Bosé, politólogo y científico
Mientras impartía consejos políticos resulta que era un laboratorio ambulante
MIGUEL Bosé, nacido Luis Miguel González Bosé hace 65 años, destaca en el paisaje de la industria española del espectáculo desde que yo era un chaval con aparato ortodóncico. Su padre fue el poderoso torero madrileño Luis Miguel Dominguín, de sonadas faenas dentro y fuera del coso (lidió con varias divas de Hollywood). Torero de mando y persona de ostensible magnetismo, vivió en los cincuenta unos meses de pasión con Ava Gardner, ‘el animal más bello del mundo’, una killer de la noche capaz de ventilarse hasta los botes de colonia. El torero, que al día siguiente tenía que cumplir con el morlaco, sudaba para mantener el nivel de exigencia etílicoerótica que marcaba Ava, una vitalista sin red. Sinatra, que estaba colado por ella (ahí está su lamento en el formidable disco ‘In the wee small hours’), se dejó caer por Madrid para intentar recuperarla. Pero acabó paseando su rabia y derrota por las ‘boites’ madrileñas mientras ella gozaba de sus farras toreras y flamencas. Aún así, cuando Ava agonizaba en un hospital de Londres, en enero de 1990, en su mesilla solo había una foto: la de Frank.
La madre de Miguel, Lucía Borloni Bosé, era una adolescente muy guapa que trabajaba en una pastelería de Milán. Acabó presentándose a Miss Italia y ganando, lo que le abrió las puertas del cine. Resultó una competente actriz, que llegó a rodar con luminarias como Antonioni, Buñuel y Fellini. Acabaría componiendo una anciana libre y excéntrica, de pelo azul e hilo directo con los ángeles. El carisma del torero y la actriz les granjeó relaciones como Picasso y Hemingway, y cuando a Miguel le dio por las tablas le pagaron la mejor formación internacional. El cantante, que heredó la guapura materna, empezó como fenómeno para fans. Recuerdo que a finales de los 70, mientras mi hermano y yo investigábamos los ruidos de Pistols, Ramones y Police, nuestra hermana y sus amigas vibraban con ‘Linda’ y ‘Super Superman’, de un tal Bosé. Cantante de voz justilla e innovadoras contorsiones, cabe reconocerle el mérito de haber sacado máximo partido de sus discretas cualidades, pues lleva cuarenta años dándole vueltas con gran éxito a cinco canciones.
Todo esto es perfectamente respetable. Pero había más: pontificaba de política. Fue uno de los destacados artistas progresistas de ‘la ceja’, en apoyo a Zapatero, y continúa impartiendo lecciones (ahí están sus psicodélicas teorías negacionistas del covid). En una entrevista con el habilidoso Évole, Bosé ha emergido ahora con un aspecto espectral y una extraña forma de expresarse. Relajado por el arte del ex-Follonero para el pelotilleo, reveló que hasta hace siete años vivía en un colocón permanente, con dos gramos de farlopa al día, maría, éxtasis, priva... Resulta que mientras nos daba sus grandes lecciones políticas era un laboratorio ambulante sumido en la noche más sórdida (él prefiere ‘salvaje’). El corolario es el de siempre: Don Diablo, como tantos otros gurús de aquella farándula ‘progresista’, está mucho mejor cantando y bailando en sus ‘Papitours’ que arreglando el mundo.