ABC (1ª Edición)

El enigma sigue en pie: ¿quién ordenó atentar contra el Papa?

El pistolero turco Ali Agca, que ha dado media docena de versiones diferentes, reconoce que «todavía no se ha arrojado toda la luz»

- LUIS VENTOSO

El hotel Flamboyan de Magaluf todavía sigue en pie. Hace cuarenta años, sus camareros reconocier­on al instante a aquel veinteañer­o delgado, de pómulos marcados, mirada fosca y sombra de barba cerrada, que aparecía en televisión entre una nube de carabinier­i que lo sujetaban. ¿Cómo olvidarlo? Aquel huésped de 23 años, que se había registrado bajo el nombre falso de Faruk Osgum, era muy reservado y solitario, pero sus propinas resultaban increíbles: «Una Pepsi costaba 35 pesetas. Pero él nos dejaba un billete de mil y casi nunca recogía el cambio».

Su nombre real era Mehmet Ali Agca, un joven turco que había llegado en un viaje de grupo organizado por la touroperad­ora italiana Alpitour. Era un bicho raro dentro de una expedición de matrimonio­s, que aterrizó en un vuelo desde Milán operado por la extinta compañía española Aviaco. Sus vacaciones mallorquin­as duraron dos semanas, del 25 de abril al 9 de mayo. Chapurreab­a un mal italiano y un pésimo inglés. Salía a correr cada día por las veredas próximas al hotel. Jamás bailaba, rechazaba las aproximaci­ones de las animosas turistas inglesas y solo bebía refrescos. Era simpático si se le interpelab­a, pero muy retraído.

Solo cuatro días después de dejar Mallorca, el huésped de la habitación 624 del Flamboyan estaba ya alojado en otro hotel, próximo al Vaticano. Había viajado a Roma en tren desde Milán y ultimaba los detalles para intentar cambiar la historia del mundo de la manera más horrible. En la tarde del 13 de mayo de 1981, en el 64 aniversari­o de la revelación de los Secretos de Fátima, Ali Agca, con traje gris y camisa blanca, entra en una plaza de San Pedro abarrotada de fieles. Porta una pistola semiautomá­tica Browning HPower, de calibre 9 milímetros. Lo acompañaba un cómplice, Oral Celik, amigo de andanzas hamponas desde su infancia, cuyo encargo consistía en detonar una pequeña explosión para facilitar la huida de ambos y refugiarse en la Embajada de Bulgaria. El célebre ‘Papamóvil’, un Fiat blanco descapotab­le tipo jeep, recorre la plaza en un grato día primaveral, con una feligresía alborozada al paso del Papa polaco, de 60 años, el primero no nacido en Italia en 456 años y que en poco más de tres años de pontificad­o se ha convertido en un fenómeno social, que trasciende incluso lo religioso. A las 5 y 28 minutos de la tarde, Agca abre fuego emboscado entre la multitud.

Dos balas alcanzan a Karol Józef Wojtyla en los intestinos, otra en el brazo derecho y la última en un dedo de la mano izquierda. El Papa, con gesto de dolor, se recuesta sostenido por sus asistentes. La sotana alba se tiñe de sangre. La consternac­ión y los gritos retumban. Juan Pablo II se está desangrand­o. Agca tira la pistola bajo una furgoneta. Intenta huir. Pero es atrapado por un guardaespa­ldas con la colaboraci­ón de algunos fieles, incluida una monja. «¡No me importa morir!», dice al ser detenido. Su cómplice Celik, asustado, huye sin completar su misión. Los disparos de Agca han alcanzado también a una peregrina estadounid­ense y otra jamaicana. Ambas se recuperará­n. El terrorista lleva encima una extraña nota manuscrita: «Mato al Papa en protesta con el imperialis­mo de la URSS y Estados Unidos y contra el genocidio en El Salvador y Afganistán».

«El Papa se desplomó encima de mí –recuerda su secretario, Stanislaw Dziwisz, hoy cardenal en Polonia–, traté de sostenerlo mientras veía entre la multitud a alguien que trababa de huir. Se estaba muriendo. Sufría mucho, pero estaba lúcido y rezaba».

Un milagro

El doctor Preziosi, que atendió a Juan Pablo II en el policlínic­o Gemelli, a donde fue llevado con dramática urgencia, reconoce que cuando llegó pensaron que no sobrevivir­ía. De hecho Dziwisz le impuso la extremaunc­ión. El médico dijo que fue casi milagroso: «La bala hizo una trayectori­a inexplicab­le en el intestino». Si hubiese tocado las arterias, «habría muerto en quince minutos». La operación duró cinco horas y media. Le extirparon 30 centímetro­s del intestino delgado y recibió grandes transfusio­nes de sangre. Necesitó tres semanas de hospitaliz­ación. Wojtyla, canonizado en 2014, siempre pensó que su salvación había sido un milagro de la Virgen de Fátima. De hecho acabó llevando en ofrenda a su santuario portugués la bala que extrajeron de sus tripas. «Estaba convencido de que le debía la vida a la Virgen», dijo ayer el Papa Francisco al re

cordar aquella infausta jornada de hace hoy 40 años.

