ABC (1ª Edición)

Todos bizcos

Estamos en el estrabismo moral de Pablemos, que no bizquea cuando en su Palacio del Té otea para España ‘un horizonte republican­o’ a la francesa

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

YA nos gustaría vivir en el siglo XII, cuando nadie quería hacer nada nuevo. En la peluquería de Ferreras se compara la España de Sánchez con ‘El jardín de las delicias’ de El Bosco, que representa a la Humanidad antes del Diluvio, cosa que no saben.

—Estoy convencido de que estamos llegando al término de la Historia –dijo, como si nada, Max Picard a Gabriel Marcel a orillas del lago de Lugano–. Es probable que muchos, entre nosotros, sean testigos del acontecimi­ento apocalípti­co que marcará el desenlace.

La señal de que el acontecimi­ento apocalípti­co está al caer es ese invento de la inteligenc­ia artificial (‘Deep Nostalgia’, llaman al juego) que hace bizquear a los muertos.

La verdad es que da la risa ver a Goya con unos ojos canicones que entorna gachonamen­te como dice Ruano que hacía Eugenio Noel. Conozco ese bizqueo porque a mí me dio una vez, en los 80, que me mandaron a una suite del Villamagna a entrevista­r a Kathleen Turner, que venía, en gira promociona­l, de ‘Body Heat’.

¿Y la perplejida­d de Felipe II, invadido en su retrato de Sofonisba Anguissola por el tonto de la inteligenc­ia artificial, que lo pone con ojos de cigala a hacer señas del mus? ¿Y Cervantes, que parece el decano de Derecho vendiendo palmeras de Morata de Tajuña en el bar de la Facultad? ¿Y Lorca, estrabón como un Sartre en el paredón de las dos Españas que siempre han sido la misma?

—Me daba la impresión de que era bizco, y no lo era –dice, amoscado, Madariaga de Fernando de los Ríos, alias Don Suave–. ¿Por qué bizqueaba Fernando, si no era bizco?

Estamos en el estrabismo moral de Pablemos, el más bizco de todos, que no bizquea cuando en su Palacio del Té, y porque una infanta que vive en el extranjero se vacuna en el extranjero, otea para España ‘un horizonte republican­o’ a la francesa, es decir, ‘incorrupti­ble’, desde Robespierr­e, pasando por Barras, hasta Sarkozy, Chirac y Mitterrand, con él entrando en la Historia como un hurón en una madriguera de conejos.

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