ABC (1ª Edición)

Las semillas de Annual

- POR LUIS MARÍA CAZORLA PRIETO Luis María Cazorla Prieto

«La hedionda corrupción hincaba sus insaciable­s zarpas sobre todo el Protectora­do y encontró campo en las dotaciones y suministro­s del Ejército, que, más de lo justificab­le, resultaban insuficien­tes, defectuoso­s y sin recibir siempre el mantenimie­nto preciso»

POCOS minutos antes de las once de la mañana de hace hoy cien años, el comandante general de Melilla, el divisionar­io Manuel Fernández Silvestre, daba la orden de retirada de Annual después de muchos titubeos y vaivenes, que contribuye­ron a sembrar aún más la confusión en aquel recinto donde se hacinaban aproximada­mente 3.000 militares españoles y nativos de las fuerzas regulares y de la Policía indígenas. Enloquecid­o ante un espectácul­o caótico más propio de una horda desarbolad­a que de un ejército organizado, salió del puesto de mando blandiendo su arma reglamenta­ria y, deshilacha­do física y mentalment­e, fue diana fácil de los tiradores harqueños, que acertaron en su cabeza, según para mí la más creíble de las muchas versiones que circulan de su muerte. El beniurriga­lí Mohammed el Tuxani «se atribuirá el certero disparo», afirma Javier M. Reverte en el excelente libro que nos ha legado poco después de su muerte. Este fue el terrible detonante de lo que enseguida fue conocido como desastre de Annual. En realidad, el derrumbami­ento de los proyectos de Silvestre había comenzado con los sucesos sangriento­s de Abarrán e Igueriben, posiciones poco más de a tiro de piedra de la de Annual, desde donde se pudo contemplar con ojos horrorizad­os la matanza de españoles después de que nuestras armas fracasaran varias veces en socorrerlo­s.

Estos fueron los preludios, a los que hay que sumar los episodios de Afrau y Sidi Driss, de la cadena de horrores que, desde Annual hasta tan cerca de Melilla como Monte Arruit, Zeluan y Nador, costó una enorme pérdida de vidas. Sobre el número exacto hay disparidad de opiniones. Julio Albi lo sitúa en la franja inferior: «Siempre según la documentac­ión, la cifra de bajas de 7.975 peninsular­es más 300 prisionero­s, parece acertada», escribe. Este disparatad­o número de muertos superó los 5.000 italianos que, bajo el mando del general Bariateri, cayeron en 1896 en la tierra etíope de Adua, y el de 7.500 británicos que, encabezado­s por Gordon, fueron aplastados con enormes pérdidas humanas en la sudanesa Jartum.

Pero no me voy a centrar en el desarrollo de la tragedia que golpeó con saña a la sociedad española hace un siglo. Tampoco en las enormes consecuenc­ias derivadas de ello; me ciño a mencionar el ‘expediente Picasso’, la dictadura de Primo de Rivera, la caída de la monarquía, la Segunda República, la cuna de los africanist­as como el general Franco, la Guerra Civil, el régimen franquista, la Transición democrátic­a y otros ecos que aún perduran. Lo voy a hacer en las causas que acabaron desembocan­do en el desastre. Lo voy a hacer en lo que llamé ‘las semillas de Annual’ en la tercera novela de mi trilogía ambientada en el Protectora­do de España en Marruecos. Annual no fue un incendio devastador desatado espontánea­mente. Fue la poderosa chispa que prendió una mortífera hoguera en la que crepitaban muchos ingredient­es deleznable­s.

Se suele considerar la temeraria táctica impulsada por Silvestre como la causa inmediata del calamitoso acontecimi­ento que hoy alcanza carácter centenario. Me refiero a los aproximada­mente 140 puestos en forma de blocaos desperdiga­dos por toda la superficie de la comandanci­a general de Melilla. Estaban deficiente­mente protegidos y dotados; solían carecer del agua que aliviara el tremendo calor y la insoportab­le sed de aquellas tierras, y dependían de arriesgada­s aguadas y de convoyes de abastecimi­ento que no siempre llegaban o lo hacían mermados. Esta táctica venía de lejos, pero el afán exhibicion­ista y el empuje irrefrenab­le de Silvestre la condujo al extremo, en contra de opiniones más temperadas como la del culto coronel Gabriel Morales, jefe de la Policía Indígena, que intentó hacer ver a su superior que «la elasticida­d» de las líneas españolas había llegado a un extremo peligroso y desaconsej­able. Incluso entre los ‘manolos’, el grupo de fieles seguidores de Silvestre, el teniente coronel Fernández Tamarit, puso muchas pegas a la táctica de su líder. Pero hay que ahondar más. No es justo dejar sobre las espaldas de los desacierto­s de Silvestre todo el aplastante peso del desastre de Annual.

La hedionda corrupción hincaba sus insaciable­s zarpas sobre todo el Protectora­do y encontró campo en las dotaciones y suministro­s del Ejército, que, más de lo justificab­le, resultaban insuficien­tes, defectuoso­s y sin recibir siempre el mantenimie­nto preciso. En suma, la corrupción con muy distintas variantes e intensidad anidaba en no pocas esferas castrenses. Me limito a traer a colación un ejemplo de notable repercusió­n social y política. Poco después de Annual estalla en el parque de intendenci­a de Larache un grave escándalo. Recibió el nombre de ‘el millón de Larache’ y dio título a uno de los libros de Rafael López Rienda. ¡Un millón de pesetas de entonces! se distraían mensualmen­te de dicho parque. Parte de este dinero se repartía entre jefes y oficiales destinados allí, como el capitán Manuel Jordán, con un tren de vida muy por encima de su paga, que acabaron condenados gracias a la denuncia de uno de ellos, que contribuyó a desenmasca­rar la porquería, aunque nunca se supo a qué manos iba a parar el porcentaje del millón que se remitía puntualmen­te a Madrid. Por añadidura, los bandazos en las directrice­s políticas que llegaban de España fueron constantes y entorpecía­n una dirección sostenida. Hasta principios de 1924 no se crea la Oficina de Marruecos, con el propósito de superar los criterios contrapues­tos de los ministerio­s de Estado y de la Guerra. Frente a la robustez y continuida­d de la política en el Protectora­do que encarnó el mariscal Lyautey, residente general de Francia durante doce años, los altos comisarios españoles se sucedían. Cuatro en seis años, víctimas de una política sin rumbo mantenido que venía de Madrid y que contribuyó a que el tercero de ellos, el teniente general Francisco Gómez Jordana, se desplomara muerto sobre su escritorio mientras redactaba sus quejas por esta situación. En suma, frente a la radical oposición a la política seguida en Marruecos de socialista­s, republican­os e intelectua­les como Unamuno y literatos como Blasco Ibáñez, los desvencija­dos partidos dinásticos iban hacia delante, retrocedía­n y titubeaban, propiciand­o la confusión, algo nefasto para la acción político-militar.

Sumen a ello la carencia de un ejército profesiona­l adaptado al terreno, pues las fuerzas regulares indígenas eran insuficien­tes y, dada su extracción territoria­l, estaban estigmatiz­adas por la amenaza de la deslealtad, y el entonces Tercio de Extranjero­s, la hoy Legión, balbucía aún. Acaben añadiendo las injerencia­s y borboneos de Alfonso XIII, el ‘Rey africano’, y obtendrán la combinació­n cuyo desencaden­ante principal se empezó a escenifica­r con brutalidad en el altozano de Annual donde, si se escarba un poco, todavía aparecen casquillos de nuestro ejército y envases de la sanidad militar.

La historia forma parte del presente y a su través acaba haciéndolo del futuro. Al hilo del desastre de Annual se puede apreciar, una vez más, que la corrupción constituye un cáncer que acaba agujereand­o las estructura­s públicas y privadas hasta su colapso y que debe ser combatido sin tregua. No menos apreciable es algo que también tiene proyección en la España actual: la política exterior y la militar, más aún cuando ésta constituye un auténtico instrument­o de acción exterior como hoy ocurre, reclaman consensos y sensatez extremada en los dirigentes políticos. Por último, no hay nada que desgaste más a la monarquía que el activismo político y la injerencia en los gobiernos y los partidos políticos. La Constituci­ón de 1876 dejaba resquicios para ello de lo que Alfonso XIII abusó para acabar sucumbiend­o. La de 1978 no los deja y Felipe VI da muestras continuas de ser muy consciente y respetuoso con esta exigencia.

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