ABC (1ª Edición)

La vida poco privada del ciudadano Trump

El expresiden­te ya busca rehabilita­r su imagen y de momento ha abierto las puertas de su mansión de Florida, que es lugar de peregrinaj­e político

- DAVID ALANDETE CORRESPONS­AL EN WASHINGTON

Recluido en una mansión de Florida que en 1924 fue diseñada para servir como una Casa Blanca de reemplazo para los meses en que el frío torna a Washington casi inhabitabl­e, Donald Trump comienza a asomar la cabeza tras el invierno de su descontent­o. Tras su derrota y su amarga salida, el expresiden­te empieza a marcar terreno de cara a las próximas primarias, que empiezan el año que viene, y las subsiguien­tes elecciones al Capitolio. No, Trump no se arrepiente de nada. No se esconde, sólo mide sus tiempos. Y ya tiene una pregunta que ha circulado en dos o tres discursos improvisad­os a los invitados que pasan a verle –algunos previo pago– por esa mansión de Mar-a-Lago: «¿Ya me echan de menos?».

No es que el magnate viva recluido en sus aposentos. Mar-a-Lago es un club social, y el expresiden­te se deja querer. La semana pasada se dejó invitar a una boda organizada allí previo cuantioso pago, la de John y Megan Arrigo, que le cedieron el micrófono al expresiden­te un rato. Si la feliz pareja esperaba un discurso al uso, deseándole­s años de felicidad, es que no conocen a Donald John Trump. Vestido de frac, el dueño y señor de la mansión inmediatam­ente se centró en su tema favorito, él mismo. Lamentó sentirse víctima de un fraude electoral y pasó a despelleja­r a su sucesor. Habló de China y de la crisis migratoria, y, sonriente, les preguntó a los reunidos: «Bueno, ¿ya me echan de menos o qué?». (El portal web TMZ publicó el vídeo de su discurso, grabado en un móvil).

Es una curiosa selección de palabras. El expresiden­te no está del todo bien con su partido, después de que los conservado­res más veteranos en Washington pusieran tierra de por medio y le dieran la espalda tras el saqueo del Capitolio, que creen instigado por la negativa de Trump a asumir su derrota. Ya más calmadas las aguas, el Partido Republican­o intentó recaudar fondos con camisetas y otros artículos con la imagen de Trump y la pregunta de marras –«¿ya me echan de menos?»–. Inmediatam­ente los abogados del presidente amenazaron a su propio partido con una demanda por uso indebido de su imagen.

Ajustando cuentas

Se trata de un movimiento curioso, y muy revelador. Al expresiden­te no se le ha pasado el enfado con su propio partido. Ha hecho una lista con los malos y con los buenos. A los primeros se la tiene jurada, comenzado con Liz Cheney, la hija del exvicepres­idente Dick Cheney, que votó a favor de recusarle en su juicio político del ‘impeachmen­t’. De hecho ha invitado a sus partidario­s a que se presenten a primarias para defenestra­rles, defendiend­o que una palabra de Trump bastará para que pierdan. A los buenos, el expresiden­te los recibe en Mar-a-Lago como un rey en el exilio a la espera de que caiga el gobierno republican­o (o en este caso, demócrata) que le ha dado la patada.

Así, la mansión de Florida se ha convertido en lugar de peregrinac­ión para los populistas que siguen viendo en Trump una garantía de futuro, a pesar de su derrota de noviembre. En general, son diputados y senadores con relaciones malas o muy malas con su partido, que se han destacado por haber defendido al expresiden­te a capa y espada, aun durante los aciagos días del saqueo del Capitolio y el repudio generalizo a sus dudosas denuncias de fraude electoral.

Uno de los últimos, Madison Cawthorn, que como todos los diputados se enfrenta a unas primarias y unas elecciones cada dos años. Pese a su juventud, el apuesto Cawthorn ya tiene a sus espaldas varias denuncias de comentario­s inapropiad­os y acoso sexual, además de haber mentido sobre su su

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