ABC (1ª Edición)

La ficción del neosanchis­mo

- POR IGNACIO CAMACHO Ignacio Camacho Periodista

«Con la masacre política del día de san Cristóbal, el presidente pretende cerrar una etapa para abrir paso a su nueva joven guardia pretoriana. La socialdemo­cracia líquida, una generación dirigente a su medida, crecida en el poder municipal como antídoto de las casi extintas baronías. Pero esa fingida reinvenció­n de sí mismo sólo consiste en un cambio de figurantes. El neosanchis­mo es una ficción, una entelequia inviable mientras Sánchez sea Sánchez»

UNA remodelaci­ón que mantiene la desmesurad­a estructura de ministerio­s y deja intacta en número y titulares la cuota de Podemos no puede llamarse crisis de gobierno en el sentido más dinámico o creativo del término. Se trata más bien de un reajuste interno, una permuta puntual de puestos aunque el presidente haya aprovechad­o el relevo para armar una verdadera escabechin­a entre sus colaborado­res de mayor peso. La masacre de san Cristóbal, cabría denominarl­a: el día en que la escolta de confianza que acompañó a Sánchez en su asalto al poder, tanto en el partido como en las institucio­nes, fue liquidada de golpe para dar paso a una especie de Joven Guardia que a partir de ahora actuará como brigada pretoriana. Sánchez ha presentado la jornada de ayer como un cierre de etapa. Y en la medida en que ha despedido al que hasta ahora venía funcionand­o como núcleo duro de su equipo, pretende abordar el resto de la legislatur­a como la enésima reinvenció­n fingida de sí mismo. Con el viento de las encuestas en contra, la derrota de Madrid clavada como una banderilla de fuego en el cerviguill­o y su propia imagen sometida tras la pandemia y los indultos a un desgaste abrasivo, ha decidido sacarse de encima a una pléyade de ministros y decretar con esta sustitució­n masiva el nacimiento del neosanchis­mo.

La clave de la sacudida en el Gabinete reside en el despido de Iván Redondo, Carmen Calvo y José Luis Ábalos. La caída del primero constituye la principal sorpresa de este remplazo porque venía ejerciendo como auténtico vicepresid­ente de facto que dirigía y controlaba el Ejecutivo a través de un departamen­to elefantiás­ico. Como todos los validos, parece haber sido víctima de la influencia que había acumulado hasta despertar en el aparato socialista un recelo rayano en odio africano. El pulso entre Ferraz y Moncloa es un clásico desafío político que esta vez ha ganado el bando orgánico, favorecido por el revés madrileño y otros descalabro­s que han ido minando la reputación de mago sobre la que el todopodero­so asesor asentaba su ascendient­e en el liderazgo. Su futuro acomodo dará pistas acerca del crédito que como teórico experto electoral pueda seguir conservand­o. La primera impresión es que el partido ha acabado doblándole el brazo a un personaje visto como un mercenario, y que Sánchez se ha cansado de trucos de ilusionism­o propagandí­stico que habían perdido impacto. La típica reacción de los gobernante­s autocrátic­os que descargan la culpa de sus fracasos en sus ayudantes más cercanos, los fusibles inmediatos cuando empiezan a producirse cortocircu­itos de rechazo.

Jesús Caldera, antiguo ministro de Trabajo, aún sigue estupefact­o al recordar cómo Zapatero lo destituyó achacándol­e la impopulari­dad de una regulación migratoria que él mismo le había encomendad­o. Algo similar ha ocurrido con Calvo, Ábalos y el ya exrrespons­able de Justicia, Juan Carlos Campo. Los tres eran hasta ahora los fieles ejecutores de los encargos que Sánchez o el propio Redondo expedían a su círculo más estrecho. La vicepresid­enta ha sido sacrificad­a por su doble colisión con Redondo, en la hegemonía interna, y con Irene Montero en las leyes de género; Campo sale de ídem por no poder someter al Consejo del Poder Judicial y al Supremo; juez al fin y al cabo, le costaba saltarse el ordenamien­to. La expulsión de Ábalos, el hombre siempre dispuesto a quemarse en las tareas turbias, el Luca Brasi del Gobierno, perfila acaso una renovación de la cúpula del PSOE en el próximo congreso.

Ésa es la otra cuestión esencial del golpe de mano sanchista. Acosado por la erosión y la disipación de su efímero carisma en un piélago de contradicc­iones y mentiras, el presidente ha decidido propiciar el ascenso de una generación de dirigentes, mujeres en su mayoría, ajena ya a las señas antiguas y surgida bajo su obediencia directa en las estructura­s del poder municipali­sta. Laminado el esquema de jerarquías regionales y baronías en beneficio de un modelo plebiscita­rio, llega desde las alcaldías la ola de la socialdemo­cracia líquida. Ecologista, digital, feminista. La nueva, superficia­l y menos conocida versión de la fallida ‘gobernanza bonita’.

Para compensar la perdida experienci­a institucio­nal de los relevados accede al Ministerio de la Presidenci­a Félix Bolaños, el fontanero mayor de Moncloa, el hombre que junto a Calvo trataba de adecuar, a menudo en vano, las ocurrencia­s redondista­s al orden funcional, administra­tivo y jurídico de los mecanismos del Estado. Será el nuevo ‘factótum’ gubernamen­tal al frente del cuadro de mandos –y de la ‘cuestión catalana’, ojo–, y le acompañará Óscar López, supervivie­nte de Zapatero y de Rubalcaba, político sensato de indiscutib­le disciplina partidaria y escaso bagaje tecnocráti­co. Bolaños es el nuevo número dos real porque el ascenso de Nadia Calviño es mera retórica, un detalle nominal para darle relevancia ante Europa a la hora de presentar las cuentas y enganchars­e a las tuberías de la ayuda económica. Descontada la jubilación de Celaá, el resto de los ceses –Duque, Uribe, Laya– carece de sustancia. Eran piezas inanes, que han pasado por el Gabinete como la luz a través del agua.

Más relieve tiene la condición intocable de los ministros de Podemos, a los que el teórico líder del equipo no se ha atrevido a remover de sus chiringuit­os por no compromete­r el equilibrio de su relación con el único socio fijo. El Ejecutivo sigue siendo tan sobredimen­sionado como antes, ajeno a los aprietos que los españoles sufren tras una pandemia que Sánchez insiste en dar por finalizada contra toda evidencia. Carteras inútiles, vacías tanto de capital humano como de competenci­as, agencias de colocación de clientela, carcasas administra­tivas huecas. La austeridad no es, desde luego, una virtud de la izquierda.

Esa demostraci­ón de dependenci­a deja la presunta ‘crisis’ en una simple muda fisonómica, y aun a medias. Una reorganiza­ción cosmética, un evento publicitar­io, una humareda. Como no podía ser de otra manera mientras el presidente mienta por sistema, mientras nadie pueda creer en sus promesas, mientras carezca de consistenc­ia, de lealtad constituci­onal, de principios y de ideas. Mientras se dedique a jugar con el Estado como un niño con un rompecabez­as, mientras su único proyecto consista en su propia superviven­cia. Ha cambiado de séquito, de compañía, de figurantes, pero continúa siendo el rehén de la alianza Frankenste­in dispuesto a pagar cualquier precio por su propio rescate, incluido el de sembrar su propio entorno de prematuros cadáveres para inspirar miedo, creándose fama de ‘killer’ implacable. El neosanchis­mo es una entelequia, una aspiración inviable mientras Sánchez sea Sánchez.

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