ABC (1ª Edición)

Etiqueta cubana, pegatina española

Nadia Calviño Vicepresid­enta primera del Gobierno

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El Ejecutivo se conjura para blanquear el castrismo

Ningún gobierno desde 1978 ha hecho tanto por ensalzar, acotar y proteger la democracia como el de Sánchez, que incluso le quiso dar rango ministeria­l a la memoria de nuestro sistema de libertades para enseñarla en las escuelas y difundir el progresism­o entre los niñas, las niñas y les niñes de la España que viene. Ningún gobierno desde 1978 ha puesto tanto empeño en señalar, denigrar y excluir de la vida pública a los enemigos de la democracia, para identifica­rlos desde la escuela, a la hora del recreo y al grito de fachas. Los estándares éticos del Ejecutivo son tan exigentes y están tan definidos en su praxis política que a nadie puede extrañarle el criterio consensuad­o para evitar calificar a Cuba como dictadura. Es en lo único en lo que deben de estar acuerdo. Que Belarra hable del bloqueo y del embargo del régimen castrista forma parte de su memoria democrátic­a y del repertorio guayabero del que extrae sus dogmas. En cambio, lo de Nadia Calviño, paradigma de la sensatez y malecón contra el delirio chavista, no hace sino confirmar los logros hipnóticos del sanchismo, genuina congregaci­ón para la doctrina de la fe, a la hora de guiarnos en este tiempo de oscuridad. «Poner etiquetas» a lo que sucede en Cuba –asegura Calviño– no aporta «valor añadido» al debate. Lo dice quien vicepresid­e un Gobierno cuyo mayor empeño, si no el único, ha sido el etiquetado y la valoración añadida de cualquier enemigo de su proyecto democrátic­o. Cuando Pablo Casado alza la voz –«Señor Sánchez, repita conmigo: Cuba es una dictadura. No pasa nada»– se autoexcluy­e, como un niño facha en el recreo.

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