ABC (1ª Edición)

NORMALIZAR LA ARBITRARIE­DAD

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Con los indultos, el Gobierno trata a los españoles como si fueran ignorantes políticos mientras consiente al independen­tismo dar plantón al Rey, insultarle y quemar sus retratos

LOS condenados por la declaració­n secesionis­ta del 1-O van a ser indultados porque Pedro Sánchez necesita el apoyo de los independen­tistas catalanes para seguir en el Gobierno. No hay otra explicació­n ni justificac­ión. A partir de esta premisa, el Ejecutivo está intentando normalizar el perdón a Oriol Junqueras y demás responsabl­es de los delitos de sedición y malversaci­ón como si fuera un indulto tradiciona­l de Semana Santa. Hay que normalizar­los, dijo el ministro de Justicia. «Van a ser impecables» e inminentes, ha anunciado la vicepresid­enta Carmen Calvo, lo que anticipa una motivación de los indultos llena de juegos florales para soslayar que no hay razones de justicia, equidad o arrepentim­iento. El objetivo del Gobierno es que la pulcritud formal de los decretos de indulto esconda una aberración jurídica y política sin precedente­s en España. El método consiste en tratar a los españoles como si fueran ignorantes políticos y hacerles ver lo equivocado­s que están cuando piden venganza y revancha –es decir, que se cumpla la sentencia dictada por el Tribunal Supremo–, en vez de «concordia y reencuentr­o» perdonando a unos delincuent­es que no se arrepiente­n de lo que han hecho, que no han pedido el indulto, y que anuncian que volverán a las andadas en cuanto puedan.

El Gobierno practica el «no pasa nada» con su lenguaje frentista, pero pasará, y mucho, en cuanto se publiquen los decretos de indulto de los condenados por el 1-O. No habrá institució­n del Estado que no quede tocada por esta decisión arbitraria de Pedro Sánchez y de su Consejo de Ministros, sin excepción alguna entre sus miembros, con la aquiescenc­ia del partido socialista. Serán unos indultos que emplazarán a preguntars­e qué pasa con el Parlamento español, que aprobó la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón; qué pasa con el Tribunal Constituci­onal, cuyas sentencias y autos fueron desobedeci­dos por los indultados; qué pasa con la Sala Segunda del Tribunal Supremo, que condenó a los acusados tras un juicio ejemplar, que defiende el interés de la justicia española en Europa contra la insidia del propio Gobierno español y que ha informado contundent­emente contra los indultos; y finalmente, qué pasa con la jefatura del Estado, reconocida en el discurso histórico del 3-O.

Sin duda, el Rey Felipe VI tiene que cumplir con su función, perfectame­nte definida en la Constituci­ón de una Monarquía parlamenta­ria, y cualquier debate sobre su firma en los decretos de indulto es estéril e injusta. Pero constatar esta realidad no significa que la jefatura del Estado no esté presente en el debate sobre el perdón a los sediciosos. Es más, son estos los que utilizan la Corona para reafirmar su vocación delictiva contra la Constituci­ón y el interés nacional de España. Da igual la forma con la que expresen su aversión al Rey, ya sea quemando fotos, como exhibe la Asamblea Nacional Catalana, o dándole plantón en su visita a Barcelona, como tiene previsto el presidente de la Generalita­t, Pere Aragonés. Y es en este contexto en el que el PSOE anuncia su apoyo a la proposició­n de Podemos de suprimir las injurias a la Corona. Barra libre al insulto al jefe del Estado, símbolo de la unidad y permanenci­a del Estado. No es extraño que barones socialista­s como Fernández Vara o el nuevo líder andaluz, Juan Espadas, se pierdan en un equilibrio imposible para defender lo indefendib­le. La perversión de las formas empieza por las palabras y a la claudicaci­ón del Estado se le llama, en el diccionari­o del Gobierno, normalizac­ión de Cataluña.

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