LOS ESPAÑOLES CONTAMINAN CIEN VECES MÁS QUE EL VOLCÁN
No solo la actividad industrial emite dióxido de carbono (CO2), ese gas invisible, inoloro e insípido que se ha convertido en uno de los principales quebraderos de cabeza del ser humano por su efecto invernadero. De hecho, solo por respirar, cada persona genera entre 950 y 1.200 gramos al día, y toda la humanidad unos nueve millones de toneladas. También los muertos emiten CO2, sobre todo si se incineran, y los animales, pero los principales emisores naturales son los grandes incendios forestales, la descomposición vegetal, las aguas termales, los géiseres y, sobre todo, los volcanes. Aún así, los expertos restan importancia a estas fuentes naturales y atribuyen toda la responsabilidad del cambio climático a la actividad humana (transporte, industria, generación de electricidad, residuos...).
El volcán de la isla de La Palma lleva dos meses en erupción y estos días ha estado emitiendo entre 1.000 y 2.500 toneladas de dióxido de carbono, solo a través de sus cráteres y flancos. A esa cantidad habría que añadirle las emisiones del penacho, que suelen alcanzar niveles mucho más elevados. Pero aunque el Cumbre Vieja llegue a liberar dos o tres millones de toneladas de CO2 en toda la erupción, esa cantidad apenas supondría un uno por ciento de los cerca de 300 millones de toneladas que España declarará este año en su inventario anual (en 2020 fueron 271 millones).
Así lo explica Pedro Hernández, experto en geoquímica del Instituto
Volcanológico de Canarias, que es quien mide las emisiones de gases del volcán. «El impacto de las emisiones de CO2 del volcán es muy poco significativo en comparación con las procedentes de la actividad humana», afirma. Hernández no da cifras del CO2 que el Cumbre Vieja lleva liberado en estos dos meses: «Se han emitido valores de 300.000 o 400.000 toneladas, 200.000, 50.000... Eso varía», dice, pero insiste en que «son valores bastante pequeños comparados con las emisiones provocadas por la acción humana». Añade que en el mundo se emiten unos 36.000 millones de toneladas de CO2 procedentes de la actividad humana, y que
Tras la reducción de emisiones lograda en 2020, gracias al confinamiento, a España le costará este año mantener sus objetivos ambientales. Pero no por el Cumbre Vieja, ni por los incendios del verano, sino por la vuelta a la normalidad. Aun así, si el volcán fuera una industria tendría que pagar más de 100.000 euros al día por liberar CO2
las de origen volcánico (hay más de 1.300 volcanes activos) apenas suponen el 3 por ciento.
Hernández explica que «los volcanes siempre emiten CO2, y lo hacen de dos formas. Una, es la emisión difusa, a través de los cráteres y los flancos del volcán. La otra forma es la emisión visible, cuando se forma un penacho volcánico, y entonces las tasas de emisión son muy grandes. Pueden llegar a cientos de miles de toneladas».
Pero al geoquímico, más que las emisiones de CO2, le preocupan las de dióxido de azufre (SO2), porque estas sí son muy elevadas en comparación con las provocadas por la actividad humana. «Los volcanes producen cerca del 40 por ciento de las emisiones mundiales de dióxido de azufre». Y el de La Palma lleva liberadas en dos meses dos millones de toneladas, que es una cantidad superior a la emitida por los 28 países de la Unión Europea en todo 2019.
El dióxido de azufre no produce efecto invernadero, sino todo lo contrario: a veces enfría el planeta. Si sus emisiones llegan a la estratosfera (por encima de 14 o 15 kilómetros de altura), «puede apantallar, disminuir el paso de la radiación solar y producir un enfriamiento», explica. Por ejemplo, la erupción del Pinatubo (Filipinas) de 1991, que «fue una de las más importantes del siglo XX, produjo una columna de 30 o 40 kilómetros de altura, llegó a la estratosfera y produjo un enfriamiento de medio grado en la temperatura del planeta». Y la erupción del Tambora (Indonesia) de 1815 «provocó una bajada de 2,5 grados, lo que generó la pérdida de cosechas, hambrunas e inmigraciones».
