Blanco y ‘los brujos visitadores’
El estudio de la economía sigue contemplando muy marginalmente el poder de los relatos sobre su objeto de estudio. Robert J. Shiller, Nobel de Economía en 2013, ha escrito varios libros al respecto desde 2009 denunciando esta carencia. En el último, ‘Narrativas Económicas’ (Ed. Deusto, 2019-20), sostiene que «las narrativas populares que se popularizan de forma viral y terminan influyendo en las decisiones económicas deben ser estudiadas con seriedad» a lo largo del tiempo.
Por eso son interesantes las versiones sobre el cambio de Gobierno y es importante ver cuáles se imponen como verdad periodística y jurídica. Por ejemplo, todo el foco que exageradamente se ha puesto en retratar a Iván Redondo como un gran visir con poder ilimitado que dictaba los pasos de Sánchez hasta extremos insospechados permite disimular otros movimientos. Por ejemplo, el de un grupo empresarial que ha decidido lanzarse al barro y chapotear en él tras ver amenazada su posición porque Redondo empezó a invitar a otros al banquete en La Moncloa.
Nada es más irresistible para un periodista que una buena historia. El propio Redondo dejó correr el relato de que él controlaría los fondos europeos, que podía orientar un chorro de dinero hacia determinadas consultoras, y eso acabó con él. Le añadió credibilidad el emocionado tuit de José Antonio Llorente, fundador de Llorente y Cuenca, el mismo día en el que el director de gabinete, su buen amigo, fue descabalgado: «Muchas gracias, Iván Redondo, por tu trabajo por España. ¡Nos vemos pronto!».
Ahora la manguera está en manos del exministro socialista José Blanco, que también fundó una consultora, Acento Public Affairs. Dos hombres que prohijó –Pedro Sánchez y Óscar López– mandan muchísimo. Un tercero, que formó equipo con ellos, Antonio Hernando, es hoy director general de Acento.
Los ‘brujos visitadores’ de los que habló Cebrián en 2007 también han tomado posiciones. Un miembro del Gobierno sostenía hace meses que Redondo ni era tan listo, ni mandaba tanto. La afirmación tiene su envés: por lo tanto, ni es tan torpe y malvado como se dice ahora, ni ha caído tan bajo.
Otro miembro del Gobierno recordaba esta semana el principio de la navaja de Ockham, que dice que «en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable». Algo que ningún relato ha querido considerar como explicación válida es que las salidas de varios ministros se justifican en que el presidente del Gobierno los percibió agotados, cansados y desgastados (Carmen Calvo, José Luis Ábalos, Juan Carlos Campo, Isabel Celaá), o porque nunca mostraron el nivel de compromiso con su cartera que él deseaba (Pedro Duque, José Manuel Rodríguez Uribes). A varios de los supervivientes del Gobierno –hay dos ámbitos que Sánchez se autoimpuso no tocar, el de los ministros que dependen de Podemos y el de los que dependen de Bruselas– este mínimo común denominador les parece mucho más evidente que algunas alambicadas teorías que se han expuesto estos días.