ABC (1ª Edición)

Caos y lágrimas en el colosal Wembley

Los ‘hooligans’ provocaron disturbios graves en los alrededore­s antes de la final y cientos de ellos intentaron acceder al estadio sin entrada

- JAVIER ASPRÓN

Para cuando Shaw creyó haber dinamitado el partido marcando el tanto más rápido en una final, hasta los espectador­es más rezagados llevaban ya un buen rato en su asiento, convertido el estadio desde mucho antes en una burbuja ajena a lo que acontecía fuera, en el caótico Londres que puso el colofón a esta Eurocopa itinerante. Porque nadie se acordará de ellos en el futuro, nunca, pero los ‘hooligans’ lograron ensombrece­r las horas previas al duelo con otro despliegue de vandalismo que provocó el pánico y el caos en los alrededore­s de Wembley.

Ya desde por la mañana el paseo olímpico que une la estación de metro de Wembley Park con el estadio aparecía atestada de seguidores ingleses, cuya única ocupación el resto del día fue beber cerveza y pasar un día de fiesta hasta que el alcohol empezara a hacer su efecto. A partir de ahí, los cánticos y el escándalo dieron lugar a los disturbios. El kilómetro largo de acceso peatonal a la enorme escalinata de Wembley se convirtió en una peligrosa odisea, pues en el trayecto volaban piedras, latas de cerveza y hasta conos de señalizaci­ón. Los hinchas llegaron a arrancar varios árboles de raíz para lanzarlos en una absurda competició­n contra el resto de viandantes mientras las bengalas llenaban de humo el ambiente. Cerca ya del inicio del partido, decenas de seguidores sin entrada provocaron un nuevo desorden al intentar traspasar los controles de seguridad para acceder al estadio. Muchos de ellos lo consiguier­on, aunque la policía de Londres aseguró después que había conseguido desalojar a todos los que habían entrado por asalto. En medio del tumulto para derribar las vallas que protegían el perímetro se produjeron varias avalanchas que dejaron un buen número de heridos y contusiona­dos.

Cuando por fin rodó el balón y se comenzó a despejar la zona quedó al descubiert­o la densa alfombra de basura y cristales rotos en la que se había convertido el paseo olímpico. Dentro del coliseo, por fortuna, el ambiente fue muy distinto. La cifra oficial de asistentes fue de 67.173, todos con su prueba negativa de coronaviru­s en el bolsillo. A los italianos se les volvió a agasajar con las canciones de Rafaella Carra, convertida en el símbolo de esta renacida selección. Los ingleses, amplísima mayoría como era de esperar, botaron con el ‘London Calling’ de The Clash y silbaron el ‘Fratelli d’Italia’ cuando llegó el momento poco solemne de los himnos.

La cohorte de invitados de la UEFA la encabezaro­n David Beckham y Tom Cruise compartien­do confidenci­as en el palco. El cutis perfecto de ambos se tensó aún más con el gol de Bonucci, un tanto que acabó condenando la final a una prórroga, la octava de esta Eurocopa, y a los penaltis. Pocos dudaban para entonces que aquello era territorio propicio para Italia, una selección nacida para escapar siempre de las encerronas.

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// AFP Aspecto del paseo olímpico de Wembley horas antes de la final

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