Diego Ventura: del lienzo de ‘Velázquez’ a la apoteosis con ‘Bronce’
Traía ‘Velázquez’ el corazón lusitano y la belleza árabe de su estirpe. Una pintura tordo-vinosa para enmarcar en el Prado. Qué caballo el de Diego Ventura, magistral en su búsqueda constante de la pureza desde que apareció con ‘Campina’. Formaba un arco esta yegua en su galope a compás, aunque fue el corcel con bautismo de pintor el que cautivó. Y lo hizo no solo por su valor, sino por esa expresión que nacía en las orejas y moría en la cola. Qué torería la suya. A dos pistas enceló a ‘Corretón’ y arriesgó en dos trincherazos por dentro al alcance solo de los elegidos. Bendito el binomio entre las dos ‘V’: Ventura y ‘Velázquez’. La arena negra, bajo el cielo panza de burra, era un lienzo donde se recreaba la técnica del claroscuro. Y Diego, que tampoco es casual el nombre, continuó con banderillas de frente y en lo alto. Pero el centauro ambicionaba más: bajo la meseta de arrastre aguardaba ‘Lío’, un revolucionario que atacó con desparpajo. Milimétrico fue el quiebro. Imposible torear más cerca, en distintos terrenos, hasta acabar en el rincón de toriles. Lástima que todo lo ganado lo perdiera en la hora final. En la atronadora ovación se escondía la luz de su obra.
La apoteosis llegó en el quinto, ante el que ‘Nazarí’, un prodigio, ofreció los pechos y embelesó con su torerísimo temple. Inverosímiles los muletazos sobre ‘Sueño’, pura fantasía. Sin cabezada se descaró en un soberbio par a dos manos a lomos de ‘Bronce’. Fue la cumbre antes de los bocados al ejemplar de Los Espartales, que lidió una buena y colaboradora corrida. Tras algún guiño a la galería, Diego enterró un rejón y se ganó dos orejas de ley.
Leonardo firmó pasajes de mucha garra, pero el acero se llevó un premio mayor a las ovaciones. Rui Fernandes, con algún desajuste dentro de su sobrio estilo, saludó en el cuarto. El estreno de Santander fue de Ventura.