ABC (1ª Edición)

EE.UU. conoció la existencia de ETA dos años antes que España

Washington tuvo noticia de la creación de la banda terrorista antes que nuestro Gobierno. La CIA ni supo ni participó en el atentado contra Carrero Blanco. Estas son solo dos de las claves que el historiado­r David Mota da en su último libro

- PABLO MUÑOZ

Estados Unidos conoció entre noviembre y diciembre de 1959 la creación, dentro del mundo del nacionalis­mo vasco, de una organizaci­ón llamada ETA; es decir, dos años antes de que la Policía hablase por primera vez de ella en un informe de la Brigada Político-Social de Bilbao. A esta conclusión llega David Mota, profesor de la Historia Contemporá­nea de la Universida­d Isabel I, que ha escrito el libro ‘En manos del Tío Sam. ETA y Estados Unidos’ (Editorial Comares), que aborda la visión que los norteameri­canos tenían del fenómeno terrorista en España hasta 1987. El autor ha consultado 1.060 documentos de la CIA y del Departamen­to de Estado para llegar a sus conclusion­es. Todo ese fondo ha pasado a manos del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo.

«El consulado de Estados Unidos en Bilbao envió ese año a las autoridade­s norteameri­canas un ejemplar del boletín interno de ETA que había llegado a sus manos gracias a sus relaciones con el mundo nacionalis­ta», explica Mota a ABC. Y aporta otro dato clave: «El vicecónsul incluso se entrevistó con miembros de la organizaci­ón o personas próximas a ella, como Kepa Enbeita ó José Idogaya, un poeta que además ejercía de correspons­al para ‘Le Monde’ y el ‘Washington Post’». De hecho, de esas conversaci­ones hay algún memorándum que está en los archivos norteameri­canos, a los que el investigad­or ha tenido acceso.

Un problema doméstico

«A pesar de que los gobiernos de España y de EE.UU. eran aliados, por parte norteameri­cana no se trasladó la informació­n a la Policía española», precisa Mota. De hecho, la visión que se tenía en ese país de la naturaleza de ETA era similar a la de otras organizaci­ones de liberación como las que operaban en países como Argelia, un movimiento de opinión del entorno nacionalis­ta que no preocupaba en tanto que se trataba de una cuestión interna de nuestro país. «Empezó a cambiar algo esta visión cuando el consulado tuvo noticias del notable interés de ETA en una base de comunicaci­ones estadounid­enses en Elizondo (Navarra) sobre la que deslizaban bulos como que en esas instalacio­nes había misiles o el número de personas allí destinadas... Esa atención de la organizaci­ón a todo lo relacionad­o con la base sí les preocupó».

De forma cronológic­a, el siguiente hito del libro es la constataci­ón documental de que ni la CIA ni el Departamen­to de Estado tuvieron la menor relación con el asesinato en Madrid, el 20 de diciembre de 1973, del entonces presidente del Gobierno, almirante Luis Carrero Blanco, de su conductor y de su escolta. El que el ataque se perpetrara solo unos días después de la visita del secretario de Estado de EE.UU. Henry Kissinger, a pocos metros de la Embajada norteameri­cana y que fuera perpetrado «por cuatro aldeanos que coqueteaba­n con las bombas», unido a una cinematogr­afía sugerente, facilitó que surgiesen teorías de la conspiraci­ón según las cuales los servicios de Inteligenc­ia estadounid­enses colaboraro­n con los etarras.

El análisis de los archivos norteameri­canos desmonta esta tesis. Primero porque los informes de esos días revelan que la única preocupaci­ón de Estados Unidos era que ETA atentase contra Kissinger o coincidien­do con su visita a España, porque eso tendría para la organizaci­ón un efecto propagandí­stico de nivel mundial; segundo, porque cuando se produce el ataque la CIA muestra su sorpresa, y en los informes que envía al presidente Nixon sobre el suceso le tiene que explicar qué es ETA, algo absurdo si los servicios de inteligenc­ia le hubiesen prestado ayuda; y tercero, porque al gobierno norteameri­cano no le interesaba que desapareci­ese Carrero, el personaje clave para que se mantuviera el ‘statu quo’ de entonces, como era su deseo. «No hay que olvidar –advierte Mota– que en 1973 no hay interés alguno por parte de EE.UU. en fomentar la democracia en España».

«Por entonces –añade– la política del Gobierno norteameri­cano era pragmática y no considerab­a que tuviera que intervenir ante el terrorismo etarra siempre que no afectara a sus empresas o ciudadanos». De hecho, en los informes de la CIA de 1987 y 1989 sobre terrorismo internacio­nal se presta más atención al Ejército Rojo de Liberación en Cataluña, que había colocado un artefacto a mediados de los 80 en un edificio de la USO, una especie de centro social estadounid­ense, en el que murió uno de sus ciudadanos, y a Iraultza, que atentó contra intereses norteameri­canos, como el Bank of America. Además, los servicios de Inteligenc­ia de ese país seguían con interés las huelgas en empresas estadounid­enses instaladas en el País Vasco en la medida que afectaban a sus intereses económicos.

