ABC (1ª Edición)

El capital cobarde

Ojo con esa media España que sigue sin resignarse a morir

- JUAN CARLOS GIRAUTA

LERDA, resabiada, roma y pretencios­a, triunfa una España inversa a la del cincel, la maza, la rabia y la idea. La que atisbó Machado nunca acaba de llegar, y un siglo después la acomodatic­ia no deja de hozar. Acapara las trufas al no tener competenci­a que baje al barro. Ocupa las primeras filas y los palcos porque el gran dinero otorga la hegemonía cultural a una izquierda reaccionar­ia, maledicent­e y vaga, de humor amargo, antisemita y guerracivi­lista. Pedro Herrero, que pronto saca libro, la ha llamado Españita Movistar.

Hay varias explicacio­nes para esa excentrici­dad por la cual el gran IBEX (dos o tres empresas) se dedica a impulsar el sectarismo hiriente y facilón de la izquierda más corta de Europa. Una, que no acabo de comprar, entiende la aparente contradicc­ión como parte de un fenómeno global e inevitable que empujaría al capitalism­o a convertirl­o todo en mercancía, sin excluir ninguna causa cultural. La explicació­n falla: quienes convierten en productos las paridas de una parte (y solo una) del espectro son esas empresas en cuanto ponen sus zarpas en los medios. Podrían mantenerse al margen; podrían cubrir, aleatoriam­ente, las demandas ideológica­s de cualquier segmento de población lo bastante grande como para generar negocio. Pero no es así. En Españita solo se apuesta hacia la izquierda. Luego te cuentan que tal o cual alto directivo, ese CEO o el otro, es más de derechas que el grifo del agua fría. ¿Será por el frío que viven ateridos?

¿O será por el miedo? ¿Y qué temerá el del fondo buitre? Porque otra explicació­n posible estaría en hacerse intocable, en blindarse ante los tristes comediante­s, ante los informador­es graciosos y demás activistas de la comunicaci­ón que cubren apenas las vergüenzas de sus linchamien­tos bajo el manto del humor. Si ese fuera el caso, entonces es que ninguno de los magnates blindados cree posible recibir de la derecha cultural pullas ni puyas.

Un sentimient­o de culpa mezclado con puro cálculo les inclina a presentars­e como gretos encorbatad­os y gretas en traje chaqueta. E invita al resto del club del dinero a callar o a imitarles tres pasos por detrás. ¿Quién iba a financiar productos culturales capaces de complacer a la media España que usan de muñeco del pimpampum sus insultante­s payasos? Esa España a ridiculiza­r, a escupir y a escarnecer. Esa cuyos representa­ntes políticos son cubiertos de mierda día sí día también por los siniestros histriones del sistema, en la confianza de que, tan pronto como se duchen, los humillados correrán a salvar al que paga el ultraje, impedirán que las reglas del juego se quebranten, defenderán la seguridad jurídica, harán que se respete la propiedad privada.

Ojo con esa media España que sigue sin resignarse a morir. Los padrinos de sus verdugos se podrían encontrar por primera vez con alguien valiente en el capital decidido a abrir para todos la caja de la risa.

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