28 años en la cárcel castrista
Roberto Martín Pérez (1934-2021) Protagonizó en agosto del año 1959 el primer intento de derrocamiento del régimen comunista, pero terminó siendo arrestado
LA intensa campaña internacional surtió los efectos deseados y en la primavera de 1987 Fidel Castro concedió la libertad a Roberto Martín Pérez, uno de los presos más antiguos, al que mantenía, injustamente, entre barrotes desde 1959.
El general Manuel Noriega, que entonces se desempeñaba como máximo mandatario panameño, envío un avión a La Habana para trasladarle a Miami. Sin embargo, Martín Pérez, en un arrebato de honra, se negó: no podía, en conciencia, salir de la cárcel si sus compañeros de presidio, que eran alrededor de doscientos, no se beneficiaban de la misma medida. Hasta que éstos, en bloque, le convencieron de la necesidad de su salida. Era la mejor solución, pensaban, para defender la causa de todos ellos.
El argumento, imparable, convenció a Martín Pérez, que incansablemente siguió luchando, ya en Estados Unidos, por la libertad de los presos políticos cubanos.
Su militancia en contra del castrismo comenzó en los momentos inmediatamente anteriores a su advenimiento: como recuerda el periodista Gonzalo Altozano en un libro de próxima aparición, Lutgardo Martín Pérez, padre de Roberto y jefe del Buró de Investigaciones de Fulgencio Batista, conocía los planes de este último para abandonar Cuba la noche del 31 de diciembre del 1958. «Tan pronto se hiciera pública la noticia», escribe Altozano, «los revolucionarios se tomarían cumplida venganza de los hombres del régimen». También la de ese hijo suyo «que no dudaría en apretar el gatillo si de defender a su padre se trataba».
Ambos volaron a Estados Unidos donde Roberto se ganó la vida limpiando buques. Pero, sin embargo, su proyecto de vida no consistía en llevar una apacible al otro lado del Caribe, sino en derrocar al régimen que fue una dictadura –esa palabra que el actual Gobierno de España se niega a pronunciar– desde el primer día, cuando, sin ir más lejos, empezaron las ejecuciones primarias, rigurosamente documentadas por la historiadora María Werlau.
Por eso, sin dudarlo un instante, se sumó al primer intento de derrocamiento, cuyos medios materiales –adiestramiento, avión y armas– fueron facilitados por el sátrapa dominicano Rafael Leónidas Trujillo. Según apunta Altozano, desgraciadamente una traición desbarató el plan: cuando Roberto y sus compañeros aterrizaron en Trinidad el 11 de agosto de 1959 fueron inmediatamente arrestados.
Allí mismo empezaron para Roberto veintiocho largos y penosos años de calvario que sobrellevó erigiéndose en figura de referencia entre el resto de preso y enfrentándose, por medios enérgicos si era necesario, a sus carceleros.
Por si fuera poco, además padeció una crisis mística al ver una cruz pintada en la pared en la que también figuraba una pregunta: ¿Y Dios existe? «Y fue entonces que rompió a llorar […] y se derrumbó porque durante un instante dudó y no supo responder si era verdad si Dios existía o no».