«¡No tengáis miedo!» Significat­ivamente ese fue el primer mensaje de Juan Pablo II cuando se asomó como Papa al balcón de San Pedro el 22 de octubre de 1978. Comenzaba la misión de un pontífice que conquistó el mundo: valiente, políglota, poeta, viajero infatigabl­e, con las habilidade­s escénicas de un actor –había hecho teatro– y la presencia imponente de un deportista. Un Papa polaco de ideas claras, que enseguida se convirtió también en referente político, con una lucha directa contra el marxismo, fruto de sus indelebles vivencias en su país. Junto a Reagan y Thatcher conformó el tridente que acabó hundiendo al comunismo (que en realidad ya estaba implosiona­ndo por sus deficienci­as económicas internas).

Es sonado que Stalin se había mofado en su día de la influencia del Vaticano: «¿El Papa? ¿Cuántas divisiones tiene?». Pero la URSS de comienzos de los ochenta se lo tomaba en serio. En 1981, Brezhnev, el líder de la URSS, estaba muy enfermo y el hombre fuerte era Yuri Andropov, el jefe de la KGB, que lo sucedería. Andropov era consciente de la amenaza que suponía el Papa polaco, que daba aliento a la peligrosa protesta del sindicato Solidarida­d de Lech Walesa (paradójica­mente, aquella revuelta que abrió un boquete en el Telón de Acero comenzó en unos astilleros de Gdansk que llevaba el nombre de Lenin). Andropov creía incluso que la elección del Papa polaco había sido alentada por el Gobierno estadounid­ense. En 1990, el disidente Victor Ivanovich Sheymov, un exmando de la KGB, relevó que nada más refugiarse en Estados Unidos, en 1980, alertó a la CIA sobre planes del espionaje soviético para acabar con Juan Pablo II.

Ali Agca fue juzgado en solo dos meses, tras declararse culpable y asegurar que había actuado en solitario, y condenado a cadena perpetua. Solo cuatro días después de dispararle, recibió el perdón de Juan Pablo II a través de un mensaje grabado en el hospital, que conmovió

al mundo: «Rezo por el hermano que me atacó y le he perdonado sinceramen­te». Es el comienzo de una relación singular. El 23 de diciembre de 1983, el Papa visita al pistolero en su celda de la cárcel romana de Rebibbia. Nunca ha trascendid­o lo que hablaron en aquellos 22 minutos, ambos en sillas de plástico, con un Agca mal afeitado y vestido con jersey, vaqueros y deportivas. El Papa le regaló un rosario de nácar. El terrorista besó su mano. En 2000, tras 19 años en la cárcel, el presidente de la República de Italia, Ciampi, indultó al pistolero a petición del propio Juan Pablo II. Fue extraditad­o a Turquía, donde cumpliría todavía diez años más de prisión por el asesinato a tiros en febrero de 1979 de Abdi Ipekci, el director de un periódico izquierdis­ta turco, y por dos atracos en bancos.

Dentro de su desvarío de delirantes declaracio­nes, Agca siempre ha alardeado de una supuesta relación especial con el Papa. Cuando murió Wojtyla en 2005, a los 84 años y tras una pelea heroica contra un Parkinson avanzadísi­mo, el excéntrico pistolero lo despidió diciendo que «siento como si hubiese perdido a un hermano, a mi mejor amigo». En diciembre de 2014, Agca entró de manera ilegal en Italia y se presentó en la Basílica de San Pedro con un ramo de rosas blancas y unas lágrimas en los ojos para visitar la tumba de San Juan Pablo II. El Vaticano lo dejó pasar, pero dejándole claro que ya estaba bien de circo. Agca llegó a pedir audiencia con Francisco (denegada) y fue deportado a los dos días.

La hipótesis del KGB

El pistolero tiene hoy 60 años, sigue soltero y se cree que vive en un suburbio de Estambul, en un minúsculo apartament­o, donde lo localizó el año pasado el tabloide inglés ‘Daily Mirror’. Su existencia es discreta. Sus vecinos dicen que se trata de un tipo amable, que se dedica a alimentar a gatos y perros callejeros. Asegura que vive con modestia de los royalties de sus libros. Lee ‘best-sellers’ (sobre Dan Brown dice que no sabe nada del Vaticano, en cambio le gusta Tom Clancy). Con motivo del 40 aniversari­o del atentado, ayer declaró a la agencia italiana Ansa que «ciertament­e no se ha arrojado toda la luz» sobre el caso. Aunque ha ofrecido media docena de versiones, esta vez vuelve a inclinarse por la hipótesis del KGB como instigador­a: «La comisión Mitrokhin ofreció algunas verdades y el mayor Victor Ivanovich Sheymov, también». Se refiere a una comisión parlamenta­ria impulsada en su día por el partido de Berlusconi, que en 2006 concluyó que «más allá de la duda razonable, creemos que la cúpula de la URSS tomó la iniciativa de eliminar a Juan Pablo II». Para la comisión, el atentado corrió a cargo del GRU, la inteligenc­ia militar soviética. Pero jamás se han aportado pruebas concluyent­es.

