«El cuidado de Lucas va a ir en aumento»
«Mai hijo por desgracia va a ir
una situación de más dependencia, porque su enfermedad es degenerativa: es un niño que no sabe comer, no sabe hablar, no sabe asearse. A los 18 años no creo que ocurra el milagro de que se le quite la discapacidad, se vuelva autónomo e independiente», advierte Eloisa. Lucas tiene una malformación genética por duplicidad del brazo corto del cromosoma 7, una condición que permitió a Eloisa solicitar, cuando el pequeño tenía 4 años, la prestación para los cuidadores de un hijo con una enfermedad grave. En su caso, esto se tradujo en una reducción horaria en el trabajo sin recorte económico, de la que puede disfrutar hasta que Lucas cumpla 18 años. Justo cuando Lucas, anticipa Eloisa, «probablemente esté incluso un poco peor, y yo por mi parte me habré hecho más mayor y encima tendré que quitarme ingresos y desvincularme más del mundo laboral si le quiero seguir cuidando. Es absurdo», sentencia. Hasta que llegue ese temido momento, esta mujer reconoce que poder disfrutar de la prestación ha mejorado su calidad de vida y la de su hijo: «Me permite tener vínculo laboral por las mañanas mientras él está en su colegio y, por las tardes, llevarle a sus terapias. En definitiva, mantener unos ingresos y dedicarle a él el tiempo que se merece». Para familias como la nuestra, prosigue Eloisa, «el problema realmente se agrava a los 18 años, que es cuando estos menores dejan el colegio y requieren muchísimos más cuidados y dedicación. Eso, añadido a que los padres también nos cuesta más todo, porque físicamente llevamos un deterioro significativo». «Esta prestación –concluye esta mujer–, tiene que prolongarse como sea».