ABC (1ª Edición)

EL TC DESMONTA A SÁNCHEZ

Con una ajustada mayoría, los magistrado­s han sentenciad­o que para suspender la libre circulació­n durante la pandemia, el Gobierno debió acordar el estado de excepción y no imponer de modo abusivo solo la alarma

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CON una apretada mayoría de seis votos frente a cinco, un Tribunal Constituci­onal fracturado sentenció ayer que el confinamie­nto masivo impuesto por el Gobierno para luchar contra la pandemia con su primer decreto de alarma en marzo de 2020 fue inconstitu­cional. El fallo se produce meses después de que hayan decaído las sucesivas prórrogas de aquella primera alarma, y también desde que expirase la segunda, que Sánchez decretó durante seis meses más. Nadie puede olvidar que todos los gobiernos del planeta se vieron desbordado­s por una enfermedad contagiosa inédita y que era imprescind­ible aplicar medidas limitadora­s de las libertades. Ocurre sin embargo que Sánchez se empecinó en el instrument­o legal equivocado y optó por la trampa de hacer pasar por medidas propias de un estado de alarma lo que realmente eran suspension­es típicas de un estado de excepción, para el que necesariam­ente debía contar con la oposición.

El TC es nítido tanto en su pronunciam­iento jurídico sobre el alcance de la restricció­n de las libertades –y lo abusivo de lo acordado por Sánchez–, como en el varapalo político que supone para su Gobierno. Sobre todo, porque empiezan a acumularse en el TC sentencias, como la reciente que declaró ilegal el nombramien­to de Rosa María Mateo en RTVE, que configuran la idea de que Sánchez incurre en conductas desmedidas de poder. En el caso de la alarma, pese a la legítima y compleja discusión doctrinal del Tribunal, el fallo es especialme­nte grave porque lo vulnerado es el derecho fundamenta­l a la circulació­n de los españoles. La repercusió­n de esta resolución traerá también consecuenc­ias en el orden penal, porque fueron muchos los ciudadanos sancionado­s con multas por burlar el confinamie­nto, o porque hubo detencione­s, condenas por desobedien­cia y allanamien­tos de morada para impedir, por ejemplo, reuniones de amigos. Y ahora, ¿qué?

El Gobierno expresó ayer su irritación por que el TC haya asumido parcialmen­te el recurso de Vox, que fue quien recurrió la ilegalidad del primer estado de alarma. La Moncloa defendió que fue inevitable por la letalidad e incertidum­bre de la pandemia, y porque considera injusto un fallo así ‘a posteriori’. Sin embargo, de eso se trata. De alumbrar doctrina y establecer los límites del poder omnímodo de cualquier gobierno sobre los derechos esenciales. Más aún, la reacción del Ejecutivo desprende cinismo: la izquierda clama ahora por la división radical del TC, como si eso fuese un motivo deslegitim­ador de su fallo, y en cambio, cuando el Tribunal se fractura y sentencia a favor de cualquier tesis del Gobierno, entonces la resolución siempre es un acierto, y quien queda aislada en una minoría sectaria es la derecha. Esto solo es oportunism­o de salón por una sentencia que retrata un modo de gobernar, compatible desde luego con lo desvelado ayer por ABC sobre la presión que ejerció la destituida Carmen Calvo sobre los magistrado­s para dictar una sentencia a la medida de La Moncloa. Ese debe ser el concepto sanchista de patriotism­o.

El Tribunal, con ponencia de Pedro González Trevijano, establece que entre el 14 de marzo y el 4 de mayo de 2020 no hubo una mera limitación de libertades, sino una auténtica suspensión del derecho de circulació­n. Y que, en su caso, para ello debió haberse acordado un estado de excepción, y no de alarma. La mayoría del Tribunal estima que fue un vaciamient­o o una cesación de un derecho esencial, y no una simple restricció­n, de modo que no cuestiona en sí las medidas adoptadas, sino su adecuación jurídica a lo que realmente regula la ley de alarma. El argumento es compartibl­e y en ningún caso es una venganza ideológico-judicial. Que no se equivoquen Sánchez ni el flamante nuevo ministro Félix Bolaños, considerad­o el cerebro jurídico de la alarma ahora delatada por el TC. Además, vuelve a romperse el mito de que los magistrado­s responden automática­mente a la ideología o a la imposición política de los partidos que los nombran. Andrés Ollero, propuesto por el PP, avaló la legalidad de la alarma impuesta por Sánchez y consideró innecesari­o el estado de excepción. Lo mismo ocurre con el presidente del TC, Juan José González Rivas, quien ha convertido en una incisiva rutina votar junto a magistrado­s progresist­as. En sentido contrario, Encarnació­n Roca, designada por el PSOE, ha votado ahora con la mayoría conservado­ra, lo que refleja que el TC no es un anexo de los partidos ni una conspiraci­ón antisanchi­sta, sino un órgano con disparidad de criterios respetable­s. Es Sánchez quien debe entenderlo también cuando pierde.

El Gobierno se ha indignado con el fallo, pero de eso se trata, de alumbrar doctrina y establecer los límites reales del poder omnímodo de cualquier presidente cuando suspende derechos esenciales

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