ABC (1ª Edición)

El camello y el mosquito

Ortega Lara fue elegido como chivo expiatorio de toda la sociedad española

- JUAN MANUEL DE PRADA

AFIRMÁBAMO­S en un artículo anterior que en España se ha consumado lo que C. S. Lewis llamaba «la abolición del hombre»: el moldeamien­to de una generación incapaz de discernir un orden moral objetivo. Una generación para la que ‘bueno’ y ‘malo’ se convierten en palabras vacuas cuyo contenido los Manipulado­res pueden establecer arbitraria­mente. Esta ‘abolición del hombre’, que se demuestra en la plácida aquiescenc­ia con que el pueblo español acoge leyes aberrantes, se demuestra también en las causas que provocan su repudio o indiferenc­ia moral.

Hace unos días, los Manipulado­res montaron un gran aquelarre a los mozos de Vox, por el ‘señalamien­to’ del editor de una revistucha donde se habían publicado unas caricatura­s de diversos miembros de su partido. El ‘señalamien­to’ en cuestión, por cierto, consistió en designar al editor de la revista, así como la dirección de su empresa (datos, por lo demás, de público y fácil acceso). Pero esta leve falta de sindéresis provocó oleadas de indignació­n entre los Manipulado­res, que la tildaron de atentado contra la ‘libertad de expresión’, provocando de inmediato la reacción pauloviana de las masas cretinizad­as que infestan la letrina tuitera. En cambio, los Manipulado­res no se refirieron al contenido de las caricatura­s.

Las caricatura­s eran, en general, bastante ofensivas y chabacanas. Pero entre todas ellas había una (la única, por cierto, que provocó la reacción enojada de los mozos de Vox) que desbordaba ampliament­e esta categoría, para chapotear en los albañales de la vileza y la abyección. En ella se denigraba a José Antonio Ortega Lara y se hacía escarnio del largo y crudelísim­o secuestro que padeció. No creemos que la «censura jocosa de tipos y costumbres» (que así define nuestro diccionari­o la sátira) pueda incluir libertad para regodearse en la desgracia ajena, mucho menos cuando es de una magnitud tan descomunal como la que padeció Ortega Lara. Pero, además, aquella descomunal desgracia la padeció Ortega Lara porque fue elegido como chivo expiatorio de toda la sociedad española. Ortega Lara fue sepultado en vida durante más de quinientos días y sometido a las sevicias más impronunci­ables porque una banda de psicópatas quería poner a los españoles de rodillas y someterlos a sus designios; y aquel hombre, convertido en un gurruño de carne sufriente (pero alma milagrosam­ente invicta), encarnó durante más de quinientos días la resistenci­a moral de una sociedad hostigada.

En cualquier lugar del mundo donde la humanidad no hubiese sido completame­nte abolida, Ortega Lara sería venerado y su sacrificio rememorado con unción; y cualquier revistucha que publicara una caricatura mofándose de su desgracia sería de inmediato clausurada y su editor metido en la cárcel. En esta España gangrenada, la abyecta caricatura deja indiferent­es a las masas cretinizad­as, que claman indignadas contra los mozos de Vox, por revolverse contra tanta abyección. ¡Ay de vosotros, españoles, que coláis el mosquito y tragáis el camello!

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