Burguesía
Si los empresarios catalanes quieren algo, que lo peleen y lo ganen
El ahora llamado empresariado catalán, que antes se hacía llamar burguesía, se reunió el jueves en una estación de trenes, como si no tuviéramos salones, para quejarse de los vándalos y de la complicidad que les muestra la casta política independentista. Me pregunto de dónde sacan estos empresarios el nervio para salir a hacerse el ‘yo no fui’ cuando ellos son los únicos culpables de que hayamos llegado hasta aquí. No dieron la cara cuando más les necesitábamos. Se escondieron, fluyeron con el ambiente, se hicieron los equidistantes. Tuvieron mucho miedo, ninguna vergüenza. Cataluña agoniza en su dejadez, en su rostro impávido del Museo de Cera y en sus ceniceros. Fueron el padre que se hace el amigo de sus hijos, y el permisivo, y es una excusa para no estar casi nunca, porque prefiere gastar el tiempo y el dinero con la querida. Vendieron las empresas que heredaron, dimitieron de su deber como clase dirigente, y sólo son ya ricos estúpidos y malcriados, venidos a menos, sin ni imaginación para gastar con clase, bastante horteras. Alimentaron a los delincuentes para no ser señalados, no permanecieron en pie por ninguna idea, y no tuvieron de hecho ninguna idea. Fueron los hombres buenos no haciendo nada que el mal precisa para triunfar. Pagaron con vergonzosos patrocinios –una vela a Dios y otra al diablo– la gasolina de los incendios, las piedras, los sprays de las pintadas que estos días asolan el centro de Barcelona. Ellos son la mayor deshonra de Cataluña, unos cobardes que se han puesto a temblar como niñas cuando les ha tocado recoger lo que sembraron. Su única redención posible es retomar su deber y encauzar a una sociedad que se ha quedado sin propósito ni referentes, ahogada en su exceso de bienestar. Mientras no lo hagan, sus lecciones serán cinismo, una piedra más lanzada contra el escaparate.
Se nos pasó la edad de convocar ruedas de prensa. Si los empresarios catalanes quieren algo, que lo sustancien, lo peleen y lo ganen. Un país son sus empresarios. Los empresarios son burguesía cuando lideran, ponen límites, proyectan el talento, aseguran el orden, el equilibrio y que todo el mundo tenga algo que perder como principal antídoto contra las revoluciones.