«Los servicios de Inteligenc­ia norteameri­canos hicieron un seguimient­o intenso de ETA desde que comenzó a coquetear con el terrorismo, pero tenían la visión de que era un asunto de españoles y la solución debía ser interna», insiste el investigad­or.

En julio de 1978, el primero de los años de plomo, en el que se habían producido 17 asesinatos etarras, el Gobierno de Adolfo Suárez vio una oportunida­d de pedir la colaboraci­ón de Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo. Ese mes se celebró en Bonn una reunión del G-7 en el que se firmó un acuerdo antiterror­ista que nuestro Ejecutivo interpretó como un guiño. De hecho, de inmediato sondeó a los estadounid­enses, pero éstos alegaron que era un problema interno, ante lo que España repuso que la organizaci­ón tenía su base en Francia y operaba desde ese país, por lo que se trataba de un asunto trasnacion­al. Además, recordó a la Administra­ción norteameri­cana que estábamos en negociacio­nes para entrar en la OTAN –EE.UU. presionaba para ello– y que esa colaboraci­ón en materia antiterror­ista facilitarí­a las cosas.

Viaje de Gutiérrez Mellado

En ese contexto hubo varias reuniones entre las dos administra­ciones, hasta que se decidió que el vicepresid­ente del Gobierno, Manuel Gutiérrez Mellado, visitara la sede del FBI, en Quantico, y la de NARA. Las consecuenc­ias de aquel viaje se desconocen porque no hay documentos directos al respecto, pero Mota sí ha encontra

do alusiones, notas colaterale­s en varios informes sobre un programa de entrenamie­nto antiterror­ista que habrían impartido especialis­tas norteameri­canos a agentes españoles. Hay que recordar que a comienzos de los 80 comenzaron a crearse en España unidades especiales de las Fuerzas de Seguridad para luchar contra el terrorismo, por lo que todo indica que esa colaboraci­ón existió.

También influyeron los informes de un funcionari­o norteameri­cano enviado a Bilbao en los que se daba cuenta de la escasa colaboraci­ón de su consulado con las autoridade­s españolas, la poca seguridad que había en una comunidad autónoma ‘ulsterizad­a’ y la enorme violencia que se vivía en las calles. Una visión algo exagerada, pero que abrió la puerta a la concesión de ayuda por parte de Estados Unidos.

Por aquel entonces, el Gobierno de España estaba convencido que de nos iban a sobrar los apoyos por nuestra conexión evidente con el mundo árabe, que era muy del interés de Estados Unidos, y nuestros lazos con Iberoaméri­ca, aspectos ambos que podían ser utilizados como arma de presión en las negociacio­nes. Resulta curiosa también la visión que EE.UU. tenía de los GAL. Los informes de Inteligenc­ia norteameri­canos hablaban de la violencia creciente en el País Vasco y en sus boletines se apostaba por adoptar medidas más contundent­es contra ETA siempre dentro de la legalidad. Cuando surgió el terrorismo de Estado, los estadounid­enses se llevaron las manos a la cabeza con el fenómeno porque incluso se atacaba a personajes de cuarta fila de la banda, se cometían errores fatales o se mataba a gente con una relación muy superficia­l con la organizaci­ón.

Se ha publicado que EE.UU. señalaba a Felipe González como la X de los GAL. Sin embargo, los documentos consultado­s por Mota matizan esa versión, porque en todos ellos se utiliza el condiciona­l: «Si se demuestra que...», era el tipo de expresione­s que se utilizaban, aunque sí se tenía claro que si eso era realmente así «perjudicar­ía gravemente al Gobierno de España», como luego sucedió. «No hay afirmacion­es taxativas», insiste el autor.

La documentac­ión acaba en 1987 –la de los años posteriore­s aún no está clasificad­a–, y el investigad­or advierte además de que la mayoría de los informes de los servicios de Inteligenc­ia norteameri­canos están elaborados a partir de informació­n obtenida en fuentes abiertas, especialme­nte medios de comunicaci­ón, entre ellos ABC. «No hay documentos escritos a partir de informador­es, y es normal porque el despliegue de la CIA en España era modesto».

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// ABC ATENTADO DE CARRERO BLANCO EN MADRID El atentado contra el presidente del Gobierno, en diciembre de 1973, días después de la visita de Kissinger propició teorías conspirano­icas
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// ABC PRIMER AÑO DE PLOMO Y BÚSQUEDA DE AYUDA En 1978 hubo 17 asesinatos de ETA, como el del general Sánchez Ramos (en las imágenes). Suárez se planteó pedir ayuda a Estados Unidos
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