Florentino contra el orden mundial
El presidente del Real Madrid, con once de los clubes más poderosos del planeta, se propuso revolucionar el fútbol y ha salido malparado después de chocar con la UEFA y con todos los gobiernos europeos. Pese al chasco, Pérez está convencido de que el proyecto nacerá
Para entender bien su empeño en la Superliga, basta la siguiente anécdota de una mañana cualquiera en la vida de Florentino Pérez. Tenía un desayuno con un periodista y este le comentó que estaba citado posteriormente con el presidente de un histórico club de Chile. A Pérez el desayuno dejó de interesarle, claro, e hizo suyo el encuentro con el dirigente chileno, al que, en un visto y no visto, le organizó una Superliga sudamericana con todo tipo de beneficios. «Os juntáis con Colo-Colo, la Universidad Católica y la Universidad de Chile, habláis con Boca Juniors y River Plate, miráis en Uruguay, Brasil... El proyecto es estupendo y todos salís ganando». Mientras seguía desgranando el plan, Florentino insistía en lo poco rentable que le suponía al Real Madrid jugar contra equipos pequeños en competiciones como la Copa y la devaluación de la plantilla que acarrea el perder contra un modesto. Y todo recordando que la UEFA, a la que le ha declarado la guerra definitivamente después de esta cruenta semana de reproches y acusaciones, se lucra desde hace un porrón de años a costa de los equipos más prestigiosos del continente.
Se consume al fin esta semana de locos que ha provocado un terremoto en el mundo del fútbol y cuyas consecuencias todavía se desconocen. De la madrugada del pasado lunes hasta hoy, una revolución, la de la Superliga, que acabó en petardazo y que ofrece una imagen impactante e inusual, pues todo el mundo tiene la certeza, o tenía, de que Florentino Pérez siempre gana.
He aquí un excelente hombre de negocios, un constructor que lleva toda una vida trabajando (tiene 74 años) y cuya empresa, ACS, participa en las operaciones más ambiciosas del planeta, pero al que se le desmoronó en un periquete el sueño personal, casi una obsesión, de dar un impulso definitivo al fútbol y permanecer para siempre en los libros como quedó coronado Santiago Bernabéu con la confección de la Copa de Europa, aquel fútbol en blanco y negro que relató las primeras hazañas de un Real Madrid inalcanzable. Hay un deseo innegable en Pérez de emular al célebre presidente blanco y lleva tiempo dibujando la competición que ya no será, o no al menos como se presentó hace una semana con ese discreto y vago comunicado, un texto que, visto con perspectiva, no tenía demasiada sustancia. Era, por decirlo de alguna manera y sin entrar a valorar su contenido, una simple idea a desarrollar, pero la firma de doce de los clubes más poderosos y ricos del mundo la convertía en una amenaza inquietante para los estamentos que rigen el fútbol y en especial para la UEFA, que lo entendió como un desafío y una afrenta, de ahí su explosiva respuesta.
Real Madrid, Barcelona, Atlético de Madrid, Inter de Milán, Juventus, Milán, Tottenham, Manchester City, Chelsea, Manchester United, Arsenal y Liverpool querían montar un torneo fuera del paraguas del máximo organismo del balompié continental y romper así con la Champions League, que casualmente el lunes presentaba su nuevo formato (para 2024) y a la que consideran ya poco rentable, aquí el dinero lo es todo. Hoy, domingo 25 de abril, la Superliga europea de fútbol ya no existe, pero se hablará de ella durante meses y seguro que no muy tarde renacerá. Básicamente porque así lo desea Florentino Pérez, quien no quiere soltar ese hueso y barrunta ahora cómo darle una vuelta a este negocio que le ha herido el orgullo.
El embrión del G14
En sus explicaciones públicas, muy cuestionadas por las formas, la nula gestión comunicativa y la poca ambición de la puesta en escena (habló por primera vez en ‘El Chiringuito’, un programa deportivo nocturno en donde se puede llevar bufanda sin que a nadie le alarme), el presidente del Real Madrid repite que llevaba tres años trabajando en esto de la Superliga con sus socios de viaje, pero lo cierto es que son muchos más. Desde que aterrizó en Chamartín (su primera etapa fue de 2000 a 2006, en esta segunda lleva en la poltrona desde 2009 y sin que se atisbe ni la más mínima oposición) se empeñó en sanear la maltrecha caja fuerte, darle al club más aires de grandeza si cabe y convertir el vestuario en una constelación de estrellas galácticas imposible de calcar en estos tiempos.
