». Pero nunca oigo: «¡Qué torero más malo!». En la vida hay roles y al toro le ha tocado ser el culpable. Representa la naturaleza y lo que le hacemos tiene mucho que ver con lo que hacemos al planeta. Es curioso, las culturas urbanas ven la corrida a través del hombre y las rurales la ven más a través del toro.
—Con Filomena se ha visto quién es el verdadero animalista.
—En Filomena y en la pandemia. Muchos ganaderos se han jugado todo, hasta la propia vida, para mantener la ganadería. Ahí, en la borrasca, quería ver yo a los animalistas echando de comer a los animales. Ellos se han quedado en sus casas, no he visto a ninguno pisar nieve para ayudar. Hay mucha demagogia y muchos intereses económicos. Juegan con la buena voluntad y los sentimientos de la gente, pero el animalismo nos lleva a la edad de las cavernas.