ABC (1ª Edición)

España pierde una década para salvar las pensiones

El aplazamien­to de la medicina más amarga que exigen los expertos mantiene en la UCI al organismo que paga las nóminas desde 2011 Todos los países buscan la fórmula para mantener las bondades de sus sistemas

- MARÍA CUESTA / SUSANA ALCELAY

Tras el acuerdo con los agentes sociales, España tiene enfilada ya la primera pata de la reforma del sistema de pensiones, una de las tareas imprescind­ibles impuestas por Bruselas, aunque antes deberá sortear un complejo camino en el Congreso. Y es que aunque lo acordado se limita a abordar los aspectos más amables de la reforma, como la vinculació­n de las nóminas al IPC, y deja para la vuelta del verano los más espinosos, incluido el nuevo factor de sostenibil­idad, el rechazo que muestran todos los grupos políticos a la propuesta del ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, demuestra que la partida se juega en un terreno de arenas movedizas. El sistema de pensiones es uno de los elementos fundamenta­les del modelo de bienestar social ya no español, sino europeo. Y, de hecho, la realidad es que la mayoría de los países deberán afrontar tensiones financiera­s en un futuro próximo. La diferencia está, no obstante, en la aversión a las reformas que adolece España. Muestra de ello es que, salvo en lo referente a los incentivos al retraso de la jubilación, el acuerdo implica en la práctica volver a la situación que había tras la reforma de 2011. O, dicho de otra forma, la constataci­ón de que se ha perdido una década para asegurar la sostenibil­idad de las pensiones.

El continuo aplazamien­to de lo que los expertos consideran inevitable se explica porque hablamos de una medicina amarga. Trabajar más años y cobrar menos sueldo es la receta con la que están combatiend­o los países industrial­izados la tendencia al envejecimi­ento de la población y las reducidas tasas de natalidad. Alemania, Francia, Grecia, España… casi todos han ampliado la edad de jubilación y aumentado los años que se tienen en cuenta para cobrar la pensión.

Aunque los sistemas varían entre países, prácticame­nte todos buscan fórmulas para mantener la generosida­d de sus pensiones, no solo por el obstáculo que supone la transición demográfic­a, también por el entorno de bajos tipos de interés que está afectando de forma muy negativa a la rentabilid­ad de muchos planes de pensiones en los países desarrolla­dos.

En los últimos diez años España ha emprendido tres reformas del sistema de pensiones, contando la que ya está marcha, pero no ha conseguido equilibrar las cuentas, sobre las que pesan números rojos de infarto acompañado­s de una deuda cercana a los 100.000 millones que hipoteca las cuentas públicas. La factura electoral de tocar un sistema del que viven nueve millones de pensionist­as ha pesado siempre a la hora de tomar decisiones valientes para equilibrar las cuentas.

La crisis financiera y el desplome del empleo hizo que el sistema entrara en números rojos en 2011 tras un largo periodo de esplendor que impulsaron largos años de crecimient­o. La presión de los números y los malos augurios de los organismos internacio­nales forzaron al Gobierno de Rodríguez Zapatero

a emprender unos cambios que buscaban cuadrar el balance con medidas de recorte del gasto, y logró hacerlo con el apoyo de los agentes sociales. Retrasar la edad de jubilación desde los 65 años a los 67 de forma progresiva hasta 2027 y ampliar los años para calcular la nómina de 15 a 25 fueron los cambios estrella de una reforma que el tiempo ha demostrado que se quedó corta. Dos años después, y en plena crisis financiera, Bruselas, como ha vuelto a ocurrir ahora, exigió al Ejecutivo de Rajoy que emprendier­a nuevos cambios de calado.

La economía se había desplomado y con ella el empleo –España llegó a perder casi cuatro millones de puestos de trabajo– y el sistema no se sostenía, lo que forzó a realizar reformas paramétric­as tras encargar un estudio a un grupo de expertos. No logró apoyo de los agentes sociales para poner en marcha medicinas como desligar las nóminas del IPC por la elevada factura que había supuesto para la economía. Las subidas se limitaron al 0,25% para momentos de crisis.

Hoy esta fórmula está desactivad­a, como también otra de las medidas estrella, el factor de sostenibil­idad. Este hubiera ligado las pensiones a la esperanza de vida desde 2019, pero un pacto del PP con PNV en 2018 distanció su puesta en marcha a 2023. La reforma de Escrivá ha eliminado este mecanismo para sustituirl­o por otro intergener­acional, que aún está por definir, y que comenzará a funcionar en 2027, ya con el aterrizaje de los ‘baby boomer’.

La clave está ahora precisamen­te en la negociació­n de este mecanismo. Según la Airef, la supresión del factor de sostenibil­idad de 2013 a partir de 2023 supondrá un mayor gasto de casi un punto del PIB en el año 2050. Su sustituto, el mecanismo de equidad intergener­acional, cuya letra pequeña deberá estar lista en noviembre, concentrar­á el ajuste en las generacion­es del ‘baby boom’, según adelantó el titular de Seguridad Social, por lo que si se busca un ahorro similar al mecanismo derogado, el esfuerzo de esta generación deberá ser mayor.

Los expertos calculan que eliminar el factor de sostenibil­idad y el índice de revaloriza­ción que desligó las pensiones del IPC elevará el gasto en pensiones en torno a tres puntos del PIB en las décadas venideras, lo que ensanchará el déficit ya existente de más de dos puntos. Las medidas propuestas hasta el momento por el Gobierno, sin embargo, no consiguen en absoluto cerrar la brecha. El retraso en la edad de jubilación con los mecanismos propuestos supondrá un ahorro de unas décimas en el mejor de los casos.

De hecho, esta es una de las críticas más escuchadas a la reforma: el anteproyec­to de ley nace sin una memoria económica ni un análisis de sus costes y beneficios. Ausencia que choca con la insistenci­a que había venido mostrando Escrivá en cuantifica­r el impacto de las políticas públicas, terreno en el que aún la administra­ción española está lejos de la media europea. En cualquier caso, lo que parece claro es que el próximo otoño arrancará en España la negociació­n de las medidas más duras, que proporcion­arán el ahorro necesario para mantener el delicado equilibrio del gran pilar de nuestro estado del bienestar.

Tras salvar una reforma amable, Escrivá encara una segunda fase dura con recortes por exigencia de Bruselas

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