Gatopardismo de baja estofa
La defenestración de Redondo nos confirma que su misión no era otra sino probar taumaturgias que mantuvieran embobadas a las masas
ESCRIBIR sobre el trasiego de ministros en el gabinete de Sánchez se nos antoja tan degradante como hacerlo sobre el trasiego de amantes en el lecho de Mesalina: un aburrido repertorio de personajillos irrelevantes que van y que vienen. A los currinches, sin embargo, este trasiego les brinda la oportunidad de que su charlatanería inane resplandezca ante los ojos de las masas como una suerte de sabiduría esotérica. Pero todo eso no es más que cháchara fútil; verduras de las eras, que diría Jorge Manrique.
En democracia, las crisis ministeriales no son más que gatopardismo de baja estofa («Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi»). Y esta artimaña simplona, que sirve para cualquier gobierno democrático, en el gatuperio presidido por el doctor Sánchez adquiere contornos de astracanada. El doctor Sánchez lanza una gallofa a los currinches, para que la rumien; y, al rato, los currinches apestan a las masas cretinizadas con el metano de sus pedos, que son siempre lucubraciones rocambolescas y superferolíticas de las que el doctor Sánchez se descojona. Pues todas estas lucubraciones olvidan siempre que el doctor Sánchez es un hombre sin atributos, una nada devoradora, un nolugar anegado por el vacío sin otra misión que mantenerse aferrado al poder.
¡Anda que no nos han dado los currinches la tabarra con Iván Redondo! Nos lo pintaban como una suerte de archivillano omnipotente, un rasputín de pilosidad sobrevenida que manejaba al doctor Sánchez como si fuese una marioneta. Dejando aparte que un tipo que se hace un trasplante capilar no es más que un mindundi acomplejado (o bien un granujilla de la estirpe de Alfarache), la repentina defenestración de Redondo nos confirma que su misión no era otra sino probar taumaturgias que mantuvieran embobadas a las masas cretinizadas; pero ha bastado que las taumaturgias se mostrasen inoperantes, o dejasen asomar su truco, para que el doctor Sánchez le pegue un patada en el culete, despeñándolo por el barranco.
El doctor Sánchez, que dispara con pólvora del Rey, quita del gabinete a los ministros más viejunos, a los que brinda un retiro dorado; y mete a otros más jovenzuelos, para que dentro de unos años puedan disfrutar de lo mismo, con las indemnizaciones y jubilaciones rumbosas que la partitocracia, polilla del erario público, reserva a sus cesantes. En cuanto a la patulea podemita, deja que se rehogue en su propia salsa, prestándole el juguete de la experimentación social (del transgénero a la dieta vegana) y condenándola a la irrelevancia política, para eliminarla como rival electoral. No hay mayor misterio.
De estas tediosas crisis ministeriales sólo debemos extraer una enseñanza, que Pemán expresaba divinamente: «El poder efímero y discontinuo, falto hacia atrás de tradición respetable y hacia delante de estímulo de permanencia, no podrá jamás comprender los elementos genuinamente nacionales de una política». Todo lo demás, aunque lo llamen democracia, es gatopardismo de baja estofa.