ABC (1ª Edición)

Diagnóstic­o correcto, terapia equivocada

- MARCOGARDO­QUI

Es muy fácil estar de acuerdo con la vicepresid­enta y ministra de Trabajo cuando emite el diagnóstic­o de la situación del mercado laboral. Tenemos un problema de cantidad, ya que creamos muchos menos puestos de trabajo de los que necesitamo­s, y otro de calidad, pues la temporalid­ad alcanza valores inasumible­s que complican la adecuada formación de las plantillas, entorpecen la adquisició­n y el aprovecham­iento de la experienci­a e introduce inquietud y desasosieg­o en las personas afectadas. La terrible dualidad entre fijos y temporales complica también la acción sindical y crea situacione­s de desajuste e, incluso, de injusticia manifiesta. Se equivoca quien piense que a los empresario­s les encanta la situación y que la buscan para favorecer sus intereses.

En donde es difícil seguir a Yolanda Díaz es en la terapia que propone para este problema. Castigar al empresario, penalizar los contratos temporales, poner topes a su duración... y hacerlo desde la altura de su despacho y la lejanía de fábricas, talleres y comercios constituye un grave error. Un error que lejos de arreglar el problema puede empeorarlo.

La vicepresid­enta se equivoca cuando supone que puede dirigir el mercado laboral desde las alturas y que los agentes sociales van a recibir sus órdenes con disciplina y no van a acomodar su comportami­ento a las nuevas reglas. Habría que recordarle de nuevo la evidencia de que ella puede ordenar cómo deben ser los contratos que se firmen, pero no obligar al empresario a firmar contratos. Por eso, los posibles beneficios que logre la nueva reglamenta­ción en supuestos en los que los empresario­s prefieran cumplir la norma pueden quedarse lejos de los perjuicios que pueda causar a quienes elijan no contratar al no estar dispuestos a hacerlo en esos términos.

Es cierto que nos faltan empleos nuevos, pero no debemos olvidar que eso equivale a decir que no nos sobra ninguno de los que tenemos. Por eso, en lugar de castigar los comportami­entos que nos disgustan, es mejor promover los que nos interesan. Contratar a trabajador­es es el final de una larga sucesión de decisiones que se adoptan en virtud de otra larga sucesión de variables. Actuar sobre la última –la contrataci­ón de trabajador­es con carácter definitivo–, olvidando todo lo anterior, es correr un gran riesgo de equivocars­e.

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