LOS NÓMADAS DIGITALES SE REFUGIAN EN MADEIRA
Ponta do Sol, a 25 kilómetros de Funchal, se ha convertido en la ciudad fetiche de esta tribu urbana muy bien remunerada y que busca alejarse de las grandes ciudades. Ellos están modernizando la mirada que Churchill y Dos Passos arrojaron sobre Madeira, q
Nada más cruzar el umbral y estrenar el año de 1950, un pasajero especialmente ilustre descendió del ferry The Durban Castle en el muelle de Funchal. La capital de Madeira era el destino provisional de sir Winston Churchill y se quedó tan impresionado por los paisajes de la isla portuguesa que aquel viaje le marcó de por vida. No iba solo, no. Lo acompañaban Clementina, su esposa, y su hija Diana.
Faltaban solo tres años para que recibiera el Nobel de Literatura y hoy un rincón con su nombre recuerda su estela. Es el principal mirador de Câmara de Lobos, un precioso pueblecito pesquero a solo diez kilómetros de esa Funchal invadida por el hinojo (que eso significa ‘funcho’).
Allí se sentaba por las tardes con un pincel en la mano y daba rienda suelta a la actividad que protagonizó posteriormente su breve pero significativo ensayo ‘La pintura como pasatiempo’ (publicado en España por la editorial Elba). Hoy la fotografía histórica que tomó Raúl Perestrelo en la bahía de Câmara de Lobos se ha convertido en todo un símbolo de la Madeira abierta al mundo y al océano Atlántico. Una Madeira que ahora acoge a la tribu internacional de los nómadas digitales para salir adelante y poner al día su tradicional idiosincrasia turística. La misma Madeira que cautivó a la Emperatriz Sissí, al escritor George Bernard Shaw o al mismísimo Roald Amundsen, quien realizó allí la única escala de su viaje entre Noruega y el Polo Sur hace poco más de un siglo, sin olvidar al matrimonio literario formado por Paul y Jane Bowles, asentado en los alrededores mientras huía de la inestabilidad política de Tánger. Nada extraño que se dejaran seducir por esta isla exuberante.
Ahora se trata de enriquecer la imagen de la isla con otras perspectivas, amparadas en la calidad de vida y en las temperaturas benignas todo el año para dar la bienvenida a los reciclados ‘new age travellers’, que han dejado atrás las furgonetas
y prefieren transportar su automóvil en un barco para después recorrer el paraíso natural que vio nacer a Cristiano Ronaldo.
Los nómadas digitales han desembarcado para quedarse, pues el teletrabajo ha impuesto una realidad paralela en la que el hogar se transmuta en oficina y la oficina en hogar. Se pulveriza la contraposición entre ocio y trabajo.
Un destino idílico
¿Para qué aguantar las incomodidades de la vida urbana si es posible desarrollar tu labor sin moverte de tu domicilio, con las zapatillas puestas y el frigorífico tan cerca como la cafetera? El número de ciudadanos que se aferran a esta nueva dimensión crece en progresión geométrica y la consecuencia inmediata es que, con un ordenador encendido, ya no es necesario soportar los atascos de Londres, Ámsterdam, París o Madrid hasta el lugar de residencia en los alrededores.
Puede usted elegir un destino idílico y ofrecer sus prestaciones vía telemática… sentado frente al océano Atlántico, por ejemplo. Ahí es donde Madeira ha tomado ventaja y, especialmente, Ponta do Sol, a escasos 25 kilómetros de Funchal.
Por supuesto que toda la isla da el perfil de un El Dorado para este tipo de actividad, pero este municipio a medio camino de Ribeira Brava y de Calheta se ha significado con un programa de estímulo público que favorece ampliamente la instalación en su territorio de nuevas capas de población, en su mayoría provenientes de otros países, aunque también de Lisboa, Oporto, Évora o Braga.
Se calcula que, hacia 2035, habrá unos 1.000 millones de estos habitantes del presente y del futuro dando vueltas por el planeta, buscando lugares como Ponta do Sol para asentarse y hacerse más adictos a los designios de la calidad de vida.
Es el caso de Francisco Isaac, uno de los fundadores de la web especializada en información deportiva www.fairplay.pt, quien dejó su residencia en el barrio lisboeta de Restelo para dejarse seducir por la infalible franja geográfica integrada por Madalena do Mar y Ponta do Sol.
Incentivos municipales
El Ayuntamiento de este enclave ubicado a pie de acantilado y paseo océanico (que no marítimo) lleva meses implementando medidas de apoyo y animando a los nómadas digitales para trasladarse a este lugar mecido por la naturaleza y con todos los servicios al lado, en la cercanísima Funchal.
El clima supera todo el año los 20 grados, los precios inmobiliarios son realmente moderados y las vistas solo pueden calificarse como espectaculares. «Es un sitio muy agradable para vivir. Los accesos son excelentes, como igualmente las conexiones por fibra óptica, que van muy rápidas. Se puede practicar el buceo y también navegar en kayak. Se puede practicar el senderismo… la calidad de vida es increíble», dice Isaac al tiempo que rememora que llegó para trabajar en una televisión local, aunque ahora se dedica a la comunicación digital.
Este nuevo inquilino tiene unos ventanales desde los cuales el frescor del Atlántico entra a raudales y conoce a varios nómadas digitales en cuanto pone un pie en la calle.
«La Corporación municipal otorga incentivos a los que deseen instalarse aquí, como por ejemplo el Centro Cultural John dos Passos», que centraliza las apelaciones en el mismo rincón que solía frecuentar el escritor norteamericano del mismo nombre.
