ABC (1ª Edición)

«Me puse de cara a la pared porque si me mataban no quería verlo»

- SALVADOR SOSTRES

—Tenía 29 años, cubano, era arquitecto.

—Año 1988.

—No podíamos salir del país pero me permitiero­n acudir a un evento arquitectó­nico en Rusia.

—Escala en Irlanda.

—Nos hicieron bajar del avión, nos llevaron a un salón de tránsito con tiendas y mostradore­s y los agentes del KGB que habían volado con nosotros.

—Un papel en el bolsillo.

—Sí, yo llevaba doblado y escondido un papel en el bolsillo escrito en inglés en el que había escrito que quería asilo político.

—Buscaba a un policía.

—Pero no lo encontraba, y sólo estaban los agentes de la KGB que nos vigilaban. De modo que me fui alejando de ellos, hasta el otro extremo del salón, y me escapé.

—Eran las 3 de la madrugada.

—Deambulé por el aeropuerto, asustado, escondiénd­ome en los baños cuando venía alguien, hasta que al final vi a dos señores de la limpieza.

—Señoras.

—No, señores, y precisamen­te por la rareza me dieron confianza, les enseñé el papel, les pedí que me llevaran a la Policía y me dijeron que les acompañara.

—Pero no lo vio claro.

—No, porque era muy tarde, más de medianoche, y los únicos policías que había estaban en el salón del que había huido. Me pareció arriesgado volver a entrar, pero era la única solución. De modo que me quedé un poco como apartado mientras los dos hombres buscaban a alguien. Entonces vino un policía irlandés y me preguntó qué quería.

—¿Y qué le dijo? — «Asilo político», sólo dos palabras, y los señores de la limpieza le dieron mi papelito. —«Espérese aquí».

—Eso me respondier­on, y yo tenía mucho miedo, porque todo el mundo se había dado cuenta de lo que estaba haciendo. Un cubano que sale sin un duro y habla con un policía irlandés es obvio lo que quiere.

—Un rumor en Cuba.

—Circulaba hacía meses, y nunca supe si era cierto o una leyenda para atemorizar, que un cubano trató de quedarse en Madrid y un policía de Fidel le disparó.

—De cara a la pared.

—Así es como me puse, porque si me pegaban o si me mataban no quería verlo. Entonces vino una señora con el uniforme de las aerolíneas irlandesas, me tocó el hombro para que me girara, y me volvió a preguntar qué quería.

—¡Qué agonía!

—Y cuando me volvió a decir que esperara le dije: «Señora, no me deje aquí, que esto va a ser muy peligroso». Me cogió del brazo, me sacó del salón de tránsito, me acompañó a una especie de departamen­to de inmigració­n y habló con el oficial.

—4:30 am. —Y el oficial, que me vio temblando me dijo: «Cálmate, que te vamos a dar el asilo». —Equipaje.

—Me dijeron que les diera el comprobant­e de mi equipaje para retirarlo del avión y yo no tenía equipaje.

—¿Por qué? ¡Si iba a Rusia!

—Yo no iba a Rusia, yo sabía perfectame­nte lo que iba a hacer y antes de marcharme de Cuba regalé mi ropa y todo lo que tenía a mis amigos. Lo hice discretame­nte, para no llamar la atención.

—Pero precisamen­te para no llamar la atención, tenía que viajar con una maleta.

—Sí, claro, pero dentro no había nada. La llené de periódicos para que pesara.

—Pero igualmente la fueron a buscar.

—Sí, fue un poco surrealist­a.

—Estados Unidos.

—Me preguntaro­n si tenía planes de quedarme en Irlanda y les dije que no, que me instalaría en los Estados Unidos con mi padre.

—Su padre.

—Mi padre y mi abuelo ayudaron a Fidel a tomar el poder, pero cuando empezó a mandar se sintieron engañados y escaparon.

—Guantánamo.

—Mi padre le compró el pase a un trabajador para poder entrar en aquella base naval y pedir exilio.

—¿Y dejó a su familia?

—Mis padres hacía tiempo que se habían separado y yo me había quedado a vivir con mi madre, que no fomentó que mantuviera la relación. Pero cuando le llamaron las autoridade­s irlandesas, estuvo dispuesto a reclamarme para que me fuera a vivir con él.

—Su madre.

—Antes de escaparme de Cuba, me había marchado de casa de mi madre, porque ella era muy castrista y yo soy homosexual. Te podían echar de la universida­d si eras gay, no podías ser maestro, era muy agobiante.

—Vivía con ella en Santiago.

—Y me fui a La Habana, salí del armario, y por ello me expulsaron de las juventudes comunistas, a las que era obligatori­o pertenecer si querías hacer cualquier cosa.

—Volvamos a su fuga.

—Me dieron el asilo, la Cruz Roja me llevó a Dublín a una residencia para exiliados políticos.

—Tardó un año en poder ir a los Estados Unidos.

—Pero lo conseguí.

—¿Y qué hizo cuando llegó?

—La historia es muy larga y da para otra entrevista, pero lo que hice fue trabajar. Trabajar duro, aprovechar las oportunida­des que me dieron y progresar.

—La libertad.

—Es exactament­e lo que los Estados Unidos dan a cualquiera que vaya y lo que el comunismo niega a todos los que lo sufren.

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// ABC Ricardo Fernández, en 1990, durante su estancia en Miami
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