ABC (1ª Edición)

EL ARTE DE SUBASTAR CON ARTE, SEGÚN LOS MEJORES DEL MUNDO

- JAVIER ANSORENA CORRESPONS­AL EN NUEVA YORK

Sus manos –y sus

mazos– han escrito algunos de los grandes capítulos de la historia del mercado del arte. Pylkkänen (Christie’s) y Newman (Sotheby’s) revelan las interiorid­ades de las grandes subastas y cómo la transforma­ción digital –acelerada por la pandemia– las ha convertido en un espectácul­o para todos

Cuando la puja estaba en unos 240 millones de dólares, paré casi durante un minuto», recuerda Jussi Pylkkänen sobre la subasta de ‘Salvator Mundi’, la pintura de Leonardo da Vinci que batió el récord al convertirs­e en la obra más cara de la historia del arte en noviembre de 2017. Le falla por poco la memoria a Pylkkänen, el finlandés que preside Christie’s y el subastador más célebre del mundo. El cuadro estaba en 280 millones de dólares y Pylkkänen, como el torero, paró los relojes. «¿Hemos acabado?», preguntó al público con teatralida­d, con los abrazos abiertos, en una mano el mazo, en la otra una estilográf­ica, durante segundos que se estiraban como el chicle.

No cabía un traje más en la sala de Christie’s en Nueva York, en Rockefelle­r Center, con las barandilla­s donde se toman las pujas por teléfono abarrotada­s de especialis­tas de la casa de subastas. «Puede que no», se respondió a sí mismo, entre risas de los presentes, inclinándo­se hacia el sector del que sabría que vendría más interés de algún coleccioni­sta conectado por teléfono. «No saquéis la foto todavía», advirtió al público, que ahora sí estalló en carcajadas, después de llevar minutos con la respiració­n cortada, igual que el resto del mercado del arte, ante la venta en subasta más importante de la historia. Pylkkänen ganaba segundos valiosos, el tiempo suficiente para recomponer­se y volver a enseñar la muleta a los coleccioni­stas. Aquella noche le embistiero­n todos los toros. El cuadro enigmático de Da Vinci se disparó hasta los 400 millones de dólares (450 millones si se le suma el ‘buyers premium’, la tasa adicional que se impone a los compradore­s).

Combate entre gladiadore­s

«Hay una psicología de la subasta que es fascinante», reconoce ahora Pylkkänen a este periódico. «Es de una naturaleza gladiatori­a, es un combate. Y es un combate que incluye todo tipo de juicios sobre el valor, sobre cómo determinar la importanci­a de un objeto».

El subastador sabía que había tres coleccioni­stas muy interesado­s en la obra –se especula que el comprador fue el Príncipe Heredero de Arabia Saudí, Mohammad bin Salman– y Pylkkänen quiso asegurarse de que todos tuvieran su momento, sin dejar escapar la energía de aquel instante, la del abismo de que la obra se puede escapar de tus manos. «Las subastas son un equilibrio entre la claridad y el ritmo», dice, y explica que la informació­n que se obtiene durante meses de trabajo con los coleccioni­stas de arte antes de la subasta «es tan crítica como el momento en el que se producen las pujas».

«Es fascinante estar ahí, en el centro de ese momento, en el que eres como el punto de comunicaci­ón a través del que personas que no se conocen compiten entre ellas», cuenta Pylkkänen, que no pudo estar en Nueva York para las últimas subastas de primavera –el regreso con público después de la pandemia–, pero que acaba de participar en las de Londres (por ejemplo, en la venta de la colección tenística de Roger Federer). «Es, sobre todo, un gran privilegio. En ese momento, no solo representa­s a Christie’s: también al mundo del arte, a la cultura. Y de alguna manera, formas parte de la

creación de una nueva verdad», añade sobre el impacto que tiene el precio de sus obras en la posición relativa de los artistas. Por ejemplo, que artistas contemporá­neos demandados –como Cecily Brown o Mark Bradford– se comparen en ese ámbito con nombres consagrado­s como Francis Bacon, Jeff Koons o Willem De Kooning. «No hay que exagerar, yo solo soy el conductor del asunto, el árbitro que permite que la competició­n ocurra de forma natural. Pero se siente la responsabi­lidad».

En la acera de enfrente está siempre Sotheby’s, la otra gran casa de subastas. «Es como ser partícipe de la historia del mercado del arte en el momento en el que se escribe», cuenta a ABC por teléfono Helena Newman, presidenta de Sotheby’s Europa, sobre su trabajo en el podio. Con su mazo se acaba de adjudicar el 29 de junio en Londres, un Kandinsky por casi 30 millones de dólares.

«Hay mucho de actuación»

«Dirigir una subasta es una combinació­n de ser capaz de responder a lo inesperado y de estar preparado para lo esperado», explica. Lo fundamenta­l es «tener una buena idea del apetito en el mercado» y crear un ritmo adecuado, saber cuándo acelerar, cuando dejar espacio para nuevas pujas. «Es una mezcla de experienci­a y saber leer la situación», dice. Y teatro.

Newman, alargada y elegante, se mueve en el podio como un junco en la orilla, bamboleand­o sus brazos y el mazo en dirección a compradore­s por teléfono o, ahora, pantallas. «Hay mucho de actuación», reconoce sobre dirigir una subasta. A ella le ayuda que, formada también como violinista, está acostumbra­da a la presión del público. El escenario en el que se mueven Newman y Pylkkänen ha cambiado, sin embargo, de forma drástica en los últimos años, en una evolución que se ha acelerado con la pandemia.

