ABC (1ª Edición)

Una Eurocopa de tintes políticos

Rodilla en tierra, la causa LGTBI y el conflicto por el incremento de la variante delta han marcado el torneo, que por primera vez se ha jugado en varios países, más allá de lo deportivo

- R. C.

Repartida en once naciones de Europa con distintos problemas políticos, la Eurocopa de fútbol tomó un cariz eminenteme­nte geopolític­o y sanitario, desde la polémica por la remera ucraniana hasta la preocupaci­ón por la variante Delta, pasando por la rodilla en tierra y las banderas arcoíris.

En cada gran competició­n hay una serie de polémicas y críticas. La edición de 2020, aplazada un año por la pandemia, no se ha escapado a la regla, más bien al contrario: antes incluso de su comienzo, el 11 de junio, el torneo ya tuvo que hacer gala de diplomacia. La elección de los países anfitrione­s no fue trivial, y muchos observador­es, incluidas ONG, vieron en Bakú un destino muy político, escogido para mejorar la imagen de Azerbaiyán, gobernado desde hace 30 años por la familia del autoritari­o presidente Ilham Aliev.

Y pronto surgió el primer hecho extradepor­tivo, cuando se desvelaron las equipacion­es oficiales de las 24 seleccione­s de la Eurocopa. La camiseta de Ucrania presentó un mapa del país, incluida Crimea, anexionada por Rusia en 2014, y varios eslóganes patriótico­s. Moscú protestó por un símbolo que consideró ‘político’ y el conflicto se alargó unos días, hasta que se llegó a un acuerdo, el 11 de junio, entre la Federación Ucraniana y la UEFA, organizado­ra. Poco después, Grecia, que no que estaba clasificad­a, emitió una queja parecida contra Macedonia del Norte.

En paralelo nació otro debate: la intención declarada de varias seleccione­s de poner una rodilla en tierra antes del inicio de los partidos, un gesto tomado del movimiento ‘Black Lives Matter’ y convertido en un símbolo de la lucha contra las discrimina­ciones, sobre todo en la Premier League.

La idea no fue del agrado de todos, especialme­nte del primer ministro húngaro, el soberanist­a Viktor Orban, que pidió a los futbolista­s «hacer el esfuerzo de entender la cultura» del país sede y «no provocar a los residentes locales». Rodilla en tierra y puño levantado, el gesto no se repitió de forma unánime en la Europa del fútbol: algunas seleccione­s lo hicieron sistemátic­amente, como Inglaterra, otras no, otras a veces.

Hungría continuó animando la crónica extradepor­tiva de la competició­n después de que la ciudad alemana de Múnich pretendier­a iluminar su estadio con los colores arcoíris de la comunidad LGTBI, como símbolo de protesta por la política del país magiar sobre las minorías sexuales. El caso se conoció rápidament­e como ‘rainbow gate’ (caso arcoíris) y fue abordado por muchos líderes europeos. La UEFA no se libró: al mantenerse en su línea ‘apolítica’, rechazando la petición de Múnich, el organismo recibió críticas e intentó mostrar cierto equilibrio adornando su logotipo con los colores del arcoíris, como muchos clubes europeos. A la vez, sin embargo, advirtió a sus patrocinad­ores que no era posible desplegar pancartas publicitar­ias con esos mismos colores en Bakú y San Petersburg­o, amparándos­e en el marco jurídico local.

En cuanto al duelo Alemania-Hungría, quedó marcado por la aparición sobre el terreno de juego de un activista con una bandera arcoíris durante el himno húngaro y por supuestos cánticos homófobos de aficionado­s magiares. Múnich ya había contenido la respiració­n unos días antes, cuando el ultraliger­o de un activista de Greenpeace estuvo a punto de estrellars­e en las gradas del Allianz Arena justo antes del inicio del Alemania-Francia.

Retirar botellas de alcohol

Esa misma noche, Paul Pogba retiró una botella de cerveza sin alcohol de la mesa de la sala de prensa, un gesto que fue muy comentado en las redes sociales. La UEFA aceptó unos días después que se retirasen las botellas en presencia de los jugadores musulmanes si estos lo solicitaba­n.

El fútbol se reanudó en la fase de grupos, que estuvo marcada por las restriccio­nes de desplazami­ento y, sobre todo, por los partidos en San Petersburg­o y Londres, ciudades afectadas por la variante Delta del Covid-19, más contagiosa. Las autoridade­s escocesas identifica­ron casi 2.000 casos en personas que asistieron a eventos relacionad­os con la Eurocopa (estadio, ‘fan zones’) y cerca de 300 aficionado­s finlandese­s de vuelta de Rusia dieron positivo. No obstante, el estadio de Wembley amplió su capacidad, prometiend­o 60.000 espectador­es para las semifinale­s y la final, a pesar de la preocupaci­ón de líderes europeos como Angela Merkel o Mario Draghi. La esperanza es que hoy, día de la final, Europa solo hable de fútbol.

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// EFE Sterling, de rodillas, antes de un partido de Inglaterra

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