«La erupción de La Palma es una de las que más azufre ha emitido en los últimos cien años en todo el planeta. Podemos estar en el sexto o séptimo puesto, con cerca de dos millones de toneladas. Pero la altura máxima ha sido de 5,5 kilómetros y generalmente está a dos o tres kilómetros, por lo que ese dióxido de azufre se dispersa en la atmósfera baja y no llega a la estratosfera».
En un momento en el que tanto preocupa el calentamiento del planeta, «sería bueno» que el planeta se enfriara un poco gracias a las emisiones del volcán, pero «no es el caso, mientras estemos con esta altura de columna», sostiene.
El Instituto Volcanológico de Canarias no facilita la cifra del CO2 liberado por el Cumbre Vieja desde el principio de la erupción, pero sí informa de las emisiones de algunos días sueltos –con picos de 3.200 toneladas–, y hasta ahora han sido mucho más bajas que las 20.000 toneladas que llegó a emitir el volcán Etna al día en una de sus recientes erupciones. No obstante, esas miles de toneladas que el Cumbre Vieja lanza a la atmósfera cada día son suficientes para empequeñecer los esfuerzos que realizan muchas empresas e instituciones españolas para tratar de reducir sus emisiones unos pocos cientos de toneladas al año.
A 69 euros la tonelada
Si el volcán fuera una industria, se le exigiría el pago de derechos por emitir CO2. En concreto, el Cumbre Vieja debería abonar 69 euros por cada tonelada, más de cien mil euros diarios. Y es que el precio de los derechos de emisión se ha disparado en los últimos tiempos, al pasar de cinco euros en enero de 2018 a 33 en enero de este año y a 69 el pasado viernes. Una subida que está contribuyendo al encarecimiento de la factura eléctrica.
Pero los emisores naturales de CO2 no tienen que afrontar este gasto. En España, quienes lo pagan son 970 instalaciones y unas 30 compañías aéreas, que en conjunto, son las responsables del 40 por ciento de las emisiones. Si una de estas empresas emite más CO2 del que tiene derecho, se la sanciona. Si emite menos, puede vender los derechos o guardarlos para el año siguiente. En la operación, el Estado se embolsará unos 2.400 millones de euros este año.
Las emisiones naturales no pagan derechos, pero sí se deben declarar. Es decir, España tendría que incluir el CO2 liberado por el volcán y por los incendios forestales en el Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero que envía cada año a la Comisión Europea y a Naciones Unidas. De hecho, este inventario tiene un apartado para «emisiones de áreas sujetas a perturbaciones naturales», como terremotos, inundaciones,
volcanes o incendios forestales. No obstante, el inventario permite excluir ciertas emisiones de la contabilidad. Consultado por ABC sobre esta cuestión, el Ministerio de Transición Ecológica eludió responder.
Inventarios bajo sospecha
La veracidad de los inventarios de CO2 que elaboran los países ha sido puesta en duda recientemente por ‘The Washington Post’. Tras estudiar los planes de 196 países, el periódico desveló que hay una diferencia de 8.500 a 13.300 millones de toneladas entre lo que los países dicen que emiten y lo que de verdad emiten. Según el periódico, el 59 por ciento de la brecha proviene de cómo los países contabilizan las emisiones o absorciones del suelo. Y es que el terreno puede convertirse en una fuente natural de CO2 o en un sumidero.
De hecho, después de los oceános, los montes son los principales secuestradores del dióxido de carbono que se libera a la atmósfera, pero cuando la vegetación se quema o se pudre devuelve a la atmósfera todo el CO2 que había atrapado.
«En España, los bosques absorben el 10 por ciento de las emisiones de CO2. Pero si se queman, liberan ese CO2 durante la combustión y, a partir de ese momento, dejan de secuestrar carbono. Y ese ‘lucro censante’ no se contabiliza», explica a ABC Álvaro Enríquez de Salamanca, profesor del Departamento de Biodiversidad, Ecología y Evolución de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense.
