«Ya he decidido que no voy a pedir perdón por haber hecho una película larga» Jonás Trueba Director y guionista
∑ Estrena en salas este viernes ‘Quién lo impide’, un extenso retrato sobre la juventud española
A Jonás Trueba (Madrid, 1981) le gusta tanto Las Vistillas que la oficina de su productora, Los Ilusos, está a unos pasos. En ella acabará la Concha de Plata que el amplio elenco adolescente de su última película, ‘Quién lo impide’, ganó en el Festival de San Sebastián. La estrenan en salas de cine este viernes. Tres horas y media con dos intermedios de cinco minutos.
—Le gusta rodar en el Viaducto de Segovia. Ahí acaba ‘Todas las canciones hablan de mí’ (2010) y empieza ‘Quién lo impide’.
—‘La virgen de agosto’ también acaba ahí. No tengo remedio ni explicación. Tiene algo místico esta zona, quizás porque es el origen de todo. La ciudad empieza aquí. Esta era la parte árabe, los arrabales. La parte más noble estaba al otro lado. Hay una película de Raphael, cantando en el viaducto, que flipas de lo bonito que sale. Me gusta registrar un espacio concreto de la ciudad que han ido registrando otros cineastas como Basilio Martín Patino; en una película suya, ‘Madrid’, se ve una escena increíble con Verónica Forqué en el viaducto. Es muy importante participar en un retrato de la ciudad que vamos tomando un relevo. Yo filmo aquí porque me gusta, porque es un sitio al que vuelvo, por pereza ahora porque vivo cerca...
—Patino era salmantino.
—Muchas veces, los que mejor han retratado Madrid son gente que llega de fuera. Vivía al lado de La Almudena.
—¿Es usted un romántico o un iluso?
—Algo hay de las dos cosas. ‘Iluso’ tiene que ver con lo ‘amateur’ y trabajar a partir de la realidad, pero despegándose un poco de ella. Hacemos películas idealistas, no exactamente realistas; ni siquiera ‘Quién lo impide’. ¿Romántico? En la manera de trabajar con gente que admiras sin tener que rendir cuentas a nadie más. La industria del cine, muchas veces, es poco romántica.
Adolescencia
«Las películas sirven para recordarnos cosas importantes que te ayudan a veces: actitudes, sensaciones»
—De los adolescentes protagonistas de ‘Quién lo impide’, ¿se enamoró?
—Sin duda. Todas nuestras películas parten del amor por personas o espacios que te apetece retratar o por los que sientes curiosidad. Empiezo ‘Quién lo impide’ con un pequeño grupo de chicos que conocía de ‘La reconquista’.
—‘La reconquista’ acaba con una canción de Rafael Berrio, ‘Quién lo impide’.
—‘Quién lo impide’ contradice ‘La reconquista’, que daba una visión nostálgica de la adolescencia. Esta es puro presente. La canción me estaba señalando el camino.
—En ‘Quién lo impide’, los adolescentes beben y fuman, pero también reflexionan entre cerveza y cerveza.
—La película tiene auténticos momentos de revelación. Era muy emocionante ver cómo se construía un pensamiento delante de la cámara. Siempre pienso en una reflexión muy concreta: una chica habla de la frustración en sentido positivo, como una energía motora. Yo he tenido que hacer varias películas para darme cuenta de algo que luego cuento mucho en talleres a los jóvenes cineastas: el cine está muy ligado a la frustración. Casi siempre tienes muchas limitaciones. El choque entre lo imaginado y la realidad.
—¿Le frustró ‘Todas las canciones hablan de mí’?
—No. Es una película a la que tengo mucho cariño y es clave. Sí me generó una serie de frustraciones; en cada película he generado nuevas. Pero con la primera, unas muy concretas: el modelo de producción, distribución y exhibición.
—¿Cómo convence a una persona de ir al cine a ver una película de tres horas y media? Vivimos en una época en la que queremos una serie de 40 minutos.
—Anda que no veis, porque yo no, una temporada de seis capítulos en un día. Sin embargo, al cine no se le permite; parece una osadía. Ya he decidido que no voy a pedir perdón por haber hecho una película larga. Es bonito que las haya. Me parece más necesario que nunca, sobre todo en las salas, no en plataformas. Es también una manera de decir ‘Cuidado, esto no se aguanta igual en casa’. Veo muy difícil que los jóvenes lleguen a esta película y cualquier película española. Me encomiendo un poco al boca oreja de los jóvenes participantes y de los profesores, que vean su valor como retrato de la juventud española, que no es tan fácil encontrar algo así.
—¿Qué cree que hará la gente en esos cinco minutos de descanso?
—En San Sebastián había gente que se quedaba sentada, tranquila; otra que se levantaba y se ponía a bailar o a hablar con los de al lado; y mucha miraba el móvil. Es un breve momento para entrar y salir de la película. Esos dos intermedios no solo sirven para que vayas al baño, sino para que pienses un momento la película que estás viendo o incluso se te vaya la cabeza a otra cosa, algo pendiente, y luego vuelvas. Es una de mis partes favoritas.
—¿Nos olvidamos muy rápido de que fuimos adolescentes? ¿O nos acordamos siempre?
—Todo el mundo debería acordarse de la adolescencia. Es raro que olvide un momento tan fuerte. Yo me acuerdo mucho. Vamos olvidando cosas. El cerebro funciona así. Las películas sirven para recordarnos cosas importantes que te ayudan a veces: actitudes, energías, sensaciones... Está bien que una película te haga recordar cosas que merecían la pena y de pronto sigan mereciendo la pena ahora.
Reflexiones
«He tenido que hacer varias películas para darme cuenta de que el cine está muy ligado a la frustración»