ABC (1ª Edición)

El futuro azaroso de las pensiones

Las pensiones en España no son un problemill­a que afecta a tal o cual sector. Son un problemón

- ÁLVARO DELGADO-GAL

La semana pasada Escrivá tuvo, sí señor, un mal día. Primero, no existe una cohorte, la de los ‘baby boomers’, que esté tensionand­o específica­mente el sistema de pensiones. Segundo, la sostenibil­idad del sistema no se va a resolver retrasando un poco la edad de jubilación o rebajando unos euros por aquí y otros por allá. Las pensiones en España no son un problemill­a que afecte a tal o cual sector, venido al mundo entre tal y cual año. No. Son un problemón.

Empecemos por los ‘baby boomers’. El perfil de nacimiento­s españoles a lo largo del XX dibuja, es verdad, una meseta desde finales de los cincuenta hasta el año en que murió Franco. Cuando se aumenta el grano angular, hasta atrapar un tramo mayor del paisaje, el accidente montañoso presenta sin embargo un aspecto por entero distinto. Al correr los ojos de izquierda a derecha, comprendem­os el porqué de la primera ladera de la meseta: la demografía fue anormalmen­te baja durante la Guerra Civil y la autarquía. Antes de la guerra, incluso en el XIX, nacían tantos niños como en 1965, en términos absolutos y no solo proporcion­ales.

En 1975 se produce una caída a pico, seguida de una recuperaci­ón imperfecta y de un derrumbe sin precedente­s a partir de 2008. La recuperaci­ón es resultado, en buena medida, de las tasas de inmigració­n enormes que se registraro­n durante los años de vino y rosas. Pero la tendencia posterior a la baja persevera, con enorme violencia. Es improbable que las causas sean sólo de naturaleza económica. Repárese en el siguiente dato: en 2019, en la franja de edad comprendid­a entre los 15 y los 19 años, más de 60 madres de cada cien optaron por interrumpi­r voluntaria­mente su embarazo. Más significat­ivo aún: más del 40% decidieron abortar entre los 20-24 años. El futuro a largo plazo es impredecib­le.

Nada excluye, por ejemplo, que la productivi­dad experiment­e un salto histórico en, qué sé yo, el año 2050. Ahora bien, incluso si eso llega a ocurrir, las pensiones no se podrán sufragar en el periodo intermedio si no se corrigen los parámetros actuales. La insostenib­ilidad del sistema está garantizad­a en términos escuetamen­te aritmético­s. Dicho lo mismo de otra manera: no valdrán algunas pinceladas sueltas para recomponer un cuadro que se está descomponi­endo a toda velocidad.

Contra lo que suele pensarse, el sistema español de pensiones es generoso. Generoso, claro, con respecto a las prestacion­es de la economía. El cociente entre la primera pensión percibida y el último salario, lo que, bajo el nombre de ‘tasa de sustitució­n’, mide la capacidad de consumo que retiene un pensionist­a, es de los más altos del mundo. Ciertament­e, un jubilado suizo o alemán vive mejor que un jubilado español. Pero la renta per cápita suiza o alemana es muy, muy superior, a la española. Más números: a los doce años de haberse jubilado, un ciudadano español ha recibido en promedio ingresos equivalent­es al monto total de cotizacion­es aprontadas por él mismo y la empresa o empresas en que ha estado empleado. A partir de ahí, ¡un montón de años!, vive de los impuestos generales. Esa es la situación real, y lo demás son cuentos.

Es impensable una reforma seria de las pensiones sin un acuerdo transversa­l entre los partidos. O sin una política informativ­a que solo podría desplegars­e en un clima político menos crispado que el actual. Si la reforma no se hace a tiempo, el tiempo hará a su manera lo que nosotros no hemos querido hacer. En el entretanto, nos dedicamos a delirar. El otro día, la portavoz Montero declaró que el Gobierno tenía previsto transforma­r «la sexualidad» de los españoles. ¡Ahí es nada! Nos conformarí­amos con proyectos que, siendo difíciles, son más asequibles. Verbigraci­a, evitar la quiebra de las pensiones.

Es impensable una reforma seria de las pensiones sin un acuerdo transversa­l entre los partidos

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