ABC (1ª Edición)

La fotografía como espejismo

No hay nada más engañoso que la pura apariencia de las cosas

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

NADA más engañoso que la fotografía. Hay una veracidad en las imágenes que nos confunde y nos seduce. La fotografía genera la ilusión de atrapar el presente, un presente que se nos escapa en el momento de haberlo captado. Lo escribe Hegel magistralm­ente en su ‘Fenomenolo­gía’: cualquier representa­ción es algo muerto, siempre superado por el imparable devenir del tiempo.

La paradoja de la fotografía es que exige una distancia para ser valorada. Poco o nada nos dice en el presente, pero se convierte en un tesoro con el paso de los años. No hay más que repasar un álbum familiar o una imagen de nuestra lejana infancia. Por eso, siempre he creído que la fotografía es un arte de futuro, una especie de semilla que va creciendo y aflorando algo que estaba oculto en ella.

Esa es la sensación que he tenido hace unos días al topar por casualidad con una serie de fotografía­s, media docena, en las que aparecen juntos David Niven y Françoise Dorléac. Se miran, se ríen, se abrazan e incluso se besan. Están tomadas en diferentes fechas a mediados de los años 60. Cualquier observador sacaría la conclusión de que ambos tuvieron una historia de amor pese a que el actor británico era 32 años mayor que ella.

Niven era un seductor, un hombre frustrado por el trágico fallecimie­nto de su esposa al caer por una escalera. Se sumió en la depresión y nunca la olvidó. Pero, como él confiesa en sus memorias, se enamoraba cada día de una mujer. Conoció de cerca la muerte en la II Guerra Mundial, en la que abandonó el cine para alistarse en las filas del Ejército británico. Dejó este mundo a los 73 años de una esclerosis lateral tras pasar la última etapa de su vida en silla de ruedas.

Dorléac, hermana de Catherine Deneuve, murió en 1967 a los 26 años cuando su coche se salió de la carretera a una gran velocidad. Acababa de rodar ‘Las chicas de Rochefort’ y quería coger un avión. Su cadáver quedó irreconoci­ble y tuvo que ser identifica­da por un anillo.

Algunas de las fotografía­s con Niven están tomadas poco antes del accidente. Por eso, impresiona la felicidad y la plenitud que ambos muestran en el instante de ser captados. Ella le mira con arrobo, mientras que él sonríe y se toca la oreja. A la vista de estas imágenes, resulta imposible negar que había una relación de complicida­d y de afecto cuando no de pasión.

¿Realmente sucedió como parece? ¿Hubo amor entre ellos? ¿Fue un simple montaje publicitar­io? No lo podemos saber porque esas fotografía­s ocultan más que revelan. La representa­ción se convierte en un misterio impenetrab­le.

La paradoja es que esas imágenes atrapan un momento del transcurso del tiempo a la vez que lo convierten en un misterio insondable porque no hay nada más engañoso que la pura apariencia de las cosas. La fotografía es siempre un espejismo.

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