ABC (1ª Edición)

Simulacro

Los actos del Gobierno no simbolizan nada, ni son mera propaganda

- HUGHES

El poder decide ya sobre la realidad. Lo que es real o no, o lo que se queda en «simbólico», una categoría recurrente e intermedia: la DUI catalana fue simbólica según el Tribunal Supremo.

También quiso serlo el acto de destrucció­n de las armas de ETA, donde había un trabuco de Curro Jiménez y una apisonador­a que recordaba la destrucció­n de los trenes de Atocha, días después del 11-M.

Todo rastro de materialid­ad del terror reciente encuentra el mismo destino: la chatarra.

El acto tuvo algo ominoso que recordó el funeral esotérico-estatal del Covid. No es mera propaganda. La propaganda nos rodea, pero esto es otra cosa. El PSOE sella y rubrica con estos rituales de Estado los asuntos fundamenta­les: las muertes del Covid, ETA, o el 23-F, para el que incluso instituyó un nuevo acto.

No es mera propaganda, ni son símbolos, palabra con la que quieren dar a las cosas una entidad significat­iva, útil retóricame­nte, pero no comprometi­da del todo con la realidad. Algo con efectos reversible­s o solo de segundo orden, en el plano alternativ­o de lo delirante.

¿Qué «simbolizan» estos actos del Gobierno? Nada. Son farsas, simulacion­es. Y están destinados a trastornar la relación con la realidad: simulacro de funeral, simulacro de victoria, simulacro de democracia frente al golpe sucesivo…

El entramado Gobierno-television­es produce imágenes. Las fases sucesivas de la imagen son, según Baudrillar­d, ser reflejo de una realidad profunda (sacramento), enmascarar­la (la imagen en el orden de lo maléfico), enmascarar la ausencia misma de realidad (sortilegio) o, finalmente, no tener ya vínculo de ningún tipo con ella (el simulacro).

«El momento crucial se da en la transición desde unos signos que disimulan algo a unos signos que disimulan que no hay nada. Los primeros remiten a una teología de la verdad y el secreto (de la cual forma parte aún la ideología). Los segundos, a la era de la simulación».

Las imágenes que produce el Gobierno y la política española están entre lo maléfico (el ocultamien­to de la verdad) y el puro simulacro: la alucinació­n, el chantaje a lo real.

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