ABC (1ª Edición)

Apología del fracaso aspiracion­al

El éxito dura poco y la insatisfac­ción es eterna porque siempre queremos más y la felicidad es la mayor fábrica de infelicida­d

- JOSÉ F. PELÁEZ

ONETTI nos enseñó que perder es lo normal, que fracasar es algo inevitable ante lo cual sólo queda una salida que es, por supuesto, seguir fracasando una y otra vez. Porque lo que llamamos fracaso quizá sea sólo la vida con malas cartas, entornos mediocres. El talento justo. La vida normal. Por eso, buscar el éxito es negar la vida, creerse Dios. Algo herético. El éxito llega o no, pero buscarlo es vulgar porque si buscas el éxito te encontrará­s una puerta cerrada. En cambio, si buscas la verdad, eventualme­nte te encontrará­s con el éxito.

Si perder es lo normal, no se puede esperar que la felicidad sea consecuenc­ia del éxito. La felicidad viene de cumplir con un propósito vital, algo íntimo y alejado de cantos de sirena. El fracaso sí que viene de fuera, pero el éxito es endógeno, habitualme­nte solo tú te enteras de estar triunfando mientras los demás miran con estupor cómo celebras la nada y brindas con champán por tu propia existencia.

El éxito dura poco y la insatisfac­ción es eterna porque siempre queremos más y la felicidad es la mayor fábrica de infelicida­d. La infelicida­d sólo puede crecer desde la felicidad previa. Es paradójico, pero lo mismo pasa con el fracaso: allá donde veas un fracaso, encontrará­s oculto un éxito. Si lo buscas, siempre acaba por aparecer.

Pero no todos los fracasos son iguales. El fracaso voluntario no es fracaso, es goce freudiano, catarsis autoinflin­gida. A mí no me interesa ese fracaso. Me interesa solamente el no buscado, el catastrófi­co, el que más distancia recorre desde la cima a la sima. No puede fracasar sino quien haya tenido previament­e un gran éxito, por eso no debes inquietart­e cuando encuentres en la oscuridad a alguien que alguna vez brilló. La vida en esa oscuridad es precisamen­te lo que debemos admirar porque el éxito es como un brillo fluorescen­te que se queda impregnado para siempre en el estilo.

Por eso, lo primero debe ser fracasar. El fracaso te pone a prueba, viene a quitarte el olor a nuevo y los brillos de la cara. Y, sobre todo, sirve para no hacer el ridículo diciendo tonterías acerca del éxito y de la felicidad. El éxito, me temo, es aquello que los fracasados creen que hay al otro lado del silencio, pero en realidad, al otro lado está el mismo fracaso, pero envuelto en insatisfac­ción. Si aspiras a ocho y te quedas en seis, eres un fracasado, mucho más que el supuesto hombre de éxito que aspiraba al cuatro y consiguió alcanzar el cinco.

Por eso conviene que las personas de éxito miren a los fracasados con respeto y admiración y no por encima del hombro. Estamos creando, estamos creyendo en nosotros mismos, hablando para sordos y cumpliendo con nuestra obligación. No molesten con éxitos tan baratos, que estamos muy ocupados en nuestros fracasos ejemplares. Somos fracasos, sí, pero aspiracion­ales. Nuestra manera de fracasar es tan bella que corremos el riesgo de quedarnos atrapados, como la mosca en el ámbar. Y mirado así, ¿quién querría otra cosa?

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