Aragonès defiende ante el cuerpo consular el referéndum
► La Generalitat vuelve a convocar a los cónsules tras las agitadas reuniones con Torra
Con alrededor de noventa consulados registrados, Barcelona es una de las ciudades del mundo que no es capital de Estado con un mayor número de representaciones (la cuarta, según asegura la Generalitat, solo por detrás de Nueva York, Hong Kong y Hamburgo). Durante los años del ‘procés’, en los que la internacionalización del pleito catalán ha sido una de las obsesiones del independentismo, el cortejo de los cónsules ha sido una prioridad. Bien sean de carácter honorario –cuando a un ciudadano local se le encomienda la representación de un país extranjero– bien de carrera –habitualmente del cuerpo diplomático del país representado–, los cónsules han sido el oscuro objeto de deseo para el secesionismo, ansioso por proyectar a través de esta red –su acceso a las embajadas en Madrid está mucho más limitado– su propaganda.
Ayer, después de que la recepción de 2020 no se celebrase por el Covid19, la Generalitat convocó de nuevo al cuerpo consular acreditado en Barcelona, ante el que defendió su agenda de gobierno: básicamente superación de la crisis generada por la pandemia y, en clave política, amnistía y referéndum de autodeterminación. El presidente catalán, Pere Aragonès, y su consejera de Acción Exterior, Victòria Alsina, defendieron principalmente en castellano ante los alrededor de 60 cónsules que asistieron su voluntad de que el «conflicto político» en Cataluña se resuelva por la vía del «diálogo, la negociación y el acuerdo».
«Victorias internacionales»
«Por eso planteamos una mesa de diálogo», les apuntó Aragonès, que añadió que al citado foro de negociación con el Gobierno, previsto para septiembre, acuden con la que consideran que es la propuesta asumida de manera más amplia por la sociedad catalana, esto es, «amnistía y un referéndum de independencia». Sin muestras visibles de rechazo, los cónsules aplaudieron tímida, aunque cortesmente, las palabras tanto de Aragonès como de Alsina, con quienes departieron posteriormente. Alsina, también en inglés, como el presidente Aragonès, presumió de «victorias internacionales», en alusión a la resolución del Consejo de Europa.
La recepción de ayer por la tarde, en este sentido, transcurrió con relativa placidez si se compara con otras anteriores, las protagonizadas por Quim Torra y Carles Puigdemont, por ejemplo, en las que sus arengas no cayeron especialmente bien.
Es recordado por ejemplo, el gesto del cónsul de los Países Bajos en Barcelona, Dirk Kremer, que dejó con la palabra en la boca a Torra en la recepción de 2018 cuando esté denunció que «nueve demócratas honorables y pacíficos están encerrados en la cárcel. También vivimos una persecución de los derechos y las libertades». Kremer no asistió a la recepción de ayer por la tarde. Al año siguiente, en la última recepción antes de la de ayer, Torra apeló a los cónsules: «¡Que acabe esta persecución!». Tiempos más convulsos, cuando el Gobierno español por ejemplo había pedido en los años anteriores el cese de varios cónsules en Barcelona a los que se consideraba próximos al secesionismo.
En un tono mucho menos encendido, Aragonès y Alsina también apelaron ayer a sus objetivos políticos, pero sin apelaciones a los presos –ahora en la calle, claro– ni a los ‘exiliados’. El tono de Aragonès y Alsina –que, aunque de Junts, la oposición le reconoce su tono menos beligerante– es bien distinto al de Laura Borràs, presidenta del Parlament, que hace pocas semanas, sí arengaba al mismo cuerpo consular, a cuyos miembros pidió que defiendan la democracia y las libertades, porque «no se puede permitir que en la UE del siglo XXI haya presos políticos y exiliados, y gente en la cárcel por hacer una consulta democrática».
El cuerpo consular ha sido un objetivo permanente del secesionismo en sus fines propagandísticos