ABC (1ª Edición)

Estado de alarma a la cubana

Las lecciones democrátic­as las dan aquí los que nos encerraron ilegalment­e

- ALBERTO GARCÍA REYES

CON niñera y casoplón soy comunista yo también. Lo difícil es creer en el marxismo con un puñado de arroz al día en un plato sucio, un techo con goteras y el Caribe como bidé. El hambre es la madre de todas las revolucion­es. Por eso el ministro Garzón jamás se atrevería a vetar la carne roja después de haber pasado un verano en una ciudadela de La Habana Vieja, donde se come de una palangana y se aplaca la sed con el aguacero tropical que se cuela por las grietas de las fachadas. El régimen toca las maracas de Compay Segundo para dormir al pueblo con su ‘quiquiribú mandinga’, pero cuando el estómago grita... Lo que callan los defensores a distancia de esta indigencia es el aviso de Mao: «El poder nace del fusil». Por eso los dueños de la isla han cortado los cables y encerrado a los periodista­s, para que no olamos su pólvora.

La podemita Aina Vidal, que viaja a Cuba en brigadas organizada­s desde el Museo de la Revolución para comer langosta, ha dicho que no cree que aquello sea una dictadura, que es como decir que no cree que la nieve sea blanca. Pero ese es el ardid principal de los populistas, convertir lo incontrove­rtible en opinable y hacerlo, además, sometiendo al presidente, que para eludir la palabra tabú, propia de quien proclama un estado de alarma ilegal, se ha tenido que trabajar el retruécano: «Obviamente, Cuba no es una democracia». Según el nuevo manual de progresía y resistenci­a, la perogrulla­da es un rasgo de carisma.

Esta gente no tiene conciencia de su malevolenc­ia. La mayor vileza humana consiste en querer para los demás lo que no se quiere para uno mismo. Claro que Cuba no es una dictadura... cualquiera. Es el faro del comunismo hispano, cuna del hambre que se somete al poder del fusil. Pero es lógico que eso lo nieguen quienes, según el Constituci­onal, anularon ilegalment­e nuestros derechos en la pandemia. Los que hicieron un estado de alarma a la cubana. Así que si España, luz de Europa para Sudamérica, se queda ahora en el burladero para no molestar en sus tumbonas al club de fans del Che, pongamos nuestras barbas a remojar.

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