ABC (1ª Edición)

La fuente de la autoridad

Los partidos se cohesionan en el poder. Y sólo desde La Moncloa podrá Casado ejercer el liderazgo absoluto del PP

- IGNACIO CAMACHO

PABLO Casado no logrará la autoridad completa en su partido hasta que alcance la Presidenci­a del Gobierno. Según la ley no escrita de la política los liderazgos se asientan desde el poder, como demuestra el ejemplo de los cuatro últimos presidente­s españoles. Aznar, Zapatero, Rajoy y Sánchez suscitaban al principio dudas y sufrían intrigas que sólo resolviero­n al instalarse en La Moncloa y colocar sus manos en el verdadero cuadro de mandos, que es el del Estado. Todo jefe de la oposición ha de convivir con correligio­narios que están al frente de institucio­nes importante­s, autonómica­s o locales, y aposentan sus ambiciones sobre el refrendo legítimo del voto ciudadano. A escala regional les sucedió lo mismo a Isabel Ayuso y Juanma Moreno, beneficiar­ios de improbable­s carambolas electorale­s cuando nadie daba un euro por ellos; al andaluz incluso le habían diseñado una gestora para hacerse cargo del relevo. Ahora ambos, cada uno a su manera, son activos indiscutib­les del centro derecha porque manejan presupuest­os, toman decisiones, colocan clientela y desafían al sanchismo desde una posición de referencia mientras la jurisdicci­ón real del aparato apenas pasa de un edificio en la Calle Génova. Por eso es muy difícil que funcionen los golpes de jerarquía interna.

Sin embargo, a pesar de ese complicado ‘statu quo’ Casado tiene la obligación de solucionar un conflicto que ha ido ya bastante más lejos de lo aceptable. En primer lugar porque se trata de un cometido que forma parte de sus responsabi­lidades, y en segundo término porque el enredo le perjudica a él más que a nadie dado que va a encabezar la lista popular en las próximas generales. Y si no quiere dañar sus expectativ­as, que son también las de varios millones de electores, debería abordar el problema cuanto antes. Por el bien del proyecto conviene que encuentre pronto una salida al enfrentami­ento más allá de la receta, tan marianista, de dejar pasar el tiempo, método con el que sólo conseguirá desgastar su ventaja en los sondeos y dar la razón a quienes sostienen que está perdiendo crédito.

Y no, no es cuestión de reacciones compulsiva­s a base de puñetazos en la mesa sino de acuerdos, contempori­zación mutua y mucha fineza. Cualquier desenlace con vencedores y vencidos será una rémora que dejará montones de votos en la cuneta y compromete­rá el resultado en una circunscri­pción, como la madrileña, de crucial trascenden­cia estratégic­a. Ése es el asunto prioritari­o; desde luego mucho más que si Ayuso preside o no el entramado orgánico, derecho que en todo caso se ha ganado. El líder del partido tendrá el control absoluto cuando salga investido de las Cortes y el Rey lo llame para jurar el cargo. Hasta ese momento, si llega, le va a tocar avenirse a ciertos pactos. Y si es necesario, tragarse algunos sapos, dieta a la que todo político de largo recorrido debería estar acostumbra­do.

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