Israel, Israel...
Israel es lo que una vez soñamos llegar a ser los europeos. Sin lograrlo
EN el corazón del mar de las teocracias, Israel es una isla de libertad. Admirable. Europa lleva decenios negándose a entenderlo. En este tiempo, que ve la regresión continua de la libertad europea, un país que nació en guerra hace 73 años, y que en guerra sigue, ha logrado perseverar sin abolir jamás libertades ciudadanas. No hay precedente.
1948: apenas proclamada una independencia acorde con el dictamen de la ONU, Israel fue invadida por los ejércitos árabes en todas sus fronteras. El programa de la Liga Árabe era inequívoco: retomar en Palestina el proyecto hitleriano –al cual, por otra parte, ya el Gran Muftí Al-Hussayni se había sumado en 1941– y exterminar a los judíos sobre su territorio.
La rapidez y eficiencia con que las milicias judías se trocaron en un moderno ejército, el Tsahal, fue clave para volcar la correlación de fuerzas. Más esencial aún fue el envite de forjar un sistema de libertades democráticas que ninguna emergencia militar pudiera echar abajo. Así ha perseverado hasta hoy, a lo largo de esos ocho decenios en los cuales Israel se asentó como modelo de democracia moderna. Eso que pudo ser Europa. Eso que cada vez somos menos. Puede que nuestra incomprensión hacia quienes defienden en el Cercano Oriente ilustración frente barbarie, se reduzca a un oscuro resentimiento. Israel es lo que una vez soñamos llegar a ser los europeos. Sin lograrlo.
De nuevo, Israel empezó a ser bombardeada la semana pasada. Esta vez desde Gaza, territorio cedido por Israel sin contrapartida, en busca de un acuerdo similar al que la entrega del Sinaí permitió firmar con Egipto. Pero Gaza se convirtió entonces en un matadero entre palestinos. Cuando Hamás acabó de asesinar o expulsar a los hombres de la OLP, comenzó el hostigamiento contra quienes habían tenido la osadía de regalarles la independencia sin cobrarles nada. Es la lógica del gran juego iraní. Y, en España, la lógica de Iglesias. En Gaza, Hamás no es otra cosa que una sección de los Pashdaranes iraníes. Mandos militares y armamento son desplegados por Irán en esa frontera, desde la cual las ciudades de Israel están a tiro de kalashnikov.
Basta dar un paseo por las afueras de Jerusalén para poder atisbar, a ojo desnudo, las posiciones de los tiradores enemigos. Los ametrallamientos de las viviendas fronterizas son continuos. Los envíos de artefactos incendiarios sobre los cultivos israelíes forman parte de la normalidad. Luego, de vez en cuando, los morteros o misiles iraníes toman el relevo. Y Jerusalén o Tel Aviv son bombardeadas. Sólo entonces la aviación de Israel procede a fulminar las bases de lanzamiento. Que, como por azar, están siempre situadas en zonas de densa población civil: pero es que los escudos humanos son una noble tradición palestina. Y entonces, sólo entonces, Europa se lamenta. Pero nunca contra Hamás.