ABC (1ª Edición)

Israel, Israel...

Israel es lo que una vez soñamos llegar a ser los europeos. Sin lograrlo

- GABRIEL ALBIAC

EN el corazón del mar de las teocracias, Israel es una isla de libertad. Admirable. Europa lleva decenios negándose a entenderlo. En este tiempo, que ve la regresión continua de la libertad europea, un país que nació en guerra hace 73 años, y que en guerra sigue, ha logrado perseverar sin abolir jamás libertades ciudadanas. No hay precedente.

1948: apenas proclamada una independen­cia acorde con el dictamen de la ONU, Israel fue invadida por los ejércitos árabes en todas sus fronteras. El programa de la Liga Árabe era inequívoco: retomar en Palestina el proyecto hitleriano –al cual, por otra parte, ya el Gran Muftí Al-Hussayni se había sumado en 1941– y exterminar a los judíos sobre su territorio.

La rapidez y eficiencia con que las milicias judías se trocaron en un moderno ejército, el Tsahal, fue clave para volcar la correlació­n de fuerzas. Más esencial aún fue el envite de forjar un sistema de libertades democrátic­as que ninguna emergencia militar pudiera echar abajo. Así ha perseverad­o hasta hoy, a lo largo de esos ocho decenios en los cuales Israel se asentó como modelo de democracia moderna. Eso que pudo ser Europa. Eso que cada vez somos menos. Puede que nuestra incomprens­ión hacia quienes defienden en el Cercano Oriente ilustració­n frente barbarie, se reduzca a un oscuro resentimie­nto. Israel es lo que una vez soñamos llegar a ser los europeos. Sin lograrlo.

De nuevo, Israel empezó a ser bombardead­a la semana pasada. Esta vez desde Gaza, territorio cedido por Israel sin contrapart­ida, en busca de un acuerdo similar al que la entrega del Sinaí permitió firmar con Egipto. Pero Gaza se convirtió entonces en un matadero entre palestinos. Cuando Hamás acabó de asesinar o expulsar a los hombres de la OLP, comenzó el hostigamie­nto contra quienes habían tenido la osadía de regalarles la independen­cia sin cobrarles nada. Es la lógica del gran juego iraní. Y, en España, la lógica de Iglesias. En Gaza, Hamás no es otra cosa que una sección de los Pashdarane­s iraníes. Mandos militares y armamento son desplegado­s por Irán en esa frontera, desde la cual las ciudades de Israel están a tiro de kalashniko­v.

Basta dar un paseo por las afueras de Jerusalén para poder atisbar, a ojo desnudo, las posiciones de los tiradores enemigos. Los ametrallam­ientos de las viviendas fronteriza­s son continuos. Los envíos de artefactos incendiari­os sobre los cultivos israelíes forman parte de la normalidad. Luego, de vez en cuando, los morteros o misiles iraníes toman el relevo. Y Jerusalén o Tel Aviv son bombardead­as. Sólo entonces la aviación de Israel procede a fulminar las bases de lanzamient­o. Que, como por azar, están siempre situadas en zonas de densa población civil: pero es que los escudos humanos son una noble tradición palestina. Y entonces, sólo entonces, Europa se lamenta. Pero nunca contra Hamás.

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