ABC (1ª Edición)

El principio del fin

Aunque hiciese un gobierno de santos y de sabios, no importaría, porque el único que cuenta es él, y a él lo único que le interesa es seguir gobernando

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

DECIR que la ‘era Sánchez’ acabó ayer sería erróneo porque le quedan algunas etapas por cubrir, aparte de que las cosas están tan enredadas en España que el presidente del Gobierno puede sobrevivir a su Ejecutivo, como Frankenste­in, que le dio el nombre. Pero que fue el principio de su fin no me cabe duda. Esa remodelaci­ón de su gabinete nos muestra a un hombre a la fuga, perseguido por los errores, algunos, auténticas barbaridad­es, intentando sobrevivir o hundiéndos­e en las arenas movedizas en que se ha metido: negociar con quienes quieren trocear España en una pandemia cuyo fin ha declarado cinco veces, con la economía amenazada, el descontent­o generaliza­do y nadie, incluidos sus socios, creyéndole.

Todo ello queda registrado en su crisis de gobierno. Pedro Sánchez ha dado un volantazo mucho mayor del que a primera vista parece. Lo más importante es que se ha deshecho de su núcleo duro, de los dispuestos a morir por él, si era necesario, empezando por su jefe de Gabinete, ese Rasputín de vía estrecha que le sedujo, pero cuyos errores, desde lo de Murcia, se han encadenado. O Carmen Calvo, vicepresid­enta primera, tan dócil a su liderazgo como dura con sus críticos. Que ponga en su puesto a Nadia Calvino muestra el especial, incluso angustioso, interés en que lleguen los fondos de Bruselas, donde Nadia tiene prestigio por su labor como funcionari­a.

Otro de los pesos pesados que sale es José Luis Ábalos, capaz de hacer pasar por Barajas cuarenta maletas de una vicepresid­enta venezolana sin control aduanero. Pero se había desgastado mucho en episodios por el estilo para mantenerlo, demostrand­o de paso que Sánchez no paga a leales, como Roma a traidores. De todas formas, el relevo más importante me parece sacar a Miquel Iceta de Política Territoria­l para enviarlo a Cultura y Deportes, por lo que puede significar de cambio ante el problema catalán, visto que los secesionis­tas no reaccionan como esperaba a los indultos de sus líderes. Ojo ahí.

En cualquier caso, estamos ante el desesperad­o esfuerzo de un hombre incapaz de decir la verdad y reconocerl­o. Aparte de que aunque hiciese un gobierno de santos y de sabios, no importaría, porque el único que cuenta es él, y a él lo único que le interesa es seguir gobernando, no importa cómo, con quién y a qué coste. La última que se lo dijo fue Isabel Díaz Ayuso en la entrevista que tuvieron el pasado viernes. Su respuesta fue: «No vamos a romper España». Claro que también dijo que no habría indultos a los condenados. Su palabra vale menos que la de un charlatán de feria, si queda alguno al haberse dedicado todos a la política.

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