Otro 18 de julio
La tragedia venía fraguándose con la pérdida del Imperio español, con la consiguiente frustración de sus gentes, hasta convertirse en odios
LLEGA la hora de ponerse con la columna de mañana y el ordenador me advierte que hoy es el 18 de julio. Sin haber encontrado alusión alguna en periódicos ni telediarios. Increíble. A mi memoria acuden imágenes de todo tipo, con gentes preguntando qué va a pasar y nadie atreviéndose a vaticinarlo. Ni en los siguientes días, meses, años. Sólo se sabía que se llevaban a los hombres al frente, sin saber a cuál, y que las mujeres les advertían que no se expusieran, ante la sonrisa cáustica de los oficiales.
Han tenido que pasar décadas para enterarnos de lo que en realidad ocurrió: media España contra la otra media, cumpliendo lo que Antonio Machado anunciara en uno de sus versos más crueles: «Españolito que vienes al mundo te guarde Dios/ una de las dos Españas ha de helarte el corazón». Y el resto.
Se la ha caracterizado de varias formas, la primera «un preludio de la Segunda Guerra Mundial»,
donde los contendientes, las potencias del Eje contra las democracia occidentales, ayudadas por la Unión Soviética, el mayor error de Hitler repitiendo el de Napoleón, atacar Rusia, ensayaban sus nuevas armas».
Pero también fue una guerra de izquierdas contra derechas, a la que se añade una tercera dentro de la izquierda, entre extremistas y moderados, que terminarían a tiros en la ciudad de Madrid, facilitando la toma por las fuerzas de Franco. He oído también caracterizarla como «la última guerra romántica», por acudir a ella gentes dispuestas a morir por una causa, pero habría que saber cuántos y cómo fueron.
La tragedia venía fraguándose con la pérdida de Imperio español, con la consiguiente frustración de sus gentes, hasta convertirse en odios. Nada lo define tan bien como el diálogo telefónico ocurrido el 19 de julio entre Diego Martínez Barrio, presidente de la República, y el general Mola, ‘director’ del alzamiento en Burgos, proponiéndole un compromiso. «En estos momentos veo en la calle una multitud pidiendo reconstruir España –contesta Mola–. Supongo que usted verá en Madrid lo mismo. Si hiciésemos lo que me propone, pactar, esas multitudes nos fusilarían a ambos. Y harían bien».
Aunque mi comentario favorito, sin duda, es el de Golo Mann, en su ‘Historia de Alemania’: «La Guerra Civil española no pertenece a la Historia alemana. Fue española en su carácter y no debió ser nunca identificada con los antagonismos europeos … España era un país solitario y debió habérsele dejado en su soledad. Como conflicto interno español, tal vez se hubiera resuelto más rápida y menos terriblemente».
El final menos malo para comentar un drama de hace 85 años.