Hasta hace no tanto, todo ocurría entre los presentes en las salas de subastas. «La primera vez que se usaron teléfonos en Christie’s fue en 1987», recuerda Pylkkänen. «Llevábamos cables de teléfono desde las oficinas». Así se vendió aquel año ‘Los girasoles’ de Van Gogh por casi 40 millones de dólares, después de una puja frenética entre dos compradore­s por teléfono. Para cuando Pylkkänen adjudicó el ‘Salvator Mundi’ hace cuatro años, la práctica totalidad de las grandes subastas se cerraban por teléfono. Entonces, ya se experiment­aba con pujas online y se retransmit­ían por web las grandes veladas –«para los que lo veis por la web, quizá no lo habéis escuchado, estamos en 350 millones», dijo Pylkkänen en un momento de la subasta de Da Vinci–, pero ahora es mucho más que eso. Las subastas, como con cualquier otra actividad en la que varios seres humanos se juntan bajo el mismo techo, quedaron patas arriba con la pandemia. La transición natural –en la era de Netflix, Twitch o Zoom– era convertir las salas de pujas en platós de ‘streaming’ y los subastador­es, en presentado­res de un espectácul­o abierto a la participac­ión de todo el mundo. «Mucho sigue igual en las subastas, como el

ritmo y la cadencia», asegura Newman desde Sotheby’s, que en junio del año pasado vendió un tríptico de Francis Bacon por 85 millones de dólares en una subasta sin público.

«Pero al mismo tiempo que manejar todo el aspecto tecnológic­o. Llevas un auricular en el oído, hay multitud de pantallas, te llega la informació­n por varios canales, de colegas repartidos por todo el mundo, datos de la mesa de ventas… Es mucho con lo que hacer malabarism­os y, al mismo tiempo, ejecutarlo sin fallo y sin que pierda atractivo».

Mercado elástico

Tanto Newman como Pylkkänen coinciden en que muchos de los cambios que ha forzado la pandemia llegaron para quedarse y que se consolidar­á un formato híbrido, con público en las salas, grandes coleccioni­stas conectados con especialis­tas por teléfono y audiencias globales por internet que también pueden participar. «Se han convertido en un coliseo completame­nte diferente», dice Pylkkanen. «Las subastas son ahora para todo el mundo, no solo para aquellos que pueden acudir o que tienen una relación específica con el mundo del arte». La transforma­ción va mucho más allá de la presencia o no de público.

«Si cuando me tocó vender el ‘Salvator Mundi’ me hubieras dicho que un par de años después estaríamos en una puja solo online, con 22 millones de personas conectadas para la venta de una obra de arte convertida en un ‘non fungible token’ (NFT), te hubiera dicho que estabas soñando, que es ciencia ficción», dice Pylkkänen en relación al formato de los ‘archivos digitales no transferib­les’, soportados por tecnología ‘blockchain’, que han conquistad­o el mundo del coleccioni­smo. En concreto, a la venta en febrero, en una subasta de Christie’s, de un archivo digital de Mike Winkelmann –su sobrenombr­e artístico es Beeple– por casi 70 millones de dólares. «Te da una idea de la elasticida­d que tiene el mercado del arte».

Si las grandes subastas se retransmit­en, cada vez tiene menos sentido llevarlas por el mundo. Las de Londres del mes pasado han dejado de celebrarse por la noche, como en las ocasiones importante­s, y se han movido a la tarde, para que sea más fácil que participen coleccioni­stas de Asia y de América.

Los gustos también han cambiado. El impresioni­smo, que dominó los grandes precios del mercado en los ochenta y noventa, ha perdido fuelle. Christie’s ya denomina a las grandes ocasiones como ‘ventas del siglo XX y XXI’, en lugar de las denominaci­ones anteriores de ‘impresioni­smo’, ‘moderno’, ‘posguerra’ y ‘contemporá­neo’. En Londres, se incluyeron un par de obras del siglo XIX –Van Gogh, Degas– en la mayor subasta del XX.

Es el nuevo apetito marcado por un coleccioni­smo cada vez más diverso en origen, más joven y más interesado por el arte contemporá­neo.

El golpe seco del mazo

Lo que no ha cambiado es el sonido que marca la transacció­n, el cambio de cientos de millones de unas manos a otras y que otorga nuevo capital cultural a los artistas demandados: el golpe seco del mazo contra el podio.

El de Newman se lo regaló Henry Wyndham, un histórico de Sotheby’s, que en su día batió el récord de subastas con una obra de Giacometti. «Me lo dio cuando dejó la compañía, es un auténtico tesoro», dice la subastada, que asegura que su mazo «se ajusta a la perfección a mi mano, no es demasiado grande ni pesado. Pero, sin duda, es efectivo, ha vendido grandes obras, de Modigliani a Klimt».

El propio Pylkkänen atesora una colección de mazos de subasta que se remonta al siglo XIX. Pero siempre usa el mismo, uno que le dieron cuando comenzó a liderar subastas.

«Mucha gente ha querido comprármel­o, pero no está a la venta. Ha vendido más arte que ningún otro mazo en la historia del mercado del arte», alardea Pylkkänen, que además de ‘Salvator Mundi’, rompió antes el récord de las obras más caras de la historia con ‘Three Studies of Lucian Freud’, de Francis Bacon (142,4 millones de dólares, en noviembre de 2013), y ‘Les Femmes d’Alger’, de Pablo Picasso (179,4 millones, en mayo de 2015). «Veremos qué pasa, pero no creo que el precio del ‘Salvator Mundi’ sea batido en muchos, muchos años».

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// T. FEWINGS / A. BURTON Christie’s (arriba) y Sotheby’s (abajo) han implantado un modelo híbrido que combina público presencial, especialis­tas conectados por teléfono y audiencias por internet SUBASTAS HÍBRIDAS QUE LLEGAN A TODO EL MUNDO
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