ABC (1ª Edición)

Pogacar ya tiene la fotografía amarilla que buscaba

► El líder del Tour gana en la cima del durísimo Portet, donde Enric Mas se despide del podio

- J. GÓMEZ PEÑA

Cuando ganó el pasado Tour, a Tadej Pogacar, tan joven, tan tierno, le definieron como un gatito que en carrera se transforma en tigre. Pura voracidad. Matar para comer y también por placer. Con más de cinco minutos de margen sobre Urán, Vingegaard y Carapaz, el líder esloveno no necesitaba atacar. Pero ordenó a su manada, a sus gregarios en el UAE, imponer la asfixia en el Peyresourd­e, la subida a Val Louron y el inicio del puerto más exigente del Tour, el col du Portet. Pogacar quiere dejar su huella. Profunda. Los grandes se autoimpone­n esa misión. Se sienten obligados por la historia que están escribiend­o. Y no dejó de atacar en la cuesta final. No pudo despegarse de Vingegaard ni de Carapaz hasta la última rampa. Allí, entre la niebla, se despegó unos metros de ellos para lograr lo que quería. La fotografía que le faltaba. La del vencedor de una etapa con el maillot amarillo. Para su colección. «Ganar de amarillo es... ufff, no puedo describirl­o», dijo.

La penúltima etapa de montaña de este Tour se rindió a Pogacar. El líder recuperó a tiempo la mejor versión de su equipo. El UAE llevó las riendas. Sólido como nunca en esta edición. Llegó con Formolo, McNulty y Majka a la puerta del col du Portet. Cuando esa mecha se apagó a 9 kilómetros de la meta, Pogacar dinamitó la carrera. No tiene la pólvora del inicio del Tour, pero le sobra. Ya tenía distancia en la general para sentirse seguro. Buscaba el triunfo con el maillot amarillo. El sello.

Siete acelerones

Hasta siete veces aceleró. Pero a todas sus descargas respondier­on Vingegaard y Carapaz, que se retorcía. Parecía el más agobiado. Y no. Truco de póquer. Fue el ecuatorian­o el que, antes del túnel que abría el último kilómetro, soltó una detonación que hizo tambalears­e a Vingegaard. Ni así se separaron los tres mejores. Los ordenó la rampa final. Ahí, Pogacar culminó su fiesta. Ganó, mostró el maillot amarillo del UAE, se tiró al suelo y sonrió. A falta del Tourmalet y Luz Ardiden, tiene su segundo Tour atado.

Cruzó la pancarta con 3 segundos sobre Vingegaard y Carapaz. Gaudu llegó a un minuto y 19 segundos, unos metros por delante de O’Connor, Kelderman y Pello Bilbao, siempre presente. A casi dos minutos apareció uno de los derrotados del día, Urán.

El otro caído, a dos minutos y medio, fue Enric Mas, que se aleja definitiva­mente del podio. En la general, Pogacar manda con 5 minutos y 39 segundos sobre Vingegaard y 5.43 sobre Carapaz. Los tres del cajón de París. Urán, el cuarto, está ya a más de siete minutos. Enric Mas es noveno, a casi diez minutos. Y Pello Bilbao defiende su décima plaza, a 12.53, tras una etapa en la que nadie le discutió el trono a Pogacar.

Era uno de esos días en los que se empieza a repetir eso de ‘ahora o nunca’. El Tour se arrima a su final. Y el líder, Pogacar, corría con un colchón de minutos sobre sus rivales. «Tengo que mantener la calma», decía en la salida de Muret. Pero en cuanto le picaron los periodista­s, sonrió y dijo: «Bueno, si veo que puedo ganar, atacaré». Tiene 22 años, tan cerca de la infancia. Lo pasa bomba en la ronda gala. Sobre todo, si no pega el calor. Y amaneció nublado. Con los picos de los Pirineos ocultos por un cielo bajo y gris. El clima le guiñó un ojo.

El esloveno, que no pudo despegarse de Vingegaard ni de Carapaz hasta la última rampa, ganó su primera etapa como líder

Rigoberto Urán, que fue uno de los grandes derrotados en una jornada infernal, apareció en la meta a casi dos minutos

El control de Pogacar

La fuga de Postlberge­r, Godon, Pérez, Van Poppel, Turgis y Chevalier cogió tiempo, más de ocho minutos, en los 120 primeros kilómetros. Pero sabían que no les bastaba con eso para los tres puertos que tenían al fondo: el Peyresourd­e de aquella pelea de Contador con Rasmussen, el ascenso a Van Louron que en 1991 vistió a Miguel Induráin de amarillo por primera vez y la tremenda subida al col du Portet, de 16 kilómetros casi al 9% de pendiente media. El ogro de los Pirineos.

En el Peyresourd­e, el UAE quiso demostrar que está a la altura de su líder, de Pogacar. La escuadra asiática era el supuesto punto débil del esloveno. Pero no lo pareció ni en esta etapa ni en esa cuesta. Hirschi fijó el paso y desmigó el pelotón. Por la cima circularon en hilera seis corredores del UAE. Y aceleraron en el descenso. Desbocados. Pogacar quería levantar de amarillo los brazos. Buscaba esa fotografía sólo al alcance de los elegidos. Sus rivales, Urán, Vingegaard, Carapaz y Enric Mas, asistían en silencio a esa exhibición. A esa intimidaci­ón. En cierto modo, se rindieron. Mentalment­e estaban derrotados antes de cruzar Saint-Lary y darse de frente con la primera recta cruel del col du Portet, tan largo que tenía sol y calor abajo y niebla y frío arriba.

«El equipo ha hecho un gran trabajo para defender este maillot amarillo», agradeció a los suyos Pogacar. Por eso, no dejó de atacar en la subida, convertido ya en el tigre competitiv­o que es. Le costó sacarse la foto que quería. Vingegaard y Carapaz se resistiero­n. No pudo quedarse solo ante las cámaras hasta la rampa final. Ahí, entre la niebla, se estiró el maillot, amarillo y suyo si en la etapa que viene el Tourmalet y Luz Ardiden no cambian el destino que ya parece escrito de esta edición.

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// EFE Pogacar, que acabó exhausto, celebra su victoria en el puerto más exigente del Tour, el col du Portet
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