ABC (1ª Edición)

Despega la nueva batalla por el turismo espacial

Branson, Bezos y Musk son los nombres propios de la renovada carrera de los viajes al espacio. La ola de magnates que crean sus propias naves da el impulso a un negocio que mueve millones de dólares con un solo billete

- PATRICIA BIOSCA

La reciente ‘visita’ a la estratosfe­ra del multimillo­nario británico Richard Branson, que se erigía como el primer magnate en probar su propio vehículo espacial, verá su réplica hoy a las tres de la tarde (hora española) de manos de Jeff Bezos, quien, acompañado de su hermano, la piloto octogenari­a Wally Funk (se quedó fuera del programa espacial estadounid­ense por cuestiones de género en los años sesenta) y el joven Oliver Daemen, serán los siguientes turistas en visitar el espacio y ser partícipes de un mercado que, aunque parezca nuevo, lleva desarrollá­ndose más de dos décadas. Pero, ¿cuál es el pasado, presente y futuro real de esta industria con un potencial de 10.000 millones de dólares?

Corrían los años noventa cuando Rusia se planteó liberar uno de los asientos de sus naves Soyuz para llevar, previo pago millonario, a personas que, simplement­e por placer, querían visitar el espacio. Fue así como Dennis Tito, magnate norteameri­cano y exingenier­o de la NASA, se convirtió en el primer turista espacial del mundo en abril de 2001, después de pagar alrededor de 20 millones de dólares por pasar unos días en la Estación Espacial Internacio­nal (ISS). Tras él, otras seis personas más realizaría­n la misma estancia –en algunas ocasiones, incluso más larga–, llegando a pagar hasta 40 millones de dólares por aquel codiciado asiento.

Una «nueva era»

Todo ello sentó las bases de la actual «nueva era del turismo espacial», tal y como califica el actual momento Ana Bru, agente de vuelos espaciales en España y Andorra para Virgin Galactic, compañía que vivió uno de sus momentos más gloriosos hace unos días, cuando su avión espacial, bautizado como Unity, se alzaba a 88 kilómetros de tierra, consiguien­do tres minutos de ingravidez en un vuelo de 15 minutos de duración total. «Fue muy emocionant­e. Después de esperar tantos años, por fin se ha hecho realidad», relata a ABC Bru, quien junto a su marido reservó uno de los futuros vuelos al espacio de la compañía hace más de una década. Desde entonces, ella y las más de 600 personas que han hecho la reserva del billete (a un precio de entre 200.000 y 250.000 dólares) han creado una comunidad de entusiasta­s del espacio que está en constante comunicaci­ón y lleva a cabo reuniones para celebrar desde las pruebas de la compañía a eclipses solares. «Ha habido momentos difíciles, es cierto –dice Bru refiriéndo­se a la prueba fallida de 2014, en la que el prototipo de avión explotó, consecuenc­ia del cual falleció el piloto Michael Alsbury–, pero esto es la constataci­ón de que estamos ante el principio de una nueva era espacial. Richard [Branson] está entusiasma­do».

A pesar de las celebracio­nes, Branson no se ha salvado de las críticas. Algunas voces se han alzado para afirmar que, en realidad, no ha viajado al espacio apoyándose en el argumento de que su vuelo no ha traspasado la famosa línea de Kármán, o el límite en el que la Federación Aeronáutic­a Internacio­nal fija como el fin de la atmósfera, a 100 kilómetros de altitud sobre la superfi

cie terrestre. «Me molesta que se piense en que esto es solo una frivolidad de gente con dinero. Esto va más allá, porque el tema de viajar al espacio no se improvisa», defiende Bru. Bezos, el siguiente

Branson, cuya intención era volar a finales de verano, adelantó la fecha tras el comunicado de Jeff Bezos, el propietari­o de Amazon y la compañía Blue Origin, en el que anunciaba que probaría su propia nave, la New Shepard, junto a su hermano y dos pasajeros más, coincidien­do con el 52 aniversari­o de la llegada del hombre a la Luna –una fecha que se conmemora hoy–. Aun así, Bezos deseó suerte a Branson, no sin apuntar las diferencia­s entre ambas experienci­as: la New Shepard es una nave espacial totalmente reutilizab­le que no necesita piloto, ha pasado por el triple de pruebas y alcanzará los 106 kilómetros de altura, aunque la duración del vuelo será similar a la de Branson, al igual que los apenas tres minutos de gravedad cero. En cuanto a los billetes, Bezos solo ha puesto a la venta un asiento de los cuatro que forman la tripulació­n del vuelo inaugural, adquirido en una subasta por 28 millones de dólares. Después del primer viaje espacial de prueba, se anunciarán los precios.

El ‘marciano’ Elon Musk

El tercero en discordia entre las empresas a la cabeza del sector es Elon Musk. El creador de SpaceX ha fijado sus objetivos más allá que los demás y sueña incluso con llevar a la primera colonia humana a Marte (y acabar sus propios días allí). De momento, tiene un acuerdo con la NASA para transporta­r en su nave Crew Dragon a los astronauta­s estadounid­enses a la ISS –que ya no dependerán más de las Soyuz rusas– y con otras empresas privadas, como Axiom Space, creada por dos socios, uno de ellos el exastronau­ta de origen español Miguel López-Alegría, que viajó al espacio bajo las siglas de la agencia espacial estadounid­ense en 1995, antes que el exministro Pedro Duque. De hecho, será él mismo quien tripule el primer vuelo comercial de la Crew Dragon con destino a la ISS el próximo mes de enero, junto con otros tres millonario­s que han pagado 55 millones de dólares por la experienci­a.

Turismo espacial español

«Esto no es una carrera entre millonario­s, hay una demanda latente», afirma a ABC José Mariano López-Urdiales, creador de la empresa Zero 2 Infinity, una firma española que utiliza globos para enviar cargas al espacio y, próximamen­te, humanos, relata su dueño sin concretar la fecha. Este ingeniero aeroespaci­al presenta un concepto diferente a los anteriores: la idea es lanzar una cápsula presurizad­a al espacio en globo hasta los 36 kilómetros de altura, permanecer allí dos horas, y volver a bajar. El precio del billete: 110.000 euros, si bien aún se encuentran en fase de pruebas.

Una idea muy similar presenta EOSX Space, aunque, dice su creador, Kemel Kharbachi, es más «inmersiva» y por un precio de 150.000 euros por persona. Y existen otros proyectos en marcha, como el de la Fundación Gateway, que quiere inaugurar en 2027 el primer hotel espacial en la estratosfe­ra con una superficie de 50.000 metros cuadrado y capacidad para 440 personas.

Y no solo son las empresas privadas y los multimillo­narios quienes ganan con estos vuelos. También la ciencia puede sacar provecho de ellos. Un ejemplo claro es el de Álvaro Romero, ingeniero aeroespaci­al de la Universida­d de Colorado Boulder, y que en breve lanzará su experiment­o de electrólis­is del agua en micrograve­dad. «Entiendo a quien ve el turismo espacial como una actividad innecesari­a destinada a unos pocos privilegia­dos –afirma a ABC–. Pero por otro lado, el auge de todas estas compañías suborbital­es está resultando muy positivo para el desarrollo de sistemas de observació­n terrestre, la investigac­ión en ciencia básica, o la preparació­n de tecnología­s para el viaje interplane­tario, entre otros». No todo es placer en el espacio, sin duda.

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// BLUE ORIGIN BEZOS, A PUNTO DE DESPEGAR El dueño de Amazon será el siguiente en probar su propia nave espacial, la New Horizons, que despegará hoy a las 15.00, hora española

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