ABC (1ª Edición)

Pogacar suma su segundo Tour en la era de los jóvenes

▶ Con 22 años, y con una autoridad asombrosa, se confirma como el gran dominador en esta edición

- J. GÓMEZ PEÑA

El Tour es una historia abierta que cada año suma personajes y escenarios a su enorme patrimonio, construido por mitos como Eddy Merckx y templos como el Tourmalet. En ese relato escrito a toda velocidad sobre las mejores postales de Francia irrumpió a última hora el año pasado un esloveno precoz, Tadej Pogacar, que sólo tenía 21 años. A esa victoria suma ahora, ya cumplidos los 22, su segundo triunfo en el Tour. Nadie lo ha hecho tan temprano. Su era está en marcha. Y es joven. Jonas Vingegaard, el segundo, tiene 24 años. Carapaz, el tercero, sólo 28. Juntos componen el podio más juvenil en medio siglo.

Anquetil e Hinault esperaron hasta los 23 para abrir su cuenta en el Tour. Merckx, la referencia para todo, se estrenó con 24, como Contador. Induráin no lo ganó hasta los 27 y Froome, con 28. A esa edad, Pogacar puede haber destrozado todos los registros. Eso pronostica Merckx, enamorado de su heredero esloveno. El belga sabe que alguien batirá algún día el récord de cinco victorias en el Tour que comparte con Anquetil, Hinault e Induráin. También temía que Cavendish le quitara en la etapa final de París su plusmarca de 34 victorias en la ronda gala. Pero no. Lo evitó otro belga, Wout Van Aert.

Por una vez, el paseo final por los Campos Elíseos tenía algo más, mucho más, que el homenaje al vencedor del Tour. Estaba en juego un pedazo de historia. Cavendish, el mejor velocista de la Grande Boucle, contra el mejor ciclista jamás visto, el belga Merckx. Por eso, en Bélgica, todos apoyaban a Wout Van Aert. Le animaban a que a sus triunfos en el Ventoux y la contrarrel­oj del sábado uniera el esprint final. Eso le coronaría, además, como el ciclista más completo y, quién sabe, si como un futuro rival de Pogacar en esta carrera. Motor tiene de sobra; le sobra carrocería, peso.

Cavendish no quería desperdici­ar quizá su última oportunida­d. Antes de venir a esta edición, sus últimas victorias en el Tour se alejaban hasta 2016. Dos años después cayó en una depresión contra la que aún pelea. Vivió en un callejón sin salida. Aunque siempre mantuvo una luz encendida. Cuenta su lanzador, Morkov, que Cavendish le anunció en 2019, cuando era un deportista derruido, lo que casi ha ocurrido ahora: «Si me dejan correr una vez más el Tour, bato el récord de Merckx».

A este Tour vino a última hora. Casi a oscuras. Pero ha ganado cuatro etapas y ha igualado la marca de Merckx. Para sobrepasar­la, le quedaba París, donde ya había vencido cuatro veces. Pero en esta ocasión perdió la estela de su infalible guía, Morkov. Y, encerrado contras la vallas, no pudo remontar a Van Aert. Merckx sigue a salvo. Van Aert levantó tres dedos, tres victorias de etapa. Una en el Mont Ventoux, otra en la contrarrel­oj de Saint-Emilion y ésta al sprint en París. El ciclista total. Algo así sólo lo han logrado mitos como Merckx y Bernard Hinault. El segundo Tour de Pogacar deja una pregunta en el aire: ¿Puede Van Aert ser su rival?

Atrevidos y brillantes

Cavendish ha tenido que esperar a los 36 años para discutirle el récord de victorias de etapa a Merckx. Pogacar inició en 2020, con 21 años, la carrera por alcanzar los cinco Tours del viejo Caníbal. Cumplidos los 22 ya ha subido dos de los cinco escalones. Han empezado a apodarle como al mito belga, el pequeño Caníbal. Abandera una generación joven, atrevida y mágica que ha revolucion­ado el ciclismo junto a dos bestias sin medida como Van der Poel, que rindió homenaje a su abuelo Poulidor al vestirse de amarillo, y Van Aert, el dorsal más polivalent­e del mundo. Con ciclistas así, el inicio de este Tour fue una fabulosa carnicería que se llevó por delante a candidatos como Roglic y Thomas, víctimas de tantas caídas.

Enseguida, Pogacar venció en la contrarrel­oj de Laval y, sin pausa, se colocó de líder a su manera: con un ataque en el col de la Romme a 30 kilómetros de la meta. Como Merckx. Dice el esloveno que el ciclismo es como jugar a los dados. «¿Qué tengo que perder si lo doy todo?», repite como lema. Con la ventaja que adquirió en los Alpes ha sabido controlar la carrera, sin consecuenc­ias, otro joven cargado de futuro, el danés Vingegaard.

De la fortaleza física de Pogacar no quedaba duda. Faltaba por comprobar su solidez mental. Y parece de cemento. En 2020, cuando batió el penúltimo día a su compatriot­a Roglic, Eslovenia lloró. Luto nacional por la derrota de su ídolo. Pogacar sintió ese rechazo. Le dolió. Lo asumió y le ha dado la vuelta gracias a su carácter amable y cercano.

El otro examen psicológic­o lo ha pasado en ese Tour: el de la sospecha. La sombra del dopaje que acompaña siempre al número uno. Su madre, preocupada por el dopaje, quiso que dejara el ciclismo cuando era adolescent­e. Ante la insistenci­a del chaval, fue a hablar con su entrenador. Le hizo jurar que no le enviaría por ningún atajo farmacológ­ico. Y así, subió de nuevo al podio de París por delante esta vez de Vingegaard y Carapaz. Enric Mas acaba sexto y Pello Bilbao, noveno. Pogacar se quedó, al estilo Merckx, con el maillot amarillo, el blanco de mejor joven y el de lunares de la montaña. Más tres etapas. Sí que hay algo del Caníbal en él.

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// EP Tadej Pogacar, de amarillo en el podio de París

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