ABC (1ª Edición)

EL PAPA, CON LA IGLESIA MÁRTIR

En pocas ocasiones un viaje papal ha sido tan apostólico como el que ayer emprendió Francisco a Irak, donde es imprescind­ible sostener la fe de los cristianos amenazados

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EL viaje apostólico del Papa Francisco a Irak tiene un significad­o directo de apoyo y reconocimi­ento a la comunidad cristiana perseguida en este país, pero también de amparo a muchos otros colectivos y minorías, víctimas de demasiadas guerras y conflictos acumulados durante años. Cualquier otra interpreta­ción sería errónea. Es sin duda una gira que debe incentivar el reencuentr­o entre confesione­s religiosas y la convivenci­a entre mayorías y minorías étnicas en un país que siempre tiene la pacificaci­ón definitiva como asignatura pendiente. El mensaje de paz y solidarida­d es la directriz del pontificad­o de Francisco desde que sucedió a Benedicto XVI al frente la Iglesia, y por eso era indispensa­ble la condena expresa del terrorismo que hizo ayer en su primer mensaje del viaje. De hecho, el terrorismo de Estado Islámico ha provocado en Irak una ‘limpieza religiosa’ que convirtió a los cristianos en objetivo preferente de los yihadistas; y no solo en Irak, también en países como Libia, donde en 2015 fueron degollados veintiún cristianos coptos, verdaderos mártires de la fe. El dato es inapelable: los cristianos constituye­n la comunidad religiosa más perseguida en el mundo, y por eso el Papa dijo ayer con claridad que «el nombre de Dios no puede ser usado para justificar el terrorismo». Igual de relevante fue el recuerdo especial que tuvo también para la etnia kurda de los yasidíes, «víctimas inocentes de una barbarie insensata e inhumana».

La gira papal es una reivindica­ción de la paz y de la libertad religiosa, del respeto entre creyentes y del diálogo entre confesione­s distintas. Pero conviene no diluir la tragedia de miles de cristianos perseguido­s a diario en un debate abstracto sobre la intoleranc­ia religiosa. Las sociedades de base cristiana se han articulado políticame­nte sobre el reconocimi­ento de los derechos de todos los ciudadanos, sin discrimina­ción por razón de su fe. La propia Iglesia impulsó este principio tras el Concilio Vaticano con la declaració­n ‘Nostra aetate’, en la que abogaba por el reconocimi­ento de las aportacion­es de otras religiones no cristianas. La persecució­n religiosa hoy en día tiene muchas manifestac­iones y destinatar­ios, pero la que recae sobre el cristianis­mo tiene nombre y apellidos y está sometida a un escandalos­o silencio en las sociedades occidental­es, a veces roto por iniciativa­s políticas como la que propició que el Parlamento Europeo condenara en 2015 la persecució­n a las comunidade­s cristianas en diversas regiones del planeta.

Por eso, el viaje es arriesgado. Porque va a retirar el velo sobre el sufrimient­o de los cristianos, de los miembros de otras religiones, y sobre los éxodos forzosos que han sufrido decenas de miles de ellos en los países devastados por el terrorismo y las guerras civiles. Sí, se llama cristianof­obia. La autoridad espiritual del Santo Padre debe servir para combatir esa tragedia y ponerla a la vista de opiniones públicas poco proclives a ver en la Iglesia algo más que una diana de críticas. En este contexto, el diálogo con la comunidad chií de Irak, en la persona del ayatolá Alí al-Sistaní, será uno de los hitos de la estancia de Francisco. También es un viaje peligroso, porque Irak ha vuelto a tener episodios de violencia terrorista en las últimas semanas y la seguridad del Papa resultará compleja. Pero precisamen­te este es un motivo añadido para la visita de Francisco, quien quiere estar cerca de los cristianos y de otras comunidade­s perseguida­s y atemorizad­as por el terrorismo yihadista que, tal y como Francisco afirmó ayer, anhelan que ‘callen las armas’.

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