ABC (1ª Edición)

Jan Ullrich vuelve a la vida

El exciclista alemán se recupera de su adicción a las drogas y al alcohol y competirá de nuevo en bicicleta en la cicloturis­ta Mallorca 321 junto a Induráin, Freire, Contador o Beloki

- JOSÉ CARLOS CARABIAS

Alos 47 años Jan Ullrich ofrece una imagen inédita de sí mismo. En una terraza soleada de París posa despreocup­ado y feliz junto al vencedor prodigio de dos Tour de Francia, Tadej Pogacar. Viste sudadera burdeos con capucha al estilo juvenil, abraza con fuerza al esloveno y lo señala con el dedo índice, pulgar hacia arriba, en gesto cómplice y sonriente. El tipo de fotografía que nunca se le vio cuando era un pope del ciclismo, un elegido por la naturaleza para grandes proyectos. Y mucho menos en los últimos tiempos, cuando, retirado prematuram­ente del pelotón, rodó al borde de todos los precipicio­s habidos y por haber, adicto a las drogas y al alcohol, residente en centros de desintoxic­ación y candidato a prorrogar la secuencia de juguetes rotos en el ciclismo: Chava Jiménez, Marco Pantani, Frank Vandenbrou­cke. Ullrich, ganador del Tour de Francia 1997, cinco veces más en el podio de los Campos Elíseos, ha vuelto a la vida. Superado su calvario, participa este domingo en una prueba cicloturis­ta, la Mallorca 321.

En la foto con Pogacar, Ullrich no representa lo que fue. Un completo desconocid­o para sus coetáneos ciclistas, un tipo huidizo que solo hablaba alemán y chapoteaba en el ruso, herencia de una educación esclava en Rostock, ciudad portuaria de la antigua Alemania Democrátic­a y comunista. Separado de su familia desde que era un niño, adiestrado por los antiguos entrenador­es del Telón de Acero, esos que le golpeaban en la espalda con una vara para que la mantuviese erguida en la bicicleta, Ullrich creció entre la soledad y la atmósfera gris del deporte concebido como una extensión del estado.

Según la opinión de muchos preparador­es del ciclismo de la época, tuvo la mejor genética para practicar un deporte de resistenci­a como el ciclismo. «Era potencia bruta, pura fuerza de la naturaleza –observa Fernando Escartín, que fue rival en el Tour–. Contador o Armstrong se movían con otra agilidad, Ullrich era una bestia de músculos».

Con 23 años ganó el Tour. Y ya pudo elevarse por encima de todos sus competidor­es el año anterior, 1996, el Tour que perdió Induráin y que ganó Riis con Ullrich ejerciendo como su seguro servidor en el Telekom. El alemán casi vence en su debut con 22 años. Para el recuerdo queda su descomunal exhibición de potencia en el Tour 97 en Ordino Arcalís, la estación de Andorra donde Ullrich absorbió a todos sus enemigos como una aspiradora, sin levantarse del sillín.

Llamado a ser la nueva providenci­a del ciclismo, descubrió pronto su debilidad. Era frágil mentalment­e. Las adversidad­es le podían, Pantani le machacó en el Tour 98 en el Galibier, y Armstrong, el hombre enamorado de sí mismo, lo destrozó durante siete años seguidos en los años de plomo del ciclismo. La cultura del dopaje que dejó desierto el palmarés del Tour desde 1999 a 2005.

«Era muy, muy introverti­do, solo hablaba en alemán con los de su equipo», recuerda Escartín a ABC. «No sé si llegué a cruzar alguna vez con él más de cuatro palabras». Joseba Beloki, que compartió podio con él y Armstrong, coincide. «Era muy correcto, educado y disciplina­do. Pero hablaba poquísimo, casi nada».

«Yo creo que era su mentalidad y educación soviética», incide Escartín. «Era muy metódico, muy calculador, era diferente a los ciclistas españoles, italianos o franceses».

Sus vaivenes con el peso fueron legendario­s. Se presentaba en la Challenge de Mallorca, febrero, con diez kilos de más y voluminosa­s lorzas. «Pero sabíamos que en el Tour iba a perder esos kilos y estaría en línea para pelear por la victoria», dice Escartín.

A partir del dopaje Ullrich comenzó su caída libre. Un hombre solo por el barranco. La operación Puerto destapó su alianza con Eufemiano Fuentes, el doctor millonario con la sangre de los ciclistas que lo consideró en su lenguaje en clave como ‘número 1’ o ‘hijo de Rudicio’ por su vinculació­n con Rudy Pevenage, el técnico del Telekom. Ullrich se retiró medio solo, como solo estuvo siempre, unos días después del estallido de la Puerto. Solo tenía 33 años.

Sumido en el descrédito de su país, cuya televisión se negó a retransmit­ir el Tour durante muchos veranos, Ullrich se precipitó hacia el alcohol y las drogas. Padre de tres hijos, separado de su segunda mujer con una depresión a cuestas, el exciclista empezó a protagoniz­ar crónicas de sucesos. Fue detenido en Mallorca por saltar la valla en allanamien­to de morada del actor alemán Tim Schweiger. Éste declaró ante el juez que Ullrich le habría confesado tener una receta para tomar cocaína. «Cuando lo dejó con su mujer, comenzó a consumir anfetamina­s y solo dormía dos horas».

Una semana después, la policía lo detuvo por golpear y casi asfixiar a una prostituta en Fráncfort. Los desmanes y el alcohol lo llevaron a una clínica de rehabilita­ción, tal vez gracias al único amigo que le quedaba, el exprofesio­nal Marcel Wust, con el que había montado un negocio de cámaras de hipoxia. En los últimos tiempos, Armstrong acudió en modo salvador a ayudar a su rival. En la escalera de sus cenizas, con la visión de Pantani muerto solo en un hotel, Ullrich se ha levantado. Ha vuelto a la vida. Y este domingo, con Induráin, Beloki, Freire o Contador, quiere recuperar la sonrisa de la foto con Pogacar.

«Era muy, pero que muy introverti­do, solo hablaba en alemán con los de su equipo», recuerda Fernando Escartín

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// EFE Jan Ullrich ha vivido un calvario desde que se retiró

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