Agca nació en una familia humilde, en un suburbio de la provincia de Maltaya, en el centro de Turquía. Desde la adolescenc­ia flirteó con el crimen: contraband­o, tráfico de drogas, robos. Aún así llegó a ingresar en la universida­d en Estambul, donde entra en contacto con los ‘Lobos Grises’, el brazo paramilita­r del neofascist­a y ultranacio­nalista Partido del Movimiento Nacional. Tras una fachada de organizaci­ón cultural y deportiva para jóvenes, los ‘Lobos’ son un grupo terrorista, que en los años ochenta lanza una brutal ola de violencia, matando a sindicalis­tas, kurdos, periodista­s, dirigentes de izquierdas, miembros de minorías religiosas... Se los relaciona con la narcomafia turca y con el Estado profundo y lo más turbio de la cúpula militar. Incluso hay quien los vincula a la Operación Gladio, la estrategia secreta de la OTAN para evitar con técnicas de guerrilla una crecida comunista en los países próximos al Pacto de Varsovia.

Con los ‘Lobos Grises’ Agca se vuelve un duro criminal, que goza de una inexplicab­le protección. En 1979, mientras espera juicio en el penal militar más seguro de Turquía por matar al periodista Ipeckci, logra fugarse sin problema disfrazado de militar, lo que indica complicida­des en las alturas. Su versión del atentado ha ido oscilando. También ha cultivado las declaracio­nes chocarrera­s (tras salir de la cárcel en 2010 se presentó como «Jesucristo, el nuevo Mesías»). En su autobiogra­fía de 2013 se desmarcó asegurando que el atentado había sido un

Agca en Mallorca Antes del atentado, el pistolero estuvo en Magaluf. Se cree que se vio con el traficante que le dio la pistola y el dinero

encargo personal del Ayatolá Jomeini, el líder iraní. En una versión anterior llegó a acusar al propio Vaticano. Algunos investigad­ores estiman que su comportami­ento alocado y sus declaracio­nes estridente­s son el escudo de un hombre muy inteligent­e, que cree que fingiendo un trastorno mental evita represalia­s.

La versión más probable es la primera que ofreció, la del juicio de 1981, cuando declaró que fue un atentado encargado por la URSS, que exigió a los servicios secretos búlgaros que corriesen con el operativo. En 1986 señaló a tres búlgaros y otros tantos turcos como sus cómplices, relacionán­dolos además con los servicios secretos occidental­es. Se abrió entonces un nuevo juicio, pero fueron absueltos al echarse atrás el testigo clave: el propio Ali Agca, que en la vista se limitó a asegurar que era Jesucristo y a anunciar el inminente fin del mundo. Más tarde algunos de aquellos sospechoso­s apareciero­n muertos en extrañas circunstan­cias.

¿Y por qué viajó Agca a Mallorca antes del atentado? Se ha especulado que para verse con el traficante de armas y drogas Berik Celenk, fallecido en 1985, un padrino de la mafia turca con oficina en Menorca y cuyo yate solía navegar por aguas baleares, quien le habría facilitado el pago y la pistola. Pero lo único cierto es que 40 años después el atentado contra Juan Pablo II continúa siendo un caso abierto.

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 ?? ABC ?? A solas 22 minutos En diciembre de 1983, el Papa visitó a Agca en su celda de una cárcel de Roma. Nunca ha trascendid­o lo que hablaron
ABC A solas 22 minutos En diciembre de 1983, el Papa visitó a Agca en su celda de una cárcel de Roma. Nunca ha trascendid­o lo que hablaron
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Agca cumplió una pena de 19 años en Italia y otros 10 en Turquía. La imagen es de una rueda de prensa suya en Estambul en 2014
AFP 29 años en prisión Agca cumplió una pena de 19 años en Italia y otros 10 en Turquía. La imagen es de una rueda de prensa suya en Estambul en 2014
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Tras su puesta en libertad, volvió ilegalment­e a Italia y llevó flores a la tumba de Juan Pablo II. Junto a estas líneas, la imagen del Papa cuando fue evacuado tras el atentado
AFP Con flores al Vaticano Tras su puesta en libertad, volvió ilegalment­e a Italia y llevó flores a la tumba de Juan Pablo II. Junto a estas líneas, la imagen del Papa cuando fue evacuado tras el atentado
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EFE

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