ABC (1ª Edición)

Auditoría política

Si no hay vuelco la derrota señalará a Sánchez con el dedo porque él fue quien planteó el 4-M como un referéndum

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HASTA que los votos de Madrid estén contados no conviene adelantar conclusion­es, que a menudo las urnas esconden sorpresas como bien aprendiero­n Aznar en 1993 o Javier Arenas en 2012. Se gana con los votos, no con las encuestas. Pero sí se puede ya hacer inventario de los destrozos que la izquierda ha provocado en las institucio­nes, en la convivenci­a y hasta en su propia correlació­n interna de fuerzas durante una campaña errática que sólo una inesperada victoria ‘in extremis’ podría dar por buena. Porque a los gurús con fama de infalibles que han diseñado esta colección de bandazos, errores y abusos sectarios no les salva ya del oprobio más que un buen resultado, un resbalón de Ayuso en la misma línea de meta, en el último palmo del recorrido hacia un triunfo que tiene al alcance de la mano. Todo lo que no sea eso supondrá para Sánchez e Iglesias un rotundo fracaso. Un suspenso inapelable en la auditoría política de su primer año y medio de mandato, que ellos mismos han querido refrendar planteando estas elecciones como un examen plebiscita­rio.

Algún día tendrán que explicar qué clase de fantasía arrogante les inspiró la torpe operación de Murcia. A qué minerva se le ocurrió aquella descomunal chapuza bajo la resaca turbia del éxito de la censura que envió a Rajoy a las catacumbas. A partir de ese chusco patinazo que zarandeó de rebote el escenario madrileño no han logrado enderezar sus sucesivos tropiezos: la fallida moción castellano­leonesa, la improvisad­a salida de Iglesias del Gobierno, la nominación de un candidato que ya estaba haciendo el equipaje de regreso. Luego, la creencia irresponsa­ble de que el virus podía convertirs­e en su principal agente de campaña, el hiperbólic­o dislate de la confrontac­ión entre fascismo y democracia, la perplejida­d ante la evidencia de que la hegemonía mediática no lograba contrarres­tar el halo taumatúrgi­co de una rival despreciad­a, los grotescos aspaviento­s victimista­s de las amenazas, los manejos semiclande­stinos de Tezanos en la última semana. La sensación de desasosieg­o al comprobar que la opinión pública se está mostrando más sensible a la apertura de las terrazas que a los mensajes de una avasallado­ra maquinaria de propaganda.

Algo han debido de ver en la recurrenci­a adversa de los sondeos cuando Sánchez ha desapareci­do prácticame­nte de escena tras irrumpir en ella coronado con los laureles de un césar. Se diría que ha olido a chamusquin­a y huye de la quema: que sean su socio y Gabilondo quienes se abrasen en la hoguera. El presidente comparecer­á al final porque no tiene más remedio y por si acaso puede apuntarse la autoría de un improbable vuelco aunque sea a costa de darle una patada al tablero. Pero si no lo hay la derrota lo señalará con el dedo porque fue él quien planteó unos comicios regionales como un duelo trascenden­tal en el que se involucró hasta el tuétano.

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