En los incendios forestales que se registran en España «se libera un promedio de 2,5 millones de toneladas de CO2 al año, aunque estas cifras cambian en función de la superficie quemada, del tipo de vegetación... En 2006, por ejemplo, los incendios forestales emitieron siete millones de toneladas». Estas cantidades solo se refieren al momento de la combustión; después, hay que añadir el CO2 que ese bosque quemado deja de absorber.
«La pérdida de secuestro es de unos 7,2 millones de toneladas de CO2 al año. Al final, sumando, las emisiones de la combustión y el CO2 que los montes dejan de absorber, son 9,7 millones de toneladas al año de promedio», añade Enríquez de Salamanca. En lo que llevamos de año, en España se han quemado 85.959 hectáreas, casi el doble que el año pasado, por lo que las cifras reales podrían superar el promedio. «Estas cantidades no se pueden comparar con las emisiones del volcán, pero lo cierto es que los incendios se repiten, y van a más, y las erupciones son excepcionales». Además, a diferencia de los volcanes, «los incendios sí se pueden evitar y también se puede regenerar la zona».
Enríquez de Salamanca destaca la importancia de los bosques como sumideros. «Los bosques secuestran dióxido de carbono de forma altruista sin que nadie lo reconozca. Si no tuviésemos bosques, emitiríamos un 10 por ciento más». Y cree que se debería compensar económicamente a los dueños de los montes por este servicio, de la misma forma que se subsidian muchos terrenos agrícolas de cereal que no son rentables.
Remunerar el servicio
«Tener un bosque es una maldición. La mayoría de los montes son públicos y se mantienen porque las administraciones invierten a fondo perdido, pero para un particular es una carga. Creo que sería razonable remunerar por los servicios que presta: secuestrar el carbono, proteger la diversidad, el paisaje... Los bosques se lo ganan. Además, sería un aliciente para conservarlo y movilizaría dinero hacia la España vaciada. Sería justicia ecológica».
En su opinión, si a las industrias se las cobra 69 euros por tonelada de CO2 liberada, a los dueños de los bosques se les debería pagar esa cantidad por tonelada secuestrada. Si quien contamina paga; quien descontamina debería cobrar. «Se puede saber cuánto carbono secuestra un bosque, conociendo su crecimiento. Es muy fácil de cuantificar. El problema es quién paga eso, pero al final es una cuestión de prioridades».
El proceso por el cual los árboles absorben el CO2 y liberan oxígeno es la fotosíntesis que realizan durante el día, pero por la noche absorben oxígeno y liberan CO2. Aunque este proceso varía en invierno y verano, la vegetación siempre absorbe más CO2 del que emite. «El balance siempre es positivo, porque si no, las plantas no crecerían», explica el profesor. No todos los árboles absorben la misma cantidad de CO2. Por ejemplo, un pino joven puede fijar 300 kilos en 35 años y un fresno 780 kilos. «En las especies caducas, cuando caen las hojas, éstas se pudren, se descomponen y liberan el carbono, pero permanece el que está en la madera. Si el árbol se quema o pudre, lo libera. Y si lo talamos, deja de absorber CO2, pero si esa madera se utiliza para la construcción o para hacer muebles, el carbono permanece secuestrado».
Mientras en el mundo aumenta la deforestación, en España teóricamente crece la superficie forestal (27,7 millones de hectáreas). Esto se debe a que se considera forestal todo lo que no es agrícola ni urbano y tiene mucho que ver con el abandono de las tierras en la España vaciada. A veces, ese aumento de superficie forestal consiste en un campo con matorrales. «Tenemos margen para plantar mucho», sostiene el profesor Enrique de Salamanca, porque «España está muy deforestada desde el siglo XIII».
Pagar por tonelada a los dueños de los montes EN ESPAÑA, LOS BOSQUES ABSORBEN EL 10 POR CIENTO DE LAS EMISIONES DE CO , Y ALGUNOS 2 EXPERTOS CREEN QUE HABRÍA QUE RETRIBUIRLO