Mientras, en los despachos lideraba la creación del G14, un grupo con los 14 clubes más poderosos (Real Madrid, Barcelona, Juventus, Milán, Inter de Milán, Liverpool, Manchester United, Bayern Múnich, Borussia Dortmund, Olympique de Marsella, PSG, Ajax, PSV y Oporto) y a los que se sumarían después Arsenal, Valencia, Bayer Leverkusen y Olympique de Lyon con el objetivo de negociar con la UEFA y, entre otras cosas, denunciar el desamparo de esas entidades ante la cesión de futbolistas para el fútbol de selecciones. Ese G14 derivó en la ECA (Asociación de Clubes Europeos) y claramente fue el embrión de esta Superliga que ni siquiera ha llegado a nacer.
Florentino Pérez siempre ha tenido un concepto grandilocuente de los deportes. En el epílogo de su etapa estudiantil, pasó una temporada en San José (California) conviviendo con la familia Spencer (sigue man
Decepcionado Florentino reconoce estar «triste» y sorprendido por la agresividad de Ceferin y otros líderes políticos Necesidad El presidente del Madrid sabe que no puede luchar contra clubes-estado ni contra grandes fortunas
teniendo contacto con ellos más de medio siglo después) y ahí quedó prendado de todo lo que ofrece Estados Unidos. Los partidos, da igual el deporte, trascienden a la competición y al joven Florentino le entusiasmó ese sentido tan propio de los norteamericanos por el espectáculo. Una canasta siempre será más rentable con un perrito caliente, con la camiseta del equipo de turno comprada a precio de oro y con tantas interrupciones como sean necesarias para que las teles sigan moviendo dólares y alimentar así a las franquicias. Europa, más seria y tradicional, no iba a asumir con naturalidad algo así, pero en cierto modo el deporte ha ido mutando y competiciones tan históricas como la Copa Davis, por poner un ejemplo, han renunciado al romanticismo a cambio de una catarata de millones que antes no existía. Salvando las distancias, la Superliga tenía que ser eso, un torneo con los mejores conjuntos del planeta –los doce fundadores, tres más a camelar y cinco que serían invitados anualmente e irían rotando– a cambio de un dineral de unos 7.000 millones de euros. En definitiva, más billetes para los ricos, a los que se les debe cuestionar la gestión de sus recursos más allá de las devastadoras consecuencias que ha generado esta pandemia.
Todo parecía atadísimo, con un banco de prestigio como JP Morgan avalando el negocio, con doce tiburones aliados, en un supuesto pacto de sangre, dispuestos a terminar de una vez con la tiranía de FIFA y UEFA, «un monopolio» según Pérez. Florentino se ha hartado estos días de denunciar la «falta de transparencia» de los gobiernos futbolísticos y lamenta, por ejemplo, que no se pueda conocer el salario de Aleksander Ceferin, presidente de la UEFA y –desde ya– enemigo público número uno, mientras todo el mundo puede acceder a sus ganancias a través de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Es una relación tirante y ahora mismo insalvable, con tensos episodios como el del reparto de entradas en finales de Champions. No es más que una anécdota en toda esta disputa, pero el Madrid, en la décima conquistada en Lisboa, tuvo que hacer malabares para poder dar boletos a sus jugadores, y eso enrabietó muchísimo a Pérez, quien no entendía por qué la UEFA contaba con tantas entradas o más que los finalistas.
Estampida inglesa
El caso es que en 48 horas la Superliga reventó y Florentino Pérez se quedó solo con Joan Laporta en el barco, aunque todavía hoy insiste el presidente del Madrid en que aquí nadie ha abandonado. Los clubes ingleses, sin palabra y sin compromiso, huyeron en manada ante el clamor de sus aficiones y, sobre todo, ante el rechazo frontal del gobierno de Boris Johnson, feliz en estos charcos que le recuerdan al Brexit. «Les han puesto una pistola en el pecho», relata un alto dirigente de uno de los equipos que estaba en la fundación del torneo y que admite que no esperaban tanta animadversión. El mismo Florentino, en sus apariciones en la ‘Ser’ y en ‘As’, compartió su asombro ante el tono de Ceferin y de varios líderes políticos. «Todo lo que ha pasado ha sido lamentable, con insultos y amenazas. Nos ha sorprendido su violencia».
El mandamás blanco, siempre pendiente de los medios de comunicación y del qué dirán, no se esperaba un rechazo tan grande ni este desenlace tan abrupto. «Estoy triste y decepcionado», reconoce sin darse por vencido. Sostiene que la Superliga saldrá tarde o temprano y muchos apuntan a que su obstinación responde a la cruda realidad del Madrid: inmerso en una obra faraónica para convertir el Bernabéu en el estadio más espectacular del universo (su otra obsesión), y pese a dirigir la entidad más importante de la historia del fútbol, en estos tiempos no puede competir en igualdad contra clubes-estado ni contra jeques multimillonarios. Ni siquiera siendo Florentino Pérez, el hombre que desafió al orden mundial.