ABC (1ª Edición)

La rúbrica

El Rey carece de margen para la objeción de conciencia. Son las reglas y ha de obedecerla­s por mucho que nos duela

- IGNACIO CAMACHO

SI sigues creyendo que el Rey puede negarse a firmar los indultos de los separatist­as, simplement­e estás equivocado. No, no es una opinión; en este asunto no caben opiniones, ni tuyas ni mías; aunque resulte antipático asumirlo, se trata de una cuestión categórica, objetiva, que nos queda por encima y no admite interpreta­ción distinta. La situación escapa a sus atribucion­es y por tanto no sólo no debe –materia opinable, ¿ves?– sino que sobre todo no puede. En sentido literal: no tiene poderes. Y si no puede, está de más discutir por qué tampoco debe. Eso otro día, si quieres.

No puede, lamento repetir tanto el verbo, porque se lo impide la Constituci­ón. Punto. Se llaman ‘actos debidos’, sintagma imperativo que consiste, en román paladino, en la obligación de sancionar con su firma, meramente nominal, simbólica si quieres, los acuerdos del Congreso y del Consejo de Ministros. Expedir, dice el artículo 62, lo que significa que en nuestro ordenamien­to jurídico la función sancionado­ra de la Corona es automática –artículo 91: quince días de plazo–, desprovist­a de trascenden­cia y de contenido político, y carece de capacidad de veto absoluto o suspensivo. Por esa razón es imposible atisbar complicida­d alguna con un acto injusto, como de forma alocada o ignorante ha sugerido Díaz Ayuso, ni la rúbrica real contrae compromiso alguno en caso de que el Supremo revocase la medida de gracia a consecuenc­ia de un eventual recurso. De hecho, numerosas leyes y decretos han sido declarados inconstitu­cionales sin que quepa reclamar al Monarca ningún tipo de responsabi­lidades.

Tampoco está a su alcance la abdicación temporal, como en Bélgica, porque en España esa renuncia requiere de una ley que, al igual que sucedió con la de Juan Carlos I, ha de aprobar el Parlamento. Imagínate, tal como están las cosas y con las ganas que tienen algunos de jugar al fútbol con la Corona como pelota. ¿La baja por enfermedad? Sería fraudulent­a. Desengáñat­e, no hay manera. Olvida las intoxicaci­ones sobre una presunta objeción de conciencia. Felipe VI tendrá que tragarse la humillació­n torticera –tan amarga como inevitable, por mucho que nos duela– que pretende inferirle la izquierda. Son las reglas y él es el primero que está obligado a obedecerla­s. A cumplir la Carta Magna entera.

Y claro que se trata de una felonía, de una afrenta, de un agravio que lo trasciende a él para dirigirse contra todo el Estado y en especial contra la justicia que emana del pueblo soberano. Cuando establecie­ron el refrendo, los constituye­ntes sabían que el Rey tendría que suscribir leyes que le repugnaran, pero no imaginaron que el mismísimo Gobierno iba a cometer la infamia de forzarlo a rehabilita­r a los autores de un golpe contra la integridad física e institucio­nal de España. Y con seguridad esa idea le mortifica tanto como a ti. Con una pequeña diferencia: él no vota... y tú sí.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain