Carmen, Iván, José Luis: ¿valió la pena?
Los laminados por Sánchez se preguntarán si les ha compensado tragar con todo
LA taquicardia digital ha acelerado el mundo. Cada sensación queda enseguida archivada ante la irrupción de la siguiente novedad o polémica. Todo caduca más rápido que esas esponjosas ‘baguettes’ matinales ya petrificadas a la tarde. Se ha constatado que internet ha provocado que los altos ejecutivos, los entrenadores de fútbol, los directores de periódicos y los presentadores de televisión duren ahora menos. La aceleración tecnológica es una picadora de carne, también en política, con un carrusel de líderes y ministros de usar y tirar. Rivera e Iglesias, que en 2018-19 parecía que iban a comerse el mundo, ya están prejubilados de la cosa pública (y pronto los acompañará Arrimadas). De Soraya, la mujer más poderosa de España, el oráculo que todo lo veía, ya nadie se acuerda. Lo mismo sucederá en un par de semanas con Carmen Calvo, José Luis Ábalos e Iván Redondo, a los que Sánchez utilizó para alcanzar su sueño de pernoctar en La Moncloa y a los que ha arrojado por la borda sin inmutarse una vez que se convirtieron en un lastre para lo único que importa: conservar el poder.
La política está desprestigiada debido al furor populista y al empeoramiento de la calidad de quienes se alistan. Algunos ‘apparatchiks’ la han convertido en su único medio de vida (véase a Susana Diaz, finalmente rescatada en el Senado para salvarla de las colas del paro). Pero aun así, un cargo de ministro o consejero autonómico te absorbe la vida al completo, incluso en el caso de los incompetentes. La dedicación horaria es tremenda. La persiana nunca se baja, porque las ‘webs’ y los canales de noticias en bucle jamás duermen y el político ha de permanecer en constante alerta. Cuando llega el fin de semana tampoco hay reposo, pues nunca faltan los bolos del partido. Por eso los políticos cesados pasan por una amarga sensación de vacío y abundan las depresiones.
Carmen Calvo, que ponía cara de palo para defender contra viento y marea todas las arbitrariedades del sanchismo. Ábalos, que con su deje perdonavidas despellejaba a la derecha por unas críticas con las que probablemente en su fuero interno estaba de acuerdo. Iván Redondo, el estratega de pago que olvidó que para Sánchez solo era un empleado útil y llegó a proclamar arrastrándose que «por el presidente me tiraría por un barranco». Los tres habrán pasado un domingo de perplejidad, desolación y extrañeza, con un ‘¿valió la pena?’ taladrándoles la cabeza. ¿Valió la pena aparcar el sentido común y el patriotismo elemental por unos cargos? ¿Valió la pena defender la enfermiza alianza con los separatistas, apoyar los ataques a degüello a la Justicia, dar por buenas las leyes frikis de ingeniería social de Podemos? ¿Valió la pena adular sin límite ni rubor a un líder ególatra que a la primera de cambio te lamina sin pestañear? ¿Valió la pena callar y disimular cuando Sánchez se inhibía ante la pandemia? ¿Vale la pena comulgar con ruedas de molino para disfrutar de tu cuarto de hora de gloria? No eran tan inteligentes si no se percataron de que a Sánchez en realidad solo le importa... Sánchez.