«Lo bueno de Madeira y de Porto Santo [la isla situada al norte] es que no tratan al turista como turista, sino como un vecino temporal», dice el interlocutor de ABC antes de reconocer que las perso
Antonio G., creador de Escuela Nómada Digital: «LA POBLACIÓN TRABAJADORA EUROPEA ESTÁ CAMBIANDO Y EVOLUCIONA AHORA HACIA UNA SOCIEDAD DIGITAL DESCENTRALIZADA»
nas ávidas de residir en esa parte de Madeira van a encontrar apoyo en la estructura pública.
El sosiego es otro de los atractivos, que da paso a una charla serena al aire libre en medio de esos atardeceres de película. Cuando alguien busca una mayor animación, solo ha de ir a Funchal, donde florecen los centros comerciales, el Mercado dos Lavradores o el Jardín Botánico.
Además, la incidencia de la pandemia ha sido (y es) mucho más reducida que en el Portugal del continente. De hecho, cada vez que el Reino Unido incluía a la cuna del fado en su ‘lista negra’ de destinos siempre quedaba exenta Madeira. La niebla misteriosa
La isla fue descubierta hace 602 años por Tristao Vaz Teixeira y Joao Gonçalves Zarzo. Aquel 1 de julio de 1419 salió a la luz todo un despliegue de la tierra y del océano, con la caña de azúcar, el aloe vera, las viñas y, cómo no, los platanales campando a sus anchas. 57 kilómetros de largo, 22 en su anchura máxima. Únicamente a dos horas y cuarto en ferry de la extensa playa de Porto Santo, a bordo de un barco que sale de la Marina de Funchal y arriba con posterioridad a Portimao, en el Algarve, para después continuar hasta Santa Cruz de Tenerife.
Los nómadas digitales del siglo XXI que se aposentan por estos lares disfrutan sobremanera de Ribeira Brava, con sus cafés y restaurantes a la orilla del océano, y de Santana, donde sobresalen sus arquetípicas casas de paja.
Por el camino, la niebla nos sale al encuentro con su halo de misterio y nos sorprenden a ambos lados de la carretera las vacas pastando y los agricultores trabajando de manera manual, cuando no las cascadas. Es lo que nos espera en cuanto desconectamos el ordenador.
E igualmente las ‘levadas’, que canalizan el agua a las zonas de cultivo en el interior del territorio, mientras se van añadiendo hileras de senderos. Toda una ruta de PR (paseos rurales) para que el turista (mejor dicho, el nómada de última generación) se convierta en peregrino, tal cual sucede en Pico Ruivo, en Boca da Corrida o en Poço da Neve.
El bosque avanza. Es la laurisilva, reconocida por la Unesco como Reserva Natural de la Biosfera en 1999. No lejos, las áreas de descanso permiten celebrar un picnic espontáneo, y así tomamos fuerzas antes de pasar por la Quinta do Furao, con su aureola mágica, y llegar hasta Porto da Cruz. Ahí, al borde del océano, se alza Engenho do Norte, la fábrica más antigua de Europa de aguardiente y ron, todavía movida a vapor y donde pueden adquirirse unos riquísimos chocolates fusionados con esas bebidas… aunque es el vino de Madeira el gran emblema de la isla, con sus variedades de seco y dulce.
Volvemos a la carretera y divisamos placas solares y sendos parques eólicos, lo que nos recuerda que se ha convertido en una isla energéticamente autónoma y que apuesta cada vez más por el desarrollo turístico sostenible, una circunstancia que cuadra perfectamente con el nomadismo de sello tecnológico.
Llegado este punto, ponemos rumbo a Porto Moniz, en la punta noroccidental de la isla. Un dominio famoso por su complejo de piscinas naturales, muy concurridas y que ofrecen una imagen idílica, tal cual comprobamos desde la terraza de Aqua Natura, un rincón en el que el tiempo parece detenerse. Conexiones aéreas
El vértigo nos acecha en el impresionante Mirador de Cabo Girao, a poco más de 10 kilómetros de Funchal. Todo un icono del esplendor madeirense, el mismo que trata de compensar las carencias del turismo poscovid atrayendo como un imán a estos nuevos empleados que inundan Ponta do Sol y encuentran espacios de trabajo compartido con relativa facilidad. De hecho, su población ha pasado en pocos años de apenas 1.000 a unos 8.200 habitantes, que son los registrados hoy en los archivos municipales.
Y sí, el aeropuerto internacional Cristiano Ronaldo se halla muy próximo, como mucho a 35 kilómetros. Es muy fácil, en consecuencia, desplazarse
desde Lisboa o desde Copenhague, desde Londres o desde Ponta Delgada, una de las tres capitales del otro archipiélago portugués, el de las islas Azores.
«La población trabajadora europea está cambiando y evoluciona ahora hacia una sociedad digital descentralizada», asegura el experto español Antonio G., creador del blog Inteligencia Viajera. Suyo es el proyecto ‘Escuela Nómada Digital’, auténtico buque insignia de estos tiempos que corren.
De manera que en Ponta do Sol puede llevarse una vida de bronceado constante, basta con aprovechar el aire del océano en cuanto apretamos el botón de ‘off’. «Los trabajadores del siglo XXI tienen el teletrabajo como una de sus grandes aspiraciones», prosigue este hombre. ¿Objetivo final? Conciliar una existencia placentera con la actividad laboral y no aparcar definitivamente los anhelos personales.
Como dicen los británicos a este respecto: «No tiene sentido pudrirse en una oficina si se puede trabajar en el mismo sitio que se sale a tomar un refresco al anochecer» El reloj dirá si estamos ante una moda pasajera o no, pero tiene todo el aspecto de haber irrumpido para permanecer.