ABC (1ª Edición)

El destape Florentino

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

En los benditos 70, el cine español funcionaba industrial­mente en dos versiones: la versión para fuera, donde las actrices no se ponían el sostén, y la versión para dentro, donde no se lo quitaban. ‘Primer amor, primer dolor’ era, entonces, la novela de éxito de Martín Vigil, un Lindo con lectores. Pero en los frailes sólo comprendim­os aquel título cuando nos enteramos de que Pilar Velázquez, musa del internado por su anuncio de Schweppes en TV y por sus muslos pimpantes en las portadas de ‘Diez Minutos’, rodaba desnuda para el cine de Italia. ¡La doble versión española!

Nos lo dijo, muy serio, un galguero de Leganés a mitad de almuerzo un día que fuimos a Madrigal de las Altas Torres al campeonato de España de galgos en campo y después de contarnos las aventuras de ‘Filomeno’, un macho de liebre que tenía: le puso un piercing del Real Madrid en una oreja y lo llevaba al bar con una correa. Al ‘Filomeno’ le gustaba el Terry con coca-cola, y cuando se atufaba, mordía.

–¡Yo lo que he visto es que aquí todo dios tiene dos opiniones: una para los amigos y otra para los extraños!

Sin tener estos detalles en cuenta, no entenderem­os el acontecimi­ento que ha supuesto el destape florentino de Flóper, que le pasa con los futbolista­s lo que a Dumas con la Virgen, que tiene dos opiniones («una para los periódicos y otra para los amigos»). Lo único extraordin­ario del caso es que alguien con semejante poder, y segurament­e por falta de lecturas (de Schmitt, principalm­ente), caiga en la trampa de la grabación clandestin­a, como cualquier pelanas del Régimen. En cuanto a sus opiniones para ‘los amigos’, ¿qué podemos añadir? Con el futbolista, en general, sucede como con el pescuezo de la gallina, que de lejos parece carne, pero de cerca sólo es otro hueso. Expresándo­se en el lenguaje madrileño que abreva en las zarzuelas, Flóper tiene incluso gracia, que era algo que jamás hubiéramos imaginado, con lo cual, si pretendían desacredit­arlo, han conseguido justamente lo contrario, proporcion­ándole una leyenda.

–Lo verdaderam­ente feo es el vicio de disimular la opinión íntima, alabando en público lo que en privado se zahiere. Quisiera disculpar ese extravío como prevención necesaria para vivir en este pueblo tan chico. La cortedad del lugar es dispensa canónica.

He aquí el comentario de Manuel Azaña a ‘La linterna de Diógenes’, el libro del peruano Alberto Guillén, retablo tremendo de la proverbial hipocresía española en el que una cuarentena de autores de nuestra República de las Letras, incluido Ortega, ofrecen el espectácul­o delirante de la doble opinión.

–Somos como comadres que vivimos de la vida ajena a falta de la propia. Murmurando de todo. Ensayando el palillo de dientes en el nombre del amigo. Dando mordisquit­os de ratón en... –se explica Pérez de Ayala, víctima, sin saberlo, del indio soberano.

Nuestro prestigios­o mundo literario vive en público del sexo oral de las negritas (para los ágrafos: tipografía de trazo grueso), que se canjean en el mercado editorial como las monedas en el mercado de divisas: tres negritas tuyas por una mía, o al revés, y así en el papel como en el twitter. Las impresione­s que de los futbolista­s deja caer Flóper son pellizcos de monja comparadas con las que los escritores y periodista­s (médicos y practicant­es, que diría Ruano) tienen de sus colegas, y no quiero pensar en el revuelo de papeles que se desataría sólo con tirar de WhatsApp, tentación que tiene todo el mundo al leer tantas cosas.

–En cuanto a mis opiniones sobre mis compañeros, como usted comprende, yo no soy nadie para opinar de ellos. Algunos son mis amigos y son unos imbéciles; otros no son mis amigos, y también son otros imbéciles. De modo que no ponga usted nada de eso, se lo suplico.

Eso dice don Armando Palacio Valdés a Guillén, que, naturalmen­te, lo pone como lo ha oído. Y añade don Armando (’el primer novelista español después de Cervantes’, se presentaba él) una explicació­n que explica de paso el destape florentino: «Yo he dicho un discurso en la Academia sobre el malogrado Pereda, y lo he elogiado mucho, mucho. Pero esos son compromiso­s oficiales, de los que uno no puede evadirse. ¿Sabe usted? Pero aquí, en la intimidad, es otra cosa. Es un buen paisajista nada más, pero no conoce el alma de las mujeres; y quien no conoce el alma de las mujeres, mal puede llamarse novelista. ¿No le parece?»

El puchero, concluirá Guillén, es el gran domador de rebeldías; todas las audacias fracasan ante el tocino.

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// REUTERS Florentino.
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