El 9-0 de Camps
Hoy, define como «cordial» su relación con Zaplana, indicio inequívoco de que el efecto aplacador de la edad alcanza a todos
MI compañero Toni Jiménez entrevistó el otro día a Francisco Camps como ejemplo ya perenne de alguien vapuleado hasta el paroxismo, hasta quedar hecho un despojo sin entidad ni capacidad política, víctima de consignas mediáticas ajenas del todo al periodismo, y también de la ambición espuria de quienes trataron de medrar a sus expensas. En la última década, el expresidente autonómico ha transitado por la vida pública como un incómodo fantasma condenado a reivindicar –a veces en ese registro sobreactuado que provoca la desesperación– su legado, que sustentó en tres mayorías absolutas consecutivas como tres lunas de Valencia. Desde que se largó en 2011 tras la visita a su casa de Trillo disfrazado de motorista, el expresidente de la Generalitat Valenciana ha sido desdibujado hasta la caricatura, objeto de escarnio y, con el correr del tiempo, reducido a carne picada de tuit, sin que necesariamente esto sea lo peor que ha soportado.
Desde entonces, ha ganado un juicio y ha salido airoso de otros ocho procesos en los que la mano muñidora del PSPV ha resultado tan indisimulada como elocuente el desdén de un partido, el suyo, que antepuso la expectativa de victoria de Rajoy a la palabra de quien se proclamaba inocente. Y al que, a punto de cumplir cuarenta años como militante del PP, vuelve a tocar a la puerta pese a saber de sobra que no obtendrá más que parabienes en forma de perorata hueca.
Camps también ha contado con defensores, hasta con hagiógrafos, y sobre todo con la estima de una mayoría de valencianos que, irremediablemente devenidos hoy en paisanos de aldea por la insignificancia de Puig, extrañan sentirse de nuevo parte de aquella California del Mediterráneo que el lustre efímero de lo ostentoso dejó en un reflejo de lo que pudo haber fraguado de no ser porque estaba construido sobre una ciénaga.
Hoy, define como «cordial» su relación con Zaplana, indicio inequívoco de que el efecto aplacador de la edad alcanza a todos, también a él, por mucho que crea conservar intacta su eterna